ESPECIAL DEVOCIÓN DE LOS SIETE
DOMINGOS A SAN JOSÉ
ACTO DE CONTRICIÓN
Oración inicial para
cada domingo
Dios y Señor mío, en quien creo y espero y a quien amo sobre
todas las cosas; al pensar en lo mucho que habéis hecho por mí y lo ingrato que
he sido a vuestros favores, mi corazón se confunde y me obliga a exclamar:
Piedad, Señor, para este hijo rebelde, perdonadle sus extravíos, que le pesa de
haberos ofendido, y desea antes morir que volver a pecar. Confieso que soy
indigno de esta gracia, pero os lo pido por los méritos de vuestro Padre
nutricio, San José… Vos, glorioso Abogado mío, recibidme bajo vuestra
protección y dadme el favor necesario para emplear bien este rato en obsequio
vuestro y utilidad de mi alma. Amén. Jesús, María y José.
*TERCER
DOMINGO
Al prepararnos para recibir a Jesús Sacramentado, saludad a
San José y pedidle su bendición. Al comulgar, esforzaos en entrar en sus santas
disposiciones, cuando vio correr la sangre del Salvador y ofrecer la comunión
por la conversión de los enemigos de la Iglesia. Aplicad la indulgencia por las
almas que tuvieron mucha devoción a la preciosa sangre de Jesucristo.
MEDITACIÓN TERCER DOMINGO
Sobre los dolores y
gozos de San José en la Circuncisión del Niño Jesús
1. El Mesías que venía a dar
cumplimiento a toda ley, quiso por humildad someterse a la ceremonia tan
dolorosa de la circuncisión. José, según la opinión de muchos fue su ministro.
¡Cuánto debió costar a él mismo esa ceremonia! Es cierto que todos los
Israelitas veían a sus hijos sometidos a la misma ley, más por grande que fuese
el amor que le profesaban no podía compararse al que José sentía por Jesús, a
quien amaba como a su hijo y como a su Dios.
Por otra parte, este santo Patriarca sabía perfectamente que
bajo las debilidades de la infancia, el Salvador gozaba de la plenitud de la
razón; que se somete voluntariamente a todo lo que de Él se exigía; que sentía
a la vez el deseo y el temor del sufrimiento y que esta operación sangrienta no
es para El sino el preludio y como ensayo de los suplicios que le estaban
reservados en el Calvario.
Los gritos del Divino Niño y las angustias de su pobre Madre
desgarraban el corazón de José; sin embargo, lleno de un valor sobrenatural y
de una me fe más admirable que la de Abraham, el augusto Esposo de María,
penetrando los designios de su Divino Hijo, ofrece al Padre Eterno la preciosa
Sangre que acaba de ser derramada por nuestra salud y de la cual una sola gota
hubiera bastado para rescatar mil mundos.
2. José, al terminar su sublime
misterio, dio al Hijo de Dios el nombre adorable de Jesús, según la orden que
había recibido del Cielo mismo. ¿Quién podrá expresar con que confianza y con
qué amor pronunció José de primero este nombre de salud dado a nuestro Divino
Libertador? Este nombre de Jesús, que debía ser nuestro consuelo en la
peregrinación de esta vida, y nuestra esperanza al llegar a la hora de la
muerte.
Este nombre adorable que José se complacía en invocar con
frecuencia era más dulce a su boca que exquisita miel, más suave a su oído que
arrolladora melodía. El nombre de Jesús debe ser el principio y fin de todas
nuestras acciones; frecuente por la invocación, frecuente y piadoso este nombre
adorable; el fin, porque no debemos poner la mirada en otro bien, en otro
objeto que su gloria.
Fieles servidores del mejor de los amos; a ejemplo de San
José, complaceos en repetir este nombre, que es superior a todo nombre, y
recibiréis alivio en vuestras penas, consuelo en vuestras aflicciones. Como
José invocad al nombre de Jesús con fe en su poder, con confianza en su amor;
porque el Salvador mismo nos ha dicho: “Todo lo que pidiereis a mi Padre en mi
nombre os será concedido” (Juan, 14).
