MES DE SAN JOSÉ
DÍA 9
ORACIÓN INICIAL
Bienaventurado San José,
acudimos
en nuestra tribulación;
y,
después de invocar
el
auxilio de vuestra Santísima Esposa,
solicitamos
también
confiadamente
vuestro patrocinio.
Por aquella caridad que
con
la Inmaculada Virgen María,
Madre
de Dios, os tuvo unido,
y
por el paterno amor
con
que abrazasteis al Niño Jesús,
humildemente
os suplicamos
volváis
benigno los ojos
a
la herencia que
con
su Sangre adquirió Jesucristo,
y
con vuestro poder
y
auxilio socorráis nuestras necesidades.
Proteged, oh providentísimo
Custodio
de la Sagrada Familia,
la
escogida descendencia de Jesucristo;
apartad
de nosotros
toda
mancha de error y corrupción;
asistidnos
propicio, desde el Cielo,
fortísimo
libertador nuestro
en
esta lucha
con
el poder de las tinieblas;
y,
como en otro tiempo
librasteis al
Niño Jesús
del
inminente peligro de su vida,
así,
ahora, defended
la
Iglesia Santa de Dios
de
las asechanzas de sus enemigos
y
de toda adversidad,
y
a cada uno de nosotros
protegednos
con perpetuo patrocinio,
para
que, a ejemplo vuestro
y
sostenidos por vuestro auxilio,
podamos
santamente vivir
y
piadosamente morir
y
alcanzar en el Cielo
la
eterna felicidad. Amén.
DÍA 9 de marzo
Intercesión de los santos
El Magisterio de la Iglesia ha declarado en repetidas ocasiones que los santos en el Cielo ofrecen a Dios los méritos que alcanzaron en la tierra por quienes todavía nos encontramos en camino. También enseña que es bueno y provechoso invocarlos, no sólo en común, sino particularmente, poniéndolos por intercesores ante el Señor (Cfr. CONC. DE TRENTO , Sesión 25, De invocatione et veneratione sanctorum; Dz 984; CONC. VAT. II, Const. Lumen gentium, 49).
Santo Tomás explica la mediación de los santos diciendo que ésta no se debe a la imperfección de la misericordia divina, ni que convenga mover su clemencia mediante esta intercesión, sino para que se guarde en las cosas el orden debido, ya que ellos son los más cercanos a Dios (Cfr. SANTO TOMAS, Suma Teológica, Supl. , q. 72, a. 2 c y ad 1). Pertenece a su gloria prestar ayuda a los necesitados, y así se constituyen en cooperadores de Dios, «por encima de lo cual no hay nada más divino» (Cfr. Ibídem, a. 1).
Aunque los santos no están en estado de merecer, pueden pedir en virtud de los méritos que alcanzaron en la vida, los cuales ponen delante de la misericordia divina. Piden también presentando nuestras súplicas, reforzadas por las de ellos, y ofreciendo de nuevo a Dios las obras buenas que hicieron en la tierra (Ibídem, a. 3), que duran para siempre. Aunque ya no merecen para sí -el tiempo de merecimiento terminó con la muerte-, sin embargo sí están «en estado de merecer para otros, o mejor, de ayudarlos por razón de sus méritos anteriores, ya que, mientras vivieron, merecieron ante Dios que sus oraciones fuesen escuchadas después de la muerte» (Ibídem, ad 4).
Las ayudas ordinarias y extraordinarias que nos consiguen los santos dependen del grado de santidad y de unión con Dios que lograron, de la perfección de su caridad (Ibídem, 1-2, q. 114, a. 4), de los méritos que alcanzaron en su vida terrena, de la devoción con que se les invoca «o porque Dios quiere declarar su santidad» (Ibídem, 2-2, q. 83, a. 11 ad 1 y 4). La intercesión de algunos de ellos es especialmente eficaz en algunas causas y necesidades: para lograr que una persona alejada de Dios se acerque al sacramento de la Penitencia, en las necesidades familiares, en el trabajo, en la enfermedad... (Ibídem, Supl. , q. 72, a. 2 ad 2).
No se aparta de la verdad la piedad de las almas sencillas que encomiendan a determinados santos una necesidad específica. La intercesión de los santos «depende muy particularmente de los méritos accidentales que adquirieron en sus diversos estados y ocupaciones de la vida -enseña Santo Tomás-. El que mereció extraordinariamente padeciendo una enfermedad o desempeñando un oficio particular, debe tener especial virtud para ayudar a aquellos que padecen y le invocan en la misma enfermedad o se ejercitan en el mismo oficio y cumplen los mismos deberes» (B. LLAMERA, Teología de San José, p. 312).
Santa Teresa de Jesús, hablando de la eficacia de la intercesión de San José, señala que así como a otros santos parece que Dios les otorgó la capacidad de interceder por alguna necesidad en particular, «a este glorioso santo tengo experiencia que socorre en todas y que el Señor quiere darnos a entender que así como le fue sujeto en la tierra -que como tenía nombre de padre siendo ayo, le podía mandar-ansí en el Cielo hace cuanto le pide» (SANTA TERESA, Vida, 6). No dejemos de acudir a él en tantas necesidades como tenemos, principalmente en las de aquellos que tenemos encomendados.
ORACIÓN FINAL
Oh custodio y padre de Vírgenes San José a cuya fiel custodia
fueron encomendadas la misma inocencia de Cristo Jesús y la Virgen de las
vírgenes María; por estas dos queridísimas prendas Jesús y María, te ruego y
suplico me alcances, que preservado yo de toda impureza, sirva siempre
castísimamente con alma limpia, corazón puro y cuerpo casto a Jesús y a María.
Amén.
Jesús José y María
os
doy mi corazón y el alma mía
Jesús, José y María
asistidme
en mi última agonía.
Jesús, José y María
con
Vos descanse en paz el alma mía.
Oh
Dios que con inefable providencia te dignaste escoger al bienaventurado José
por Esposo de tu Madre Santísima; concédenos que, pues le veneramos como
protector en la tierra, merezcamos tenerle como protector en los cielos. Oh
Dios que vives y reinas en los siglos de los siglos. Amén.
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