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SANTORAL LITÚRGICO

El Niño Dios a nacido en Belén

HIMNO A SAN JOSÉ

HIMNO A SAN JOSÉ

Hoy a tus pies, ponemos nuestra vida; Hoy a tus pies, ¡Glorioso San José! Escucha nuestra oración, Y por tu intercesión, Obtendremos, la paz del corazón; En Nazaret, junto a la Virgen Santa, En Nazaret ¡Glorioso San José! Cuidaste al niño Jesús, Pues por tu gran virtud, Fuiste digno custodio de la luz. Con sencillez humilde carpintero; Con sencillez ¡Glorioso San José! Hiciste bien tu labor, obrero del Señor, Ofreciendo, trabajo y oración. Tuviste fe, en Dios y su promesa; Tuviste fe, ¡Glorioso San José! Maestro de oración, alcanzarnos el don, De escuchar, y seguir la voz de Dios:

domingo, 28 de febrero de 2021

Séptimo Domingo Devoción 7 Domingos a San José

 


ESPECIAL DEVOCIÓN DE LOS SIETE

DOMINGOS A SAN JOSÉ



ACTO DE CONTRICIÓN

Oración inicial para cada domingo

 

Dios y Señor mío, en quien creo y espero y a quien amo sobre todas las cosas; al pensar en lo mucho que habéis hecho por mí y lo ingrato que he sido a vuestros favores, mi corazón se confunde y me obliga a exclamar: Piedad, Señor, para este hijo rebelde, perdonadle sus extravíos, que le pesa de haberos ofendido, y desea antes morir que volver a pecar. Confieso que soy indigno de esta gracia, pero os lo pido por los méritos de vuestro Padre nutricio, San José… Vos, glorioso Abogado mío, recibidme bajo vuestra protección y dadme el favor necesario para emplear bien este rato en obsequio vuestro y utilidad de mi alma. Amén. Jesús, María y José. 


*SÉPTIMO DOMINGO

 En la comunión consagraos a San José, y proponeos hacer todos los años esta devoción de los SIETE DOMINGOS. Aplicad el fruto de la indulgencia a las almas del Purgatorio que han sido fieles a practicarla.

 

MEDITACIÓN SEPTIMO DOMINGO

Sobre los dolores y gozos de San José, cuando después de haber perdido al Niño Jesús, lo encontró en el templo.

 

1. ¿Quién puede formarse una idea del acerbo dolor que sintió el corazón de José cuando al regresar del Templo de Jerusalén, se apercibió que Jesús, a quien creía con su Madre los había dejado? En su profundísima humildad, este Santo Patriarca se acusaba de esta pérdida y se preocupaba amargamente esta desgracia. La excesiva aflicción de María aumentaba aún más la suya y sin un milagro de la providencia él no hubiera resistido a esta cruel prueba.

 

Mil temores se unían a sus angustias, y se decía de continuo: ¿Qué habrá sido de mí querido Niño? ¿Quién le 68 habrá cogido durante la noche? ¿No estará sufriendo las más penosas privaciones? ¡Ah! Sin duda El sufre, tiene hambre, está sin abrigo; tal vez, poco satisfecho de mis servicios ha ido a juntarse en el desierto con Juan su precursor. Orígenes, en su familia de la Octava de la Epifanía, asegura que San José, en esta ocasión, sufrió más que todos los mártires.

 

Pero oh prodigio de santidad, de prudencia, de fortaleza y perfección. En una pena tan inaudita, en una aflicción tan extrema José no murmura ni se queja, no pierde la paz del alma; y ningún movimiento de impaciencia y de tristeza desordenada viene a turbar su espíritu. El divino maestro, movido de tanta virtud, queriendo recompensar a José que tan ardiente y puro amor sentía por él, le inspiró que fuese a buscarle en el Templo con María.

 

2. Grande, inmensa, fue la alegría que experimentó José al encontrar al Divino Hijo; no se cansaba de contemplar sus acciones adorables, con una ternura que le hacía derramar abundantes lágrimas. El repetía con David, su ascendiente: Vos habéis trocado mi duelo en gozo y cubierto mi corazón de alegría.

 

Aprendamos de este Santo Patriarca a mirar la pérdida de Jesús como el más grande de todos los males; y después de haber compartido con él la pena extrema que sintió en aquella circunstancia, participemos de su alegría y de su felicidad por haber encontrado a Jesús, el tesoro, su amor y su vida. Glorioso San José; si yo fuera bastante desgraciado para perder a Jesús por culpa mía, haced, os lo ruego encarecidamente, que le busque con tanto fervor como Vos, a fin de que habiéndome reconciliado con El por una sincera penitencia, le conserve en el tiempo y en la eternidad.

 

EJEMPLO SEPTIMO DOMINGO

 El siguiente ejemplo podrá servir de norma a los que han de tomar estado de matrimonio, mayormente en nuestros días en que solo se atiende a los intereses, a los cuidados exteriores; cuando de su acuerdo depende el bienestar en la presente vida y la salvación eterna.

 

Un joven noble, hijo de padres virtuosos, que nada omitieron para formarle un corazón sólidamente piadoso, después de haber rogado mucho a Dios para reconocer bien su vocación, se persuadió de que no era llamado al sacerdocio. No obstante continuó haciendo con mucho fervor sus devociones particulares, confesando y comulgando cada semana y siendo exacto en todas estas santas prácticas. Aunque pertenecía a una distinguida familia relacionada con la alta sociedad, se apartó siempre de aquellas diversiones peligrosas en al que muchos jóvenes atolondrados comprometen su porvenir tomando por compañera una joven, prendado de sus dotes exteriores, tan fáciles de perder.

 

 Bien convencido de que los BUENOS MATRIMONIOS ESTÁN YA INSCRITOS EN EL CIELO, este excelente joven no se olvidaba cada día de rogar a San José que le hiciese encontrar una compañera de una piedad sólida y a prueba de seducciones del siglo. Cierto día con motivo de una buena obra que llevaba entre manos, tuvo que avistarse con una respetable señora que con sus dos hijas vivían muy cristianamente.

 

Al verlas experimentó cierto presentimiento de ser una de aquellas jóvenes la destinada por Dios para compartir con ella su suerte; en consecuencia la pidió a su madre la cual constándole las buenas prendas que adornaban a aquel joven, dio gustosa su consentimiento. La señorita confesó después sencillamente, que desde mucho tiempo hacía la misma súplica, y que al entrar aquel joven presintió a la vez que Dios se lo enviaba para su apoyo.

 

Pero fue el caso, que repugnándole muchísimo al padre de la señorita, tener que desprenderse de su hija, e interponiendo toda clase de obstáculos, para vencerlos y conocer la voluntad de Dios en asunto de tanta trascendencia, determinaron todos empezar la devoción de los SIETE DOMINGOS en honor de San José, en último de mayo de 1866.

 

El favor de este glorioso Patriarca no se hizo esperar; pues en el siguiente Agosto se celebró el casamiento con gran contento de ambas partes; lo que prueba que el cielo se complace en bendecir aquellos desposorios para cuyo acierto han pedido luz y gracia, en especial si ha mediado la eficaz intercesión de aquel santo a quien Jesucristo se complació en estar sujeto sobre la tierra.

 

ANTÍFONA.

