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SANTORAL LITÚRGICO

El Niño Dios a nacido en Belén

HIMNO A SAN JOSÉ

HIMNO A SAN JOSÉ

Hoy a tus pies, ponemos nuestra vida; Hoy a tus pies, ¡Glorioso San José! Escucha nuestra oración, Y por tu intercesión, Obtendremos, la paz del corazón; En Nazaret, junto a la Virgen Santa, En Nazaret ¡Glorioso San José! Cuidaste al niño Jesús, Pues por tu gran virtud, Fuiste digno custodio de la luz. Con sencillez humilde carpintero; Con sencillez ¡Glorioso San José! Hiciste bien tu labor, obrero del Señor, Ofreciendo, trabajo y oración. Tuviste fe, en Dios y su promesa; Tuviste fe, ¡Glorioso San José! Maestro de oración, alcanzarnos el don, De escuchar, y seguir la voz de Dios:

domingo, 28 de febrero de 2021

Quinto Domingo Devoción 7 Domingos a San José

 


ESPECIAL DEVOCIÓN DE LOS SIETE

DOMINGOS A SAN JOSÉ



 ACTO DE CONTRICIÓN

Oración inicial para cada domingo

 

Dios y Señor mío, en quien creo y espero y a quien amo sobre todas las cosas; al pensar en lo mucho que habéis hecho por mí y lo ingrato que he sido a vuestros favores, mi corazón se confunde y me obliga a exclamar: Piedad, Señor, para este hijo rebelde, perdonadle sus extravíos, que le pesa de haberos ofendido, y desea antes morir que volver a pecar. Confieso que soy indigno de esta gracia, pero os lo pido por los méritos de vuestro Padre nutricio, San José… Vos, glorioso Abogado mío, recibidme bajo vuestra protección y dadme el favor necesario para emplear bien este rato en obsequio vuestro y utilidad de mi alma. Amén. Jesús, María y José.

 

*QUINTO DOMINGO

Examinad seriamente, en presencia de Dios, si en vuestro corazón hay algún ídolo que ocupe el lugar de Jesús, y rogad a San José que os ayude a echarlo lejos ofreciendo la comunión a este fin. Aplicad la indulgencia por el descanso eterno de los misioneros difuntos que han llevado el culto de San José a los países infieles.

 

 MEDITACION QUINTO DOMINGO

Sobre los dolores y gozos de San José en la huida a Egipto.

 

1. La predicción del santo anciano Simeón no tardó en cumplirse. Apenas habían transcurrido algunos días desde la presentación del Salvador al Templo, cuando San José recibe de boca de un ángel la orden de huir a Egipto para sustraer al divino Niño del furor de Herodes. Era en la estación más rigurosa, el viaje muy largo y lleno de peligros, VIAN SILVESTRENM, OBSCURAM ET INHABITATAN, dice San Buenaventura.

 

La pobreza de José y el peligro del menor retardo no le permitieron procurarse las cosas más indispensables. María entonces contaba la edad de unos diez y seis años y Jesús algunas semanas. Solo Dios sabe lo que tuvieron que sufrir durante este largo y penoso viaje. ¿Por qué no es dado, exclama el piadoso Ludolfo de Sajonia, penetrar el profundo silencio de la Escritura y conocer detalladamente las privaciones de la Santa Familia? Tal vez descubriríamos para consuelo de los indigentes, que a menudo no tenía un bocado de pan para matar el hambre, ni un poco de agua para apagar la sed.

 

Después de dos meses de largo viaje los Augustos peregrinos llegaban por fin a la tierra del desierto. ¡Qué suplicio para el corazón de José tan encendido de amor por Jesús al tener que habitar en medio de un pueblo infiel que miraba con desprecio a los israelitas y prodigaba a viles criaturas, los homenajes y las adoraciones debidas tan solo al verdadero Dios! Y luego, ¡qué dolor tan intenso para el hijo de David, el ver que a su pueblo, ese pueblo en el que reinaron sus antepasados, privado de repente de este tesoro por el cual había tanto tiempo suspirado.

 

2. Sin embargo el Señor procuro a su siervo un gran consuelo. Apenas el niño Jesús hubo penetