ESPECIAL DEVOCIÓN DE LOS SIETE
DOMINGOS A SAN JOSÉ
ACTO DE CONTRICIÓN
Oración inicial para
cada domingo
Dios y Señor mío, en quien creo y espero y a quien amo sobre
todas las cosas; al pensar en lo mucho que habéis hecho por mí y lo ingrato que
he sido a vuestros favores, mi corazón se confunde y me obliga a exclamar:
Piedad, Señor, para este hijo rebelde, perdonadle sus extravíos, que le pesa de
haberos ofendido, y desea antes morir que volver a pecar. Confieso que soy
indigno de esta gracia, pero os lo pido por los méritos de vuestro Padre
nutricio, San José… Vos, glorioso Abogado mío, recibidme bajo vuestra
protección y dadme el favor necesario para emplear bien este rato en obsequio
vuestro y utilidad de mi alma. Amén. Jesús, María y José.
SEGUNDO
DOMINGO
La Santa Comunión de este día se ofrecerá para dar gracias a
San José por los favores que nos ha alcanzado; la indulgencia plenaria se
aplicará por las almas del Purgatorio que tuvieron devoción especial a la
Sagrada Familia.
MEDITACIÓN
SEGUNDO DOMINGO
Sobre los dolores y gozos de San José en el
nacimiento del Hijo de Dios en un establo.
1. El momento en que la Augusta Virgen
María va a dar al mundo el Mesías prometido, desde tantos siglos, ha llegado.
Es en vano que José pida para su angelical esposa un asilo a los habitantes de
Belén; sólo recibe negativas y desdenes. Así es como se cumple a la letra el
pasaje del Evangelio: “El Hijo de Dios ha venido en medio de los suyos, y éstos
se han negado a recibirle”. José se ve precisado a guarecerse en un establo
abandonado; allí es donde quiere nacer el Hijo del Eterno para morar entre los
hombres
¡Qué dolor tan inmenso para el corazón de José viendo al
Divino Niño asimilado a los animales, echado como ellos sobre un poco de paja
húmeda y fría, en la estación más rigurosa del año! ¡Cómo resonaría hasta en lo
más íntimo de sus entrañas de padre, el primer lamento del Salvador ocasionado
por sus sufrimientos! ¡Cuán dulces y amargas fueron las lágrimas que mezcló a
las que el Niño Dios derramaba ya por nuestras faltas! 2. José prosternado con
la frente en el polvo, adora al recién nacido como a su Dios; le reconoce a
pesar de su anonadamiento y su debilidad por el Creador del Cielo y de la
tierra, por el Salvador y Redentor del mundo, le ofrece su corazón, sus
fuerzas, su vida entera, y le da mil gracias por haberle escogido entre todos
para servirle de padre.
Y para colmo de su alegría, María le presenta a su Divino
Niño que Dios confía a su ternura; José le recibe de rodillas, le estrecha con
tanto respeto como amor sobre su corazón, le baña de lágrimas, le cubre de
besos, le ofrece al Padre Eterno como rescate de su pueblo esperanza y alegría
de Israel, y le deposita de nuevo en los brazos de su querida Madre como el
único altar bastante puro para recibirle.
¡Oh! Cómo olvida las
fatigas y las angustias de la víspera cuando oye a los ángeles celebrar con
cánticos armoniosos el nacimiento de Aquél que él podría llamar su Hijo más
rico que todos sus antepasados, en medio de sus privaciones posee el más precioso
tesoro del cielo; ante su gloria se eclipsa toda la de su regia estirpe. Él
podía contemplar con sus ojos, estrechar contra su corazón al Emmanuel que
David saludaba de lejos en sus proféticos aciertos como su Señor y su Dios; iba
a pasar su vida con Aquel que sus antepasados habían deseado con tanto ardor
ver la aparición.
¿Qué gloria no queda eclipsada en presencia de esta gloria?
¿Qué dicha no desaparecerá ante esta felicidad? Así es como Dios forma en el
corazón tan puro de José una inefable mezcla de alegría y de pena, de gozo y de
dolor; pero el dolor no turba su gozo y la alegría nada quita a la amargura de
su pena, porque la una y la otra proceden de un mismo principio y el amor que
le hace gozar, le hace también padecer.
EJEMPLO
SEGUNDO DOMINGO
La priora de un convento de religiosas escribe el siguiente caso:
Una de nuestras hermanas religiosas, de edad de 28 años, que había gozado
siempre de cabal salud, fue atacada hace ocho meses de un mal a la garganta que
le hizo perder enteramente la voz, extendiéndose muy largo hasta el estómago.
Una opresión continua y pesada, dolores violentos en el pecho y en las
espaldas, una suma debilidad, todo eso demostró ser una enfermedad de pecho el
mal de nuestra hermana, el cual declararon los médicos no tenía remedio. No
desconfiamos por eso; acudimos a San José, y poniendo en el él toda nuestra
confianza le consagramos repetidas novenas, sin que se advirtiera ninguna
mejoría en la pobre enferma.
Como estaba tan débil que no podía andar llevamos en procesión
a la enfermería la venerable imagen de San José, acompañándola con cirios
encendidos; y allí empezamos la devoción de los SIETE DOMINGOS, tan agradables
al poderoso San José, para que nos obtuviese la curación que tanto deseábamos,
durante la sétima semana la enferma padecía mucho, estaba triste, y nosotras
también porque fundadamente temíamos que bien pronto nos dejaría.
No obstante, el domingo siguiente mostró deseos de ir al coro
para asistir a la bendición del Santísimo, lo que efectuó con mucha pena
sostenida por nosotras, y llegando allí sin poder respirar. En el acto de la
bendición quiso seguir a las otras religiosas en el canto de un himno lo que
hizo con voz apagada. Este era el momento escogido por el Esposo de María para
demostrarnos su poderosa intercesión.
Encontré a la enferma que salía del coro y toda conmovida me
dijo: “Puedo hablar con voz clara”, y volviendo al coro con nosotras se puso a
rezar con fuerte acento unas letanías a San José. Todas estábamos a su
alrededor, pasmadas, escuchando aquella voz que ocho meses hacía no habíamos
oído, y dirigíamos mil preguntas a nuestra querida hermana, admirando en ella
los dichosos efectos de la protección de nuestro amado Padre. Libre de toda
opresión, no hallaba palabras para expresarnos lo que 32 sentía y desde
entonces, vuelta a su estado normal, practica todos los actos de comunidad.
((Récense los dolores y gozos con los padrenuestros, pág.74)
SEGUNDO
DOLOR Y GOZO
(Para cada domingo)
¡Oh felicísimo Patriarca, que fuiste elevado a la dignidad de
padre putativo del Verbo encarnado! Te compadezco por el dolor que sentiste
viendo nacer al Niño Jesús en tanta pobreza y desamparo; y te felicito por el
gozo que tuvisteis al oír la suave melodía con que los ángeles celebraron el
nacimiento, cantando “Gloria a Dios en las alturas”. Por este dolor y gozo te
pido nos concedas oír, al salir de este mundo, los cánticos celestiales de los
ángeles en la gloria. Padre Nuestro y Avemaría y Gloria.
ANTÍFONA.
Tenía Jesús al empezar su vida pública cerca de treinta años
y aún se le creía hijo de José.
V. ¡Oh San José! Ruega por nosotros.
R. Para que seamos dignos de las promesas de Cristo.
ORACIÓN
Oh Dios, que con providencia inefable te dignaste elegir al
bienaventurado San José por esposo de tu Madre te rogamos nos concedas que
merezcamos tener en los cielos por intercesor a quien en la tierra veneramos
por protector, Señor, que vives y reinas por los siglos de los siglos, Amén.
PRIMERA ORACIÓN A SAN JOSÉ
Patrono de la Iglesia Universal
(Para cada domingo)
Castísimo José, esposo de María: me
gozo de veros elevado a tan sublime dignidad y adornado de tan heroicas
virtudes. Por los dulcísimos ósculos y estrechísimos abrazos que diste al
Divino Jesús, os suplico me admitáis en el número de vuestros siervos. Proteged
a las vírgenes y alcanzadnos a todos la gracia de conservar la pureza de cuerpo
y de alma.
Amparad a los pobres y a los
afligidos por la pobreza y amargas angustias que padecisteis en compañía de
Jesús y María en Belén, Egipto y Nazaret; y haced que sufriendo con paciencia
nuestros trabajos, merezcamos el eterno descanso.
Sed protector de los pobres y esposos para que
vivan en paz y eduquen en el Santo temor de Dios a sus hijos. Dad a los
sacerdotes las virtudes que corresponden a su estado para tratar dignamente el
Cuerpo de Jesús Sacramentado. A los que viven en comunidad inspiradles amor a
la observancia religiosa. A los moribundos asistidlos en aquel trance supremo,
pues tuviste la dicha de morir en los brazos de Jesús y de María.
Tended vuestra mano protectora a toda
la Iglesia, pues habéis sido declarados por el Vicario de Cristo Patrono de la
Iglesia Universal. Y pues libraste al Hijo de Dios del furor de Herodes libra a
la Iglesia, Esposa tuya, del furor de los impíos y alcanzad que se abrevien los
días malos y vengan la serenidad y la paz. Así sea.
SEGUNDA ORACIÓN A SAN JOSE
Compuesta y escrita por Su Santidad León XIII (Para cada domingo)
A Ti recurrimos en nuestra tribulación,
Bienaventurado José, y después de implorar el socorro de tu Santísima Esposa,
pedimos también confiadamente tu patrocinio por el afecto que te unió con la
Inmaculada Virgen Madre de Dios y por el amor paternal con que trataste al Niño
Jesús, te rogamos nos auxilies para llegar a la posesión de la herencia que
Jesucristo nos conquistó con su sangre, nos asistas con tu poder y nos socorras
en nuestras necesidades.
Proteged, oh prudentísimo Guardián de
la Sagrada Familia, a la raza elegida de Jesucristo; presérvanos, oh Padre
amantísimo, de toda mancha de 86 error y corrupción; muéstratenos propicio y
asístenos de lo alto del Cielo, oh poderosísimo Libertador nuestro, en la
batalla que estamos librando contra el poder de las tinieblas; y así como
libraste al Niño Jesús del peligro de la muerte, defiende ahora a la Santa
Iglesia de Dios contra la acechanza del enemigo y contra toda adversidad.
Concédenos tu perpetua protección a fin de que animados por tu ejemplo y tu asistencia
podamos vivir santamente, piadosamente morir y alcanzar la eterna beatitud del
Cielo. Amén.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Su Santidad León XIII ha concedido una indulgencia de siete años y siete
cuarentenas por cada vez que se rece devotamente esta devoción.
(Decretos de 15 Agosto de 1889 y 21 Septiembre del mismo año)