Tenía Jesús al empezar su vida pública cerca de treinta años y aún se le creía hijo de José.

V. ¡Oh San José! Ruega por nosotros.

R. Para que seamos dignos de las promesas de Cristo.

 

ORACIÓN

Oh Dios, que con providencia inefable te dignaste elegir al bienaventurado San José por esposo de tu Madre te rogamos nos concedas que merezcamos tener en los cielos por intercesor a quien en la tierra veneramos por protector, Señor, que vives y reinas por los siglos de los siglos, Amén.

 

PRIMERA ORACIÓN A SAN JOSÉ

 Patrono de la Iglesia Universal

(Para cada domingo)

 

Castísimo José, esposo de María: me gozo de veros elevado a tan sublime dignidad y adornado de tan heroicas virtudes. Por los dulcísimos ósculos y estrechísimos abrazos que diste al Divino Jesús, os suplico me admitáis en el número de vuestros siervos. Proteged a las vírgenes y alcanzadnos a todos la gracia de conservar la pureza de cuerpo y de alma.

 

Amparad a los pobres y a los afligidos por la pobreza y amargas angustias que padecisteis en compañía de Jesús y María en Belén, Egipto y Nazaret; y haced que sufriendo con paciencia nuestros trabajos, merezcamos el eterno descanso.

 

 Sed protector de los pobres y esposos para que vivan en paz y eduquen en el Santo temor de Dios a sus hijos. Dad a los sacerdotes las virtudes que corresponden a su estado para tratar dignamente el Cuerpo de Jesús Sacramentado. A los que viven en comunidad inspiradles amor a la observancia religiosa. A los moribundos asistidlos en aquel trance supremo, pues tuviste la dicha de morir en los brazos de Jesús y de María.

 

Tended vuestra mano protectora a toda la Iglesia, pues habéis sido declarados por el Vicario de Cristo Patrono de la Iglesia Universal. Y pues libraste al Hijo de Dios del furor de Herodes libra a la Iglesia, Esposa tuya, del furor de los impíos y alcanzad que se abrevien los días malos y vengan la serenidad y la paz. Así sea.  

 

SEGUNDA ORACIÓN A SAN JOSÉ

Compuesta y escrita por Su Santidad León XIII (Para cada domingo)

 

 A Ti recurrimos en nuestra tribulación, Bienaventurado José, y después de implorar el socorro de tu Santísima Esposa, pedimos también confiadamente tu patrocinio por el afecto que te unió con la Inmaculada Virgen Madre de Dios y por el amor paternal con que trataste al Niño Jesús, te rogamos nos auxilies para llegar a la posesión de la herencia que Jesucristo nos conquistó con su sangre, nos asistas con tu poder y nos socorras en nuestras necesidades. 

Proteged, oh prudentísimo Guardián de la Sagrada Familia, a la raza elegida de Jesucristo; presérvanos, oh Padre amantísimo, de toda mancha de 86 error y corrupción; muéstratenos propicio y asístenos de lo alto del Cielo, oh poderosísimo Libertador nuestro, en la batalla que estamos librando contra el poder de las tinieblas; y así como libraste al Niño Jesús del peligro de la muerte, defiende ahora a la Santa Iglesia de Dios contra la acechanza del enemigo y contra toda adversidad. 

Concédenos tu perpetua protección a fin de que animados por tu ejemplo y tu asistencia podamos vivir santamente, piadosamente morir y alcanzar la eterna beatitud del Cielo. Amén. 


Su Santidad León XIII ha concedido una indulgencia de siete años y siete cuarentenas por cada vez que se rece devotamente esta devoción.

(Decretos de 15 Agosto de 1889 y 21 Septiembre del mismo año)


NOTA

A los que practiquen la precedente devoción de los siete domingos y en cada uno confesándose y comulgando y visiten algún templo, u oratorio público, rogando por las intenciones del santo Padre el Papa. Su Santidad PIO IX concedió indulgencia plenaria para cada domingo. Los que no saben leer, y viven donde esta devoción no se hace en público, pueden hacer en vez de dichas oraciones: siete Padrenuestros, Avemarías y Gloria patris. En honor de los siete dolores y gozos de San José.

 

Por las necesidades del Santo Padre el Papa:

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

 

Sexto Domingo Devoción 7 Domingos a San José

 



ESPECIAL DEVOCIÓN DE LOS SIETE

DOMINGOS A SAN JOSÉ



ACTO DE CONTRICIÓN

Oración inicial para cada domingo

 

Dios y Señor mío, en quien creo y espero y a quien amo sobre todas las cosas; al pensar en lo mucho que habéis hecho por mí y lo ingrato que he sido a vuestros favores, mi corazón se confunde y me obliga a exclamar: Piedad, Señor, para este hijo rebelde, perdonadle sus extravíos, que le pesa de haberos ofendido, y desea antes morir que volver a pecar. Confieso que soy indigno de esta gracia, pero os lo pido por los méritos de vuestro Padre nutricio, San José… Vos, glorioso Abogado mío, recibidme bajo vuestra protección y dadme el favor necesario para emplear bien este rato en obsequio vuestro y utilidad de mi alma. Amén. Jesús, María y José. 


SEXTO DOMINGO

Rogad a San José por las necesidades del Soberano Pontífice y de la Iglesia, y ofreced la comunión a este intento. Aplicad el fruto de la indulgencia a los que llevan el nombre de José.

 

MEDITACIÓN SEXTO DOMINGO

 Sobre los dolores y gozos de San José a su vuelta de Egipto

 

 1. La residencia de la santa Familia en Egipto duró siete años. Extranjeros, pobres, faltos de todo socorro, viviendo en medio de un pueblo idólatra que ignoraba las primeras nociones de la caridad, Jesús, María y José tuvieron que sufrir muy rudas privaciones. Sin embargo nuestro Santo Patriarca, resignado a la voluntad del cielo se consolaba viendo al divino Niño crecer en presencia de Dios y de los hombres.

 

 Tal vez mitigaría las penas de su acongojado corazón exclamando con el profeta: “Los reyes de la tierra se han levantado y los príncipes han conspirado juntos contra el Señor y contra su Cristo. Aquel que vive en los cielos se reirá de ellos y el Señor se burlará”. Más el Señor fiel a su promesa envía de nuevo su Ángel a José para anunciarle que el cruel Herodes ha muerto miserablemente y puede sin temor habitar en tierra de Israel.

 

A esta nueva tan consoladora, sucedió repentinamente una inquietud más grande todavía y que turbó por un momento su felicidad; temió ir a Judea donde reinaba Arquelao hijo de Herodes, cruel y sanguinario como él. No quiso exponer a Jesús a una nueva persecución. El Cielo aprobó su prudencia y le inspiró ir a Galilea y habitar en Nazaret. Así es como las almas piadosas que tienen una gran delicadeza de conciencia, temen todos los días la desgracia de perder a Jesús.

 

2. Alentado José por las inspiraciones del Cielo, dilató su corazón en acción de gracias, valiéndose quizá de las palabras de David su abuelo, repitió con María el salmo de la restauración o libertad del pueblo de Israel: IN EXITUS ISRAEL DE EGIPTO. Qué consuelo para los desterrados, al regresar a su amada patria, recorrer de nuevo aquellos lugares, llenos de piadosos recuerdos en que pasaron los más hermosos años de su vida. José era feliz, volviendo a ver aquella tierra de bendición santificada por el nacimiento, las lágrimas o la sangre del Verbo hecho carne.

 

Como le tardaban en ir a postrarse en el templo del Señor para ofrecerle un justo tributo de alabanza y de acción de gracias. Pero Jesús era aún demasiado joven para hacer todo el viaje a pie y por otra parte, como había crecido, su peso era superior a las fuerzas de su pobre madre; así es de creer que José, lo llevaría la mayor parte del camino; pues que la alegría del regreso a Nazaret y el amor que profesaba al Divino Niño, le haría su peso dulce y ligero. He aquí el modo de encontrar dulce lo más amargo; hacerlo todo por amor a Dios.

 

EJEMPLO SEXTO DOMINGO

 En un convento de la ciudad de Falalen, provincia de Namur, en Bélgica, había una religiosa inglesa que tenía muchas sobrinas protestantes. Una de estas fue a visitarla y al verla su tía tan cariñosa y humilde, pidió a sus amigas rogasen por su sobrina, a fin de que Dios le concediese la gracia de hacerse católica. Al despedirse le dio algunas advertencias; más vuelta a Inglaterra, no se acordó ya de lo que su tía le había dicho.

 

Sin embargo, la buena religiosa no dejaba de rogar a San José, por la conversión de su sobrina instando a las demás religiosas que la ayudasen a alcanzar aquella gracia cuyo fin éstas, juntos con las niñas de las clases, empezaron la devoción de los SIETE DOMINGOS, en seguida una novena, y después otra hasta poder conseguir la gracia que tanto anhelaba el corazón; el bondadoso Patriarca no pudo resistir a tantas súplicas.

 

Aquella señorita sintiese como impulsada de volver a Bélgica para visitar a su tía; pidió permiso a su madre y esta se lo concedió. Todas las religiosas al verla quedaron admiradas, y reconocieron en ello la mediación de San José. La inglesita parecía tan desconcertada sin saber lo que le pasaba; y dijo a las religiosas, que solo había venido para ver a su tía.

 

Se empezó de nuevo la advocación de los SIETE DOMINGOS, con la resolución de hacer violencia al Corazón de Jesús por medio del santo Patrón de Bélgica, el Virginal Esposo de María, a fin de salvar un alma. Al cabo de cinco semanas volvió a ver a su tía; pero continuaba triste y pensativa, sin fijeza en sus ideas; y creyéndose enferma sin estarlo, 65 resolvió marcharse.

 

 Las religiosas, al entrar en las clases, dijeron a las niñas: “Vuestras súplicas tienen poco valimento, pues que la inglesita seguirá siendo protestante”. Setenta y tres voces pueriles respondieron acordes: “Sí, ella será bautizada, San José bendecirá nuestros esfuerzos”.

 

Al día siguiente empezose una novena con fervor la cual debían concluir el mismo día que los SIETE DOMINGOS. El lunes vino la joven a despedirse de su tía y de las demás Religiosas; pero en su interior había un combate entre la gracia y la alegría, que no le dejaban un momento de reposo.

 

Por fin venció la gracia, y no pudiendo resistir más impulsos, se presentó otra vez a su tía, diciendo que quería volver a la fe de sus antepasados. Al decir esto, se leía en su rostro la grande alegría de que estaba poseída. El domingo siguiente concluían los SIETE DOMINGOS y la novena y el viernes anterior recibía la inglesita el santo bautismo. Gloria sea dada a Dios, que por intercesión de San José acogió aquella oveja separada de rebaño del buen Pastor y premió la fe y la confianza de aquellas buenas religiosas y sencillas niñas.

 

SEXTO DOLOR Y GOZO

 (Para cada domingo)

 ¡Oh glorioso San José, ángel de la tierra que viste con admiración al Rey del Cielo sujeto a tus disposiciones! Si tu consuelo, al volverte de Egipto, fue alterado con el temor al Rey Arqué lao, tranquilizado después por el Ángel viviste alegre con Jesús y María en Nazaret. Por este dolor, y gozo alcánzanos a tus devotos que, libre nuestro corazón de temores nocivos, gocemos de tranquilidad de conciencia, vivamos seguros con Jesús y María y muramos teniéndolos a nuestro lado.

Padre Nuestro y Avemaría y Gloria

 

ANTÍFONA.

Tenía Jesús al empezar su vida pública cerca de treinta años y aún se le creía hijo de José.

V. ¡Oh San José! Ruega por nosotros.

R. Para que seamos dignos de las promesas de Cristo.

 

ORACIÓN

Oh Dios, que con providencia inefable te dignaste elegir al bienaventurado San José por esposo de tu Madre te rogamos nos concedas que merezcamos tener en los cielos por intercesor a quien en la tierra veneramos por protector, Señor, que vives y reinas por los siglos de los siglos, Amén.

 

PRIMERA ORACIÓN A SAN JOSÉ

 Patrono de la Iglesia Universal

(Para cada domingo)

 

Castísimo José, esposo de María: me gozo de veros elevado a tan sublime dignidad y adornado de tan heroicas virtudes. Por los dulcísimos ósculos y estrechisimos abrazos que diste al Divino Jesús, os suplico me admitáis en el número de vuestros siervos. Proteged a las vírgenes y alcanzadnos a todos la gracia de conservar la pureza de cuerpo y de alma.

 

Amparad a los pobres y a los afligidos por la pobreza y amargas angustias que padecisteis en compañía de Jesús y María en Belén, Egipto y Nazaret; y haced que sufriendo con paciencia nuestros trabajos, merezcamos el eterno descanso.

 

 Sed protector de los pobres y esposos para que vivan en paz y eduquen en el Santo temor de Dios a sus hijos. Dad a los sacerdotes las virtudes que corresponden a su estado para tratar dignamente el Cuerpo de Jesús Sacramentado. A los que viven en comunidad inspiradles amor a la observancia religiosa. A los moribundos asistidlos en aquel trance supremo, pues tuviste la dicha de morir en los brazos de Jesús y de María.

 

Tended vuestra mano protectora a toda la Iglesia, pues habéis sido declarados por el Vicario de Cristo Patrono de la Iglesia Universal. Y pues libraste al Hijo de Dios del furor de Herodes libra a la Iglesia, Esposa tuya, del furor de los impíos y alcanzad que se abrevien los días malos y vengan la serenidad y la paz. Así sea.  

 

SEGUNDA ORACIÓN A SAN JOSÉ

Compuesta y escrita por Su Santidad León XIII (Para cada domingo)

 

 A Ti recurrimos en nuestra tribulación, Bienaventurado José, y después de implorar el socorro de tu Santísima Esposa, pedimos también confiadamente tu patrocinio por el afecto que te unió con la Inmaculada Virgen Madre de Dios y por el amor paternal con que trataste al Niño Jesús, te rogamos nos auxilies para llegar a la posesión de la herencia que Jesucristo nos conquistó con su sangre, nos asistas con tu poder y nos socorras en nuestras necesidades.

 

Proteged, oh prudentísimo Guardián de la Sagrada Familia, a la raza elegida de Jesucristo; presérvanos, oh Padre amantísimo, de toda mancha de 86 error y corrupción; muéstratenos propicio y asístenos de lo alto del Cielo, oh poderosísimo Libertador nuestro, en la batalla que estamos librando contra el poder de las tinieblas; y así como libraste al Niño Jesús del peligro de la muerte, defiende ahora a la Santa Iglesia de Dios contra la acechanza del enemigo y contra toda adversidad. Concédenos tu perpetua protección a fin de que animados por tu ejemplo y tu asistencia podamos vivir santamente, piadosamente morir y alcanzar la eterna beatitud del Cielo. Amén.


  Por las necesidades del Santo Padre el Papa:

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.


Su Santidad León XIII ha concedido una indulgencia de siete años y siete cuarentenas por cada vez que se rece devotamente esta devoción.

(Decretos de 15 Agosto de 1889 y 21 Septiembre del mismo año)

Quinto Domingo Devoción 7 Domingos a San José

 


ESPECIAL DEVOCIÓN DE LOS SIETE

DOMINGOS A SAN JOSÉ



 ACTO DE CONTRICIÓN

Oración inicial para cada domingo

 

Dios y Señor mío, en quien creo y espero y a quien amo sobre todas las cosas; al pensar en lo mucho que habéis hecho por mí y lo ingrato que he sido a vuestros favores, mi corazón se confunde y me obliga a exclamar: Piedad, Señor, para este hijo rebelde, perdonadle sus extravíos, que le pesa de haberos ofendido, y desea antes morir que volver a pecar. Confieso que soy indigno de esta gracia, pero os lo pido por los méritos de vuestro Padre nutricio, San José… Vos, glorioso Abogado mío, recibidme bajo vuestra protección y dadme el favor necesario para emplear bien este rato en obsequio vuestro y utilidad de mi alma. Amén. Jesús, María y José.

 

*QUINTO DOMINGO

Examinad seriamente, en presencia de Dios, si en vuestro corazón hay algún ídolo que ocupe el lugar de Jesús, y rogad a San José que os ayude a echarlo lejos ofreciendo la comunión a este fin. Aplicad la indulgencia por el descanso eterno de los misioneros difuntos que han llevado el culto de San José a los países infieles.

 

 MEDITACION QUINTO DOMINGO

Sobre los dolores y gozos de San José en la huida a Egipto.

 

1. La predicción del santo anciano Simeón no tardó en cumplirse. Apenas habían transcurrido algunos días desde la presentación del Salvador al Templo, cuando San José recibe de boca de un ángel la orden de huir a Egipto para sustraer al divino Niño del furor de Herodes. Era en la estación más rigurosa, el viaje muy largo y lleno de peligros, VIAN SILVESTRENM, OBSCURAM ET INHABITATAN, dice San Buenaventura.

 

La pobreza de José y el peligro del menor retardo no le permitieron procurarse las cosas más indispensables. María entonces contaba la edad de unos diez y seis años y Jesús algunas semanas. Solo Dios sabe lo que tuvieron que sufrir durante este largo y penoso viaje. ¿Por qué no es dado, exclama el piadoso Ludolfo de Sajonia, penetrar el profundo silencio de la Escritura y conocer detalladamente las privaciones de la Santa Familia? Tal vez descubriríamos para consuelo de los indigentes, que a menudo no tenía un bocado de pan para matar el hambre, ni un poco de agua para apagar la sed.

 

Después de dos meses de largo viaje los Augustos peregrinos llegaban por fin a la tierra del desierto. ¡Qué suplicio para el corazón de José tan encendido de amor por Jesús al tener que habitar en medio de un pueblo infiel que miraba con desprecio a los israelitas y prodigaba a viles criaturas, los homenajes y las adoraciones debidas tan solo al verdadero Dios! Y luego, ¡qué dolor tan intenso para el hijo de David, el ver que a su pueblo, ese pueblo en el que reinaron sus antepasados, privado de repente de este tesoro por el cual había tanto tiempo suspirado.

 

2. Sin embargo el Señor procuro a su siervo un gran consuelo. Apenas el niño Jesús hubo penetrado en tierra de Egipto, los demonios adorados desde tantos siglos en aquel país infiel, sintieron la presencia del que venía a destruir su imperio. Sobrecogidos de espanto huyeron en presencia del hijo de María cuya omnipotente virtud les hacía presentir al Hijo del Eterno, los oráculos enmudecieron, los dioses guardaron silencio forzado, y sus vanos simulacros vaciando en sus altares de mármol o de oro, cayeron hechos pedazos sobre el pavimento del templo, rindieron homenaje al verdadero Dios, a quien solo son debidas las adoraciones que a ellos le tributan.

 

José experimentó también, durante su estancia en Egipto, una alegría muy grande para su corazón, cuando oyó el Verbo encarnado pronunciar su primera palabra. ¡Ah! ¡Quién podrá expresar lo que paso en su alma al oír a Jesús llamarle su Padre, acompañando este dulce nombre de tiernas caricias que por parte de Jesús fueran favores divinos, testimonios razonados no solamente del amor de un niño para con su padre sino del amor de un Dios para con el más puro de todos los hombres.

 

Tal vez esta primera palabra del Verbo fue unida a esa gracia poderosa que pobló el Egipto de Santos, y que hizo de aquellos desiertos una escuela de virtud, donde las almas de selección fueron a ponerse al abrigo de las persecuciones de los tiranos y de la corrupción del mundo.

 

EJEMPLO QUINTO DOMINGO.

Un miembro de la Sociedad de San Vicente de Paul escribe lo siguiente: Visitaba yo, en nombre de la Conferencia de San Vicente de Paul de nuestra ciudad, a una pobre familia muy desgraciada compuesta de padre, madre y cinco niños. El padre se hallaba enfermo en el hospital; el más pequeño de los niños padecía también una enfermedad gravísima cuyos progresos hacía presagiar una muerte próxima.

 

Tenía el semblante pálido, demacrado, descompuesto, y su estado general de consunción era tan extraordinario, que bien podría decirse que el pobre niño, más que persona humana, parecía un esqueleto vivo. El médico al ver aquella situación 57 extrema, hubo de decir a la buena mujer estas palabras tan triste como dolorosas para una madre: Vuestro hijo va a morir, es inútil prescribir remedio, su curación es imposible. “Lo que es imposible al hombre no les es a Dios”.

 

 La desconsolada madre, al oír el pronóstico del médico se puso a llorar, pero de repente un destello de esperanza vino a iluminar su espíritu, y volvió a infundirle un poco de valor. Recordó que ya había dado a uno de sus hijos algunas semanas antes, un opúsculo intitulado: DEVOCIÓN DE LOS SIETE DOMINGOS CONSAGRADOS A SAN JOSÉ; este pequeño libro ella lo había leído y releído ya varias veces: los rasgos de protección de San José que contenía, acudieron a su memoria, se sintió súbitamente animada de la más viva confianza y dirigiéndose a sus hijos, les dijo que era necesaria empezar desde luego una novena a San José, para pedirle la curación de Pablo (éste era el nombre del niño enfermo).

 

San José no hizo esperar mucho tiempo la curación solicitada por medio de súplicas y oraciones tan llenas de confianza en él. Al fin de la novena el niño enfermo empezó a recobrar las perdidas fuerzas y el apetito, siguiendo siempre en mejoría de tal suerte que al cabo de quince días o de tres semanas a lo más, su curación fue completa, continuando en perfecto estado de salud y con notable robustez. A la edad de cinco años entró a la escuela de los Hermanos de la Doctrina Cristiana. Esta maravilla tuvo lugar en el día de Pascua, y fue presagio de una inteligencia precoz en aquel año.

 

QUINTO DOLOR Y GOZO

 (Para cada domingo)

 ¡Oh custodio vigilante del Hijo de Dios humanado! Me compadezco de lo mucho que padeciste en la huida a Egipto, de las grandes fatigas de aquella larga peregrinación y de lo que te costó el poder atender a la subsistencia de la Sagrada Familia en el destierro; pero me gozo de tu alegría al ver caer los ídolos por el suelo cuando el Salvador entraba en Egipto. Por este dolor y gozo te pido nos alcances que huyendo de las ocasiones de pecar, veamos caer los dolos de los afectos terrenos y no vivamos sino para Jesús y María, hasta ofrecerle nuestro último suspiro. Padre Nuestro y Avemaría y Gloria

 

ANTIFONA.

Tenía Jesús al empezar su vida pública cerca de treinta años y aún se le creía hijo de José.

V. ¡Oh San José! Ruega por nosotros.

R. Para que seamos dignos de las promesas de Cristo.

 

ORACIÓN

Oh Dios, que con providencia inefable te dignaste elegir al bienaventurado San José por esposo de tu Madre te rogamos nos concedas que merezcamos tener en los cielos por intercesor a quien en la tierra veneramos por protector, Señor, que vives y reinas por los siglos de los siglos, Amén.

 

PRIMERA ORACIÓN A SAN JOSÉ

 Patrono de la Iglesia Universal

(Para cada domingo)

 

Castísimo José, esposo de María: me gozo de veros elevado a tan sublime dignidad y adornado de tan heroicas virtudes. Por los dulcísimos ósculos y estrechísimos abrazos que diste al Divino Jesús, os suplico me admitáis en el número de vuestros siervos. Proteged a las vírgenes y alcanzadnos a todos la gracia de conservar la pureza de cuerpo y de alma.

 

Amparad a los pobres y a los afligidos por la pobreza y amargas angustias que padecisteis en compañía de Jesús y María en Belén, Egipto y Nazaret; y haced que sufriendo con paciencia nuestros trabajos, merezcamos el eterno descanso.

 

 Sed protector de los pobres y esposos para que vivan en paz y eduquen en el Santo temor de Dios a sus hijos. Dad a los sacerdotes las virtudes que corresponden a su estado para tratar dignamente el Cuerpo de Jesús Sacramentado. A los que viven en comunidad inspiradles amor a la observancia religiosa. A los moribundos asistidlos en aquel trance supremo, pues tuviste la dicha de morir en los brazos de Jesús y de María.

 

Tended vuestra mano protectora a toda la Iglesia, pues habéis sido declarados por el Vicario de Cristo Patrono de la Iglesia Universal. Y pues libraste al Hijo de Dios del furor de Herodes libra a la Iglesia, Esposa tuya, del furor de los impíos y alcanzad que se abrevien los días malos y vengan la serenidad y la paz. Así sea.  

 

SEGUNDA ORACIÓN A SAN JOSE

Compuesta y escrita por Su Santidad León XIII (Para cada domingo)

 

 A Ti recurrimos en nuestra tribulación, Bienaventurado José, y después de implorar el socorro de tu Santísima Esposa, pedimos también confiadamente tu patrocinio por el afecto que te unió con la Inmaculada Virgen Madre de Dios y por el amor paternal con que trataste al Niño Jesús, te rogamos nos auxilies para llegar a la posesión de la herencia que Jesucristo nos conquistó con su sangre, nos asistas con tu poder y nos socorras en nuestras necesidades.

 

Proteged, oh prudentísimo Guardián de la Sagrada Familia, a la raza elegida de Jesucristo; presérvanos, oh Padre amantísimo, de toda mancha de 86 error y corrupción; muéstratenos propicio y asístenos de lo alto del Cielo, oh poderosísimo Libertador nuestro, en la batalla que estamos librando contra el poder de las tinieblas; y así como libraste al Niño Jesús del peligro de la muerte, defiende ahora a la Santa Iglesia de Dios contra la acechanza del enemigo y contra toda adversidad. Concédenos tu perpetua protección a fin de que animados por tu ejemplo y tu asistencia podamos vivir santamente, piadosamente morir y alcanzar la eterna beatitud del Cielo. Amén.


 Por las necesidades del Santo Padre el Papa:

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.


Su Santidad León XIII ha concedido una indulgencia de siete años y siete cuarentenas por cada vez que se rece devotamente esta devoción.

(Decretos de 15 Agosto de 1889 y 21 Septiembre del mismo año)

 

Cuarto Domingo Devoción 7 Domingos a San José




ESPECIAL DEVOCIÓN DE LOS SIETE

DOMINGOS A SAN JOSÉ

 

 ACTO DE CONTRICIÓN

Oración inicial para cada domingo

 

Dios y Señor mío, en quien creo y espero y a quien amo sobre todas las cosas; al pensar en lo mucho que habéis hecho por mí y lo ingrato que he sido a vuestros favores, mi corazón se confunde y me obliga a exclamar: Piedad, Señor, para este hijo rebelde, perdonadle sus extravíos, que le pesa de haberos ofendido, y desea antes morir que volver a pecar. Confieso que soy indigno de esta gracia, pero os lo pido por los méritos de vuestro Padre nutricio, San José… Vos, glorioso Abogado mío, recibidme bajo vuestra protección y dadme el favor necesario para emplear bien este rato en obsequio vuestro y utilidad de mi alma. Amén. Jesús, María y José.

 

*CUARTO DOMINGO

Durante la Santa Misa uníos al Sacerdote y entrad en las disposiciones de San José cuando ofreció a Jesús al Padre Eterno. Ofrecédselo en la Sagrada Comunión. Aplicad la indulgencia plenaria por las almas que más han trabajado en extender la devoción a San José.

 

MEDITACIÓN CUARTO DOMINGO

Sobre los dolores y gozos de San José en el misterio de la presentación del Niño Jesús al Templo.

 

1. El Padre Eterno al escoger a José para reemplazarle cerca de su Hijo único, le había comunicado el amor que arde en El por este Bien amado en quien ha puesto todas las complacencias. José tenía para Jesús un corazón de Padre, y fue un dolor inmenso el que sintió cuando oyó al anciano Simeón anunciar a su divina Madre que este amado Niño, fruto bendito de sus virginales entrañas, sería un signo de enemistad, de odio y de venganza.

 

La pasión del Salvador, tal como había sido predicha por los Profetas se presentó toda entera, con sus circunstancias las más lúgubres, al corazón de José sumido en un mar de amargura. La voz lamentable de los Profetas de Israel repitiendo uno a uno los dolores del Hijo del Hombre, resonó en el fondo el corazón de José, y su amor de padre prestaba dolores más vivos aún al cuadro tan completo de los padecimientos, de las humillaciones reservadas al Cristo.

 

En adelante, Jesús no será ya para José sino un objeto de dolor; todas las alegrías que le dará serán mezcladas de amargura a cada tierna mirada que el Salvador dirigía sobre él, vendrá luego a unirse la dolorosa visión de sus ojos divinos, velados por la sombra de la muerte. Cuando Abraham, para obedecer a Dios, le hizo el sacrificio de su hijo único, tuvo cuidado de ocultar a Sara la orden que había recibido del cielo.