Decidle como aquel hombre privado de la vista: “Jesús, Hijo
de David, tened piedad de mí”, o como los diez leprosos: “Jesús, nuestro dueño,
tened piedad de nosotros”, y experimentaréis bien pronto su favor y ayuda.
Acordaos que era en nombre de Jesús que los Apóstoles obraban milagros. “En
nombre de Jesús levántate y anda” dijo San Pedro al paralítico.
En las tentaciones que el demonio os suscite, invocad el
santo nombre de Jesús, nombre poderoso en el infierno, puesto que espanta a
todos los demonios. Este nombre sagrado hace temblar a los ángeles rebeldes
porque les recuerda Aquel cuyo poder destruyó el imperio que tenían sobre los
hombres.
¡Oh nombre sagrado de Jesús! Verdaderamente eres un aceite
derramado para curar nuestras llagas y comunicar la salud a nuestras Amas,
porque ¿quién puede pensar en este momento divino sin representarse al mismo
tiempo el modelo perfecto y el conjunto de todas las virtudes en el más
eminente grado en la persona de Jesús? Poned, pues vuestro santo nombre en
nuestras almas en nuestros espíritus, en nuestros corazones y en nuestros
labios. Señor Jesús, y concédenos por este nombre la gracia de vivirte, la
fuerza de imitaros y aprender de Vos a no crear nuevos mundos, sino a obedecer,
a sufrir y a humillarnos.
EJEMPLO
TERCER DOMINGO
Una distinguida señora de Bélgica escribió a una amiga suya,
participándole el favor que acababa de recibir de San José. Una persona ya
entrada en años, por la cual ella se interesaba mucho, vivía en completo olvido
de sus deberes religiosos, de suerte que hacía más de treinta y cinco años que
no había recibido ningún sacramento ni practicado acto alguno de devoción.
Ni las instancias reiteradas de varios amigos influyentes, ni
los avisos providenciales enviados a esta oveja descarriada fueron bastantes
para ablandar su corazón empedernido. Cayó enferma esta infeliz y se puso de
cuidado. Entonces fue cuando la caritativa señora alarmada por el estado
crítico de su querida anciana, buscaba medios para que no se perdiese aquella
alma que tanto había costado al Divino Redentor, acordándose del gran poder del
patriarca San José (de quien era muy devota) para socorro de los moribundos le
suplicó que viniese en su ayuda, y llena de fervor le prometió hacer la
devoción de los SIETE DOMINGOS, en memoria de sus dolores y gozos, esperando le
alcanzase la conversión del enfermo que ella tanto deseaba, ¡Cosa admirable!
Ya el primer domingo San José empezó su obra: fue un sacerdote
a visitar al enfermo, este le recibió muy bien y le insinuó que quería
confesarse; hizo una confesión entera y muy dolorosa; y pidió le administrasen
los demás sacramentos al día siguiente. A pesar de su extrema debilidad, el
buen anciano recibió de rodillas en la cama a su Dios, a quien había olvidado
por tan largo tiempo y desde entonces no cesó de demostrar la alegría de que
estaba llena su alma. Había perdido la fe, pero la recobró y con ella una
eterna gloria. Ojalá este nuevo favor, obtenido por medio de la devoción de los
SIETE DOMINGOS, mueva a otras buenas almas a practicarla, para conseguir la
conversión de aquellas personas por las cuales se interesan.
TERCER
DOLOR Y GOZO
(Para cada domingo)
¡Oh, modelo perfecto
de conformidad con la voluntad divina! Te compadezco por el dolor que sentiste
al ver que el Niño Dios derramaba su sangren en la circuncisión; y me gozo del
consuelo que experimentaste al oírle llamar Jesús. Por este dolor y gozo te
pido nos alcances que podamos vencer nuestras pasiones en esta vida y morir
invocando el dulcísimo nombre de Jesús.