 

Los gemidos de la madre de Isaac, su desesperación a la vista de la inmolación del hijo de sus entrañas hubiera hecho mil veces más intenso el dolor del patriarca y tal vez habrían detenido su brazo. Dios no quiso someterlo a esta dura prueba. El Señor, que conocía la generosidad de José, le trató con menos indulgencia. ¿Quién podrá expresar lo que pasó en su corazón sensible cuando oyó a Simeón anunciar a María que: SU ALMA DE MADRE SERIA TRASPASADA CON UNA ESPADA DE DOLOR? De más edad que su augusta Esposa, se creía morir el primero, y que María sobreviviera a su Divino Hijo llevando sola el peso de su dolor, inmenso como un mar sin fondo y sin playa.

 

Cuál es el hombre, exclama la Santa Iglesia en sus patéticas lamentaciones, ¿cuál es el hombre que no lloraría a la vista de una pobre madre abrumada de tantas desgracias? Comprended después de esto, si os es posible, la aflicción de José al pensar en las terribles pruebas reservadas a María, que estaba unida a él con tan puros y estrechos lazos. El provenir le desarrollaba todos los misterios de iniquidad que encerraba en sus profundidades.

 

José veía a los pecadores y a los impíos convertidos en enemigos de su Hijo y de su Esposa inmaculada trabajando incesantemente para destruir la obra de la redención, negando la divinidad de Jesucristo, rechazando la maternidad divina de María. Así se cumplía tristemente ante sus ojos la RUINA DE MUCHOS, pronosticada por Simeón. Este porvenir de ingratitudes y de abominaciones desgarraba el corazón compasivo de José.

 

2. Él no hubiera resistido a esta aflicción profunda, si Dios para aligerar el peso de su dolor, no le hubiera hecho entrever también esas multitudes innumerables de todas las naciones que debían servir a Jesús y a María y encontrar en su amor la felicidad de este mundo y una resurrección gloriosa al fin de los tiempos: POSITUS EST HIC IN RESURRECTIONEM MULTORUM IN ISRAEL.

 

Sería necesario amar a Jesús como José para poder apreciar como él: el valor de las almas rescatadas con la muerte del Divino Hijo, para comprender cuanto esta esperanza endulzaba su sacrificio y llenaba su corazón de consuelo, Jesús será amado: María, su Santa Madre recibirá los homenajes de los corazones más nobles y más puros; en todas partes les levantarán altares y hasta la consumación de los siglos.

 

Dios suscitará almas generosas dispuestas a sacrificar mil veces su vida y sus más caros intereses de renunciar a la dicha de servirles y de hacerles conocer y amar de todos. ¡Oh me parece oír a José exclamar en los transportes de su amor! Oh almas bien amadas, que habéis costado la sangre de mi Salvador, rendíos en mis ardientes deseos; venid a abrazar a ese Dios inmolado que yo amo y adoro; venid a alistaros bajo su estandarte glorioso.

 

Para aseguraros este favor he hecho de concierto con María, mi Esposa inmaculada, al Señor, el sacrificio de su Hijo único. Pero si yo puedo ganar vuestras almas, si yo puedo llevarlas al cielo mis sufrimientos y sacrificios se convertirán en un manantial de alegría y de toda mi felicidad.

 

EJEMPLO CUARTO DOMINGO

 Una hija de María, sintiéndose llamada desde su tierna edad a tomar el habito de un instituto de caridad, al llegar a los diez y siete años empezó el noviciado en uno de ellos con un fervor tal, que desempeño a satisfacción de sus superiores todos los encargos que se le confiaron. Al cabo de doce años, engañada por “una ilusión del ángel de las tinieblas transformando en ángel de la luz” (como ella misma confesó después) se le puso en la cabeza que Dios le pedía el sacrificio de su vocación y que debía entrar en un convento de clausura; así es que se separo del camino en que Dios la había colocado para seguir al que se creía llamada.

 

Dado el primer paso ya se vio perdida, y aunque procuraba preservar en su nueva vocación y hacer frente a los remordimientos que la perseguían por no haber querido obedecer a sus superiores, todo era en vano; jamás estaba tranquila, de lo que resulto ir debilitándose en sus fuerzas físicas y morales, viéndose por fin obligada a volver al seno de su familia. Allí, a pesar de prodigársele los más afectuosos cuidados a fin de que se quedase en el mundo, jamás en su interior sentía satisfacción alguna, suspirando continuamente por su vocación primera. Cinco meses transcurrieron sin que pudiese obtener un despacho favorable de sus antiguos suspiros a las solicitudes que les presentaba, suplicas, novenas, ayunos, mortificaciones, de todo se valió para aplacar al buen Dios que se mostraba inflexible.

 

Pareciéndose que no podía jamás volver al primer convento, se le facilito la entrada a otro, pero su alma no podía encontrar reposo en ninguna parte, acordándose de su falta. “Mi vocación primera – exclamaba siempre será un fiscal que reprochará mi infidelidad”. Una amiga suya confidente de sus penas, la aconsejo recurriese a San José, poniéndose bajo su patrocinio, y que hiciese la devoción de los SIETE DOMINGOS.

 

Acepto el consejo; invoco de corazón al poderoso patriarca; le representó los derechos que tenía a su protección, ya por llevar su nombre, ya por ser hija de su Divina Esposa, la Virgen inmaculada; puso su suerte entre sus manos, y en el fervor de una confianza sencilla, y fue el mes de marzo como término de sus penas. Durante seis semanas no cesó de rogar al Consolador de las almas afligidas, y el 17 de dicho mes por una disposición patente de la Divina Providencia, se encontró con su superior quien enterado de su situación y arrepentido, la admitió de nuevo en la comunidad, con la condición de empezar otro noviciado.

 

El día 19, fiesta de San José, volvió a vestir el santo hábito de su vocación con una alegría increíble y una satisfacción imposible de explicar. ¡Cuán necesario es averiguar lo que Dios pide de nosotros y una vez conocido, no desistir por ningún caso de lo comenzado!

 

CUARTO DOLOR Y GOZO

(Para cada domingo)

 

¡Oh fidelísimo Santo, a quien fueron confiados los misterios de nuestra redención! Te compadezco por el dolor que te causó la profecía con que Simeón anunció lo que habían de padecer Jesús y María; y me gozo del consuelo que te dio el mismo Simeón profetizando la multitud de almas que se habían de salvar por la Pasión del Salvador. Te suplico por este dolor y gozo nos alcances ser del número de los que se han de salvar por los méritos de Cristo y por la intercesión de su Madre.

Padre Nuestro y Avemaría y Gloria.

 

ANTIFONA.

Tenía Jesús al empezar su vida pública cerca de treinta años y aún se le creía hijo de José.

V. ¡Oh San José! Ruega por nosotros.

R. Para que seamos dignos de las promesas de Cristo.

 

ORACIÓN

Oh Dios, que con providencia inefable te dignaste elegir al bienaventurado San José por esposo de tu Madre te rogamos nos concedas que merezcamos tener en los cielos por intercesor a quien en la tierra veneramos por protector, Señor, que vives y reinas por los siglos de los siglos, Amén.