Padre Nuestro y
Avemaría y Gloria
ANTIFONA.
Tenía Jesús al empezar su vida pública cerca de treinta años
y aún se le creía hijo de José.
V. ¡Oh San José! Ruega por nosotros.
R. Para que seamos dignos de las promesas de Cristo.
ORACIÓN
Oh Dios, que con providencia inefable te dignaste elegir al
bienaventurado San José por esposo de tu Madre te rogamos nos concedas que
merezcamos tener en los cielos por intercesor a quien en la tierra veneramos
por protector, Señor, que vives y reinas por los siglos de los siglos, Amén.
PRIMERA ORACIÓN A SAN JOSÉ
Patrono de la Iglesia Universal
(Para cada domingo)
Castísimo José, esposo de María: me
gozo de veros elevado a tan sublime dignidad y adornado de tan heroicas
virtudes. Por los dulcísimos ósculos y estrechísimos abrazos que diste al
Divino Jesús, os suplico me admitáis en el número de vuestros siervos. Proteged
a las vírgenes y alcanzadnos a todos la gracia de conservar la pureza de cuerpo
y de alma.
Amparad a los pobres y a los
afligidos por la pobreza y amargas angustias que padecisteis en compañía de
Jesús y María en Belén, Egipto y Nazaret; y haced que sufriendo con paciencia
nuestros trabajos, merezcamos el eterno descanso.
Sed protector de los pobres y esposos para que
vivan en paz y eduquen en el Santo temor de Dios a sus hijos. Dad a los
sacerdotes las virtudes que corresponden a su estado para tratar dignamente el
Cuerpo de Jesús Sacramentado. A los que viven en comunidad inspiradles amor a
la observancia religiosa. A los moribundos asistidlos en aquel trance supremo,
pues tuviste la dicha de morir en los brazos de Jesús y de María.
Tended vuestra mano protectora a toda
la Iglesia, pues habéis sido declarados por el Vicario de Cristo Patrono de la
Iglesia Universal. Y pues libraste al Hijo de Dios del furor de Herodes libra a
la Iglesia, Esposa tuya, del furor de los impíos y alcanzad que se abrevien los
días malos y vengan la serenidad y la paz. Así sea.
SEGUNDA ORACIÓN A SAN JOSE
Compuesta y escrita por Su Santidad León XIII (Para cada domingo)
A Ti recurrimos en nuestra tribulación,
Bienaventurado José, y después de implorar el socorro de tu Santísima Esposa,
pedimos también confiadamente tu patrocinio por el afecto que te unió con la
Inmaculada Virgen Madre de Dios y por el amor paternal con que trataste al Niño
Jesús, te rogamos nos auxilies para llegar a la posesión de la herencia que
Jesucristo nos conquistó con su sangre, nos asistas con tu poder y nos socorras
en nuestras necesidades.
Proteged, oh prudentísimo Guardián de
la Sagrada Familia, a la raza elegida de Jesucristo; presérvanos, oh Padre
amantísimo, de toda mancha de 86 error y corrupción; muéstratenos propicio y
asístenos de lo alto del Cielo, oh poderosísimo Libertador nuestro, en la
batalla que estamos librando contra el poder de las tinieblas; y así como
libraste al Niño Jesús del peligro de la muerte, defiende ahora a la Santa
Iglesia de Dios contra la acechanza del enemigo y contra toda adversidad.
Concédenos tu perpetua protección a fin de que animados por tu ejemplo y tu
asistencia podamos vivir santamente, piadosamente morir y alcanzar la eterna
beatitud del Cielo. Amén.
Por las necesidades del Santo Padre el Papa:
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Su Santidad León XIII ha concedido una indulgencia de siete años y siete
cuarentenas por cada vez que se rece devotamente esta devoción.
(Decretos de 15 Agosto de 1889 y 21 Septiembre del mismo año)