PRIMERA ORACIÓN A SAN JOSÉ

 Patrono de la Iglesia Universal

(Para cada domingo)

 

Castísimo José, esposo de María: me gozo de veros elevado a tan sublime dignidad y adornado de tan heroicas virtudes. Por los dulcísimos ósculos y estrechísimos abrazos que diste al Divino Jesús, os suplico me admitáis en el número de vuestros siervos. Proteged a las vírgenes y alcanzadnos a todos la gracia de conservar la pureza de cuerpo y de alma.

 

Amparad a los pobres y a los afligidos por la pobreza y amargas angustias que padecisteis en compañía de Jesús y María en Belén, Egipto y Nazaret; y haced que sufriendo con paciencia nuestros trabajos, merezcamos el eterno descanso.

 

 Sed protector de los pobres y esposos para que vivan en paz y eduquen en el Santo temor de Dios a sus hijos. Dad a los sacerdotes las virtudes que corresponden a su estado para tratar dignamente el Cuerpo de Jesús Sacramentado. A los que viven en comunidad inspiradles amor a la observancia religiosa. A los moribundos asistidlos en aquel trance supremo, pues tuviste la dicha de morir en los brazos de Jesús y de María.

 

Tended vuestra mano protectora a toda la Iglesia, pues habéis sido declarados por el Vicario de Cristo Patrono de la Iglesia Universal. Y pues libraste al Hijo de Dios del furor de Herodes libra a la Iglesia, Esposa tuya, del furor de los impíos y alcanzad que se abrevien los días malos y vengan la serenidad y la paz. Así sea.  

 

SEGUNDA ORACIÓN A SAN JOSE

Compuesta y escrita por Su Santidad León XIII (Para cada domingo)

 

 A Ti recurrimos en nuestra tribulación, Bienaventurado José, y después de implorar el socorro de tu Santísima Esposa, pedimos también confiadamente tu patrocinio por el afecto que te unió con la Inmaculada Virgen Madre de Dios y por el amor paternal con que trataste al Niño Jesús, te rogamos nos auxilies para llegar a la posesión de la herencia que Jesucristo nos conquistó con su sangre, nos asistas con tu poder y nos socorras en nuestras necesidades.

 

Proteged, oh prudentísimo Guardián de la Sagrada Familia, a la raza elegida de Jesucristo; presérvanos, oh Padre amantísimo, de toda mancha de 86 error y corrupción; muéstratenos propicio y asístenos de lo alto del Cielo, oh poderosísimo Libertador nuestro, en la batalla que estamos librando contra el poder de las tinieblas; y así como libraste al Niño Jesús del peligro de la muerte, defiende ahora a la Santa Iglesia de Dios contra la acechanza del enemigo y contra toda adversidad. Concédenos tu perpetua protección a fin de que animados por tu ejemplo y tu asistencia podamos vivir santamente, piadosamente morir y alcanzar la eterna beatitud del Cielo. Amén.

 

Por las necesidades del Santo Padre el Papa:

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.


Su Santidad León XIII ha concedido una indulgencia de siete años y siete cuarentenas por cada vez que se rece devotamente esta devoción.

(Decretos de 15 Agosto de 1889 y 21 Septiembre del mismo año)

 

Tercer Domingo Devoción de 7 Domingos a San José


 

ESPECIAL DEVOCIÓN DE LOS SIETE

DOMINGOS A SAN JOSÉ


ACTO DE CONTRICIÓN

Oración inicial para cada domingo

 

Dios y Señor mío, en quien creo y espero y a quien amo sobre todas las cosas; al pensar en lo mucho que habéis hecho por mí y lo ingrato que he sido a vuestros favores, mi corazón se confunde y me obliga a exclamar: Piedad, Señor, para este hijo rebelde, perdonadle sus extravíos, que le pesa de haberos ofendido, y desea antes morir que volver a pecar. Confieso que soy indigno de esta gracia, pero os lo pido por los méritos de vuestro Padre nutricio, San José… Vos, glorioso Abogado mío, recibidme bajo vuestra protección y dadme el favor necesario para emplear bien este rato en obsequio vuestro y utilidad de mi alma. Amén. Jesús, María y José. 


*TERCER DOMINGO

Al prepararnos para recibir a Jesús Sacramentado, saludad a San José y pedidle su bendición. Al comulgar, esforzaos en entrar en sus santas disposiciones, cuando vio correr la sangre del Salvador y ofrecer la comunión por la conversión de los enemigos de la Iglesia. Aplicad la indulgencia por las almas que tuvieron mucha devoción a la preciosa sangre de Jesucristo.

 

 MEDITACIÓN TERCER DOMINGO

Sobre los dolores y gozos de San José en la Circuncisión del Niño Jesús

 

1. El Mesías que venía a dar cumplimiento a toda ley, quiso por humildad someterse a la ceremonia tan dolorosa de la circuncisión. José, según la opinión de muchos fue su ministro. ¡Cuánto debió costar a él mismo esa ceremonia! Es cierto que todos los Israelitas veían a sus hijos sometidos a la misma ley, más por grande que fuese el amor que le profesaban no podía compararse al que José sentía por Jesús, a quien amaba como a su hijo y como a su Dios.

 

Por otra parte, este santo Patriarca sabía perfectamente que bajo las debilidades de la infancia, el Salvador gozaba de la plenitud de la razón; que se somete voluntariamente a todo lo que de Él se exigía; que sentía a la vez el deseo y el temor del sufrimiento y que esta operación sangrienta no es para El sino el preludio y como ensayo de los suplicios que le estaban reservados en el Calvario.

 

Los gritos del Divino Niño y las angustias de su pobre Madre desgarraban el corazón de José; sin embargo, lleno de un valor sobrenatural y de una me fe más admirable que la de Abraham, el augusto Esposo de María, penetrando los designios de su Divino Hijo, ofrece al Padre Eterno la preciosa Sangre que acaba de ser derramada por nuestra salud y de la cual una sola gota hubiera bastado para rescatar mil mundos.

 

2. José, al terminar su sublime misterio, dio al Hijo de Dios el nombre adorable de Jesús, según la orden que había recibido del Cielo mismo. ¿Quién podrá expresar con que confianza y con qué amor pronunció José de primero este nombre de salud dado a nuestro Divino Libertador? Este nombre de Jesús, que debía ser nuestro consuelo en la peregrinación de esta vida, y nuestra esperanza al llegar a la hora de la muerte.

 

Este nombre adorable que José se complacía en invocar con frecuencia era más dulce a su boca que exquisita miel, más suave a su oído que arrolladora melodía. El nombre de Jesús debe ser el principio y fin de todas nuestras acciones; frecuente por la invocación, frecuente y piadoso este nombre adorable; el fin, porque no debemos poner la mirada en otro bien, en otro objeto que su gloria.

 

Fieles servidores del mejor de los amos; a ejemplo de San José, complaceos en repetir este nombre, que es superior a todo nombre, y recibiréis alivio en vuestras penas, consuelo en vuestras aflicciones. Como José invocad al nombre de Jesús con fe en su poder, con confianza en su amor; porque el Salvador mismo nos ha dicho: “Todo lo que pidiereis a mi Padre en mi nombre os será concedido” (Juan, 14).

 

Decidle como aquel hombre privado de la vista: “Jesús, Hijo de David, tened piedad de mí”, o como los diez leprosos: “Jesús, nuestro dueño, tened piedad de nosotros”, y experimentaréis bien pronto su favor y ayuda. Acordaos que era en nombre de Jesús que los Apóstoles obraban milagros. “En nombre de Jesús levántate y anda” dijo San Pedro al paralítico.

 

En las tentaciones que el demonio os suscite, invocad el santo nombre de Jesús, nombre poderoso en el infierno, puesto que espanta a todos los demonios. Este nombre sagrado hace temblar a los ángeles rebeldes porque les recuerda Aquel cuyo poder destruyó el imperio que tenían sobre los hombres.

 

¡Oh nombre sagrado de Jesús! Verdaderamente eres un aceite derramado para curar nuestras llagas y comunicar la salud a nuestras Amas, porque ¿quién puede pensar en este momento divino sin representarse al mismo tiempo el modelo perfecto y el conjunto de todas las virtudes en el más eminente grado en la persona de Jesús? Poned, pues vuestro santo nombre en nuestras almas en nuestros espíritus, en nuestros corazones y en nuestros labios. Señor Jesús, y concédenos por este nombre la gracia de vivirte, la fuerza de imitaros y aprender de Vos a no crear nuevos mundos, sino a obedecer, a sufrir y a humillarnos.

 

EJEMPLO TERCER DOMINGO

Una distinguida señora de Bélgica escribió a una amiga suya, participándole el favor que acababa de recibir de San José. Una persona ya entrada en años, por la cual ella se interesaba mucho, vivía en completo olvido de sus deberes religiosos, de suerte que hacía más de treinta y cinco años que no había recibido ningún sacramento ni practicado acto alguno de devoción.

 

Ni las instancias reiteradas de varios amigos influyentes, ni los avisos providenciales enviados a esta oveja descarriada fueron bastantes para ablandar su corazón empedernido. Cayó enferma esta infeliz y se puso de cuidado. Entonces fue cuando la caritativa señora alarmada por el estado crítico de su querida anciana, buscaba medios para que no se perdiese aquella alma que tanto había costado al Divino Redentor, acordándose del gran poder del patriarca San José (de quien era muy devota) para socorro de los moribundos le suplicó que viniese en su ayuda, y llena de fervor le prometió hacer la devoción de los SIETE DOMINGOS, en memoria de sus dolores y gozos, esperando le alcanzase la conversión del enfermo que ella tanto deseaba, ¡Cosa admirable!

 

Ya el primer domingo San José empezó su obra: fue un sacerdote a visitar al enfermo, este le recibió muy bien y le insinuó que quería confesarse; hizo una confesión entera y muy dolorosa; y pidió le administrasen los demás sacramentos al día siguiente. A pesar de su extrema debilidad, el buen anciano recibió de rodillas en la cama a su Dios, a quien había olvidado por tan largo tiempo y desde entonces no cesó de demostrar la alegría de que estaba llena su alma. Había perdido la fe, pero la recobró y con ella una eterna gloria. Ojalá este nuevo favor, obtenido por medio de la devoción de los SIETE DOMINGOS, mueva a otras buenas almas a practicarla, para conseguir la conversión de aquellas personas por las cuales se interesan.

 

TERCER DOLOR Y GOZO

 (Para cada domingo)

 

 ¡Oh, modelo perfecto de conformidad con la voluntad divina! Te compadezco por el dolor que sentiste al ver que el Niño Dios derramaba su sangren en la circuncisión; y me gozo del consuelo que experimentaste al oírle llamar Jesús. Por este dolor y gozo te pido nos alcances que podamos vencer nuestras pasiones en esta vida y morir invocando el dulcísimo nombre de Jesús.

Padre Nuestro y Avemaría y Gloria

 

ANTIFONA.

Tenía Jesús al empezar su vida pública cerca de treinta años y aún se le creía hijo de José.

V. ¡Oh San José! Ruega por nosotros.

R. Para que seamos dignos de las promesas de Cristo.

 

ORACIÓN

Oh Dios, que con providencia inefable te dignaste elegir al bienaventurado San José por esposo de tu Madre te rogamos nos concedas que merezcamos tener en los cielos por intercesor a quien en la tierra veneramos por protector, Señor, que vives y reinas por los siglos de los siglos, Amén.

 

PRIMERA ORACIÓN A SAN JOSÉ

 Patrono de la Iglesia Universal

(Para cada domingo)

 

Castísimo José, esposo de María: me gozo de veros elevado a tan sublime dignidad y adornado de tan heroicas virtudes. Por los dulcísimos ósculos y estrechísimos abrazos que diste al Divino Jesús, os suplico me admitáis en el número de vuestros siervos. Proteged a las vírgenes y alcanzadnos a todos la gracia de conservar la pureza de cuerpo y de alma.

 

Amparad a los pobres y a los afligidos por la pobreza y amargas angustias que padecisteis en compañía de Jesús y María en Belén, Egipto y Nazaret; y haced que sufriendo con paciencia nuestros trabajos, merezcamos el eterno descanso.

 

 Sed protector de los pobres y esposos para que vivan en paz y eduquen en el Santo temor de Dios a sus hijos. Dad a los sacerdotes las virtudes que corresponden a su estado para tratar dignamente el Cuerpo de Jesús Sacramentado. A los que viven en comunidad inspiradles amor a la observancia religiosa. A los moribundos asistidlos en aquel trance supremo, pues tuviste la dicha de morir en los brazos de Jesús y de María.

 

Tended vuestra mano protectora a toda la Iglesia, pues habéis sido declarados por el Vicario de Cristo Patrono de la Iglesia Universal. Y pues libraste al Hijo de Dios del furor de Herodes libra a la Iglesia, Esposa tuya, del furor de los impíos y alcanzad que se abrevien los días malos y vengan la serenidad y la paz. Así sea.  

 

SEGUNDA ORACIÓN A SAN JOSE

Compuesta y escrita por Su Santidad León XIII (Para cada domingo)

 

 A Ti recurrimos en nuestra tribulación, Bienaventurado José, y después de implorar el socorro de tu Santísima Esposa, pedimos también confiadamente tu patrocinio por el afecto que te unió con la Inmaculada Virgen Madre de Dios y por el amor paternal con que trataste al Niño Jesús, te rogamos nos auxilies para llegar a la posesión de la herencia que Jesucristo nos conquistó con su sangre, nos asistas con tu poder y nos socorras en nuestras necesidades.

 

Proteged, oh prudentísimo Guardián de la Sagrada Familia, a la raza elegida de Jesucristo; presérvanos, oh Padre amantísimo, de toda mancha de 86 error y corrupción; muéstratenos propicio y asístenos de lo alto del Cielo, oh poderosísimo Libertador nuestro, en la batalla que estamos librando contra el poder de las tinieblas; y así como libraste al Niño Jesús del peligro de la muerte, defiende ahora a la Santa Iglesia de Dios contra la acechanza del enemigo y contra toda adversidad. Concédenos tu perpetua protección a fin de que animados por tu ejemplo y tu asistencia podamos vivir santamente, piadosamente morir y alcanzar la eterna beatitud del Cielo. Amén.

 

Por las necesidades del Santo Padre el Papa:

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.


Su Santidad León XIII ha concedido una indulgencia de siete años y siete cuarentenas por cada vez que se rece devotamente esta devoción.

(Decretos de 15 Agosto de 1889 y 21 Septiembre del mismo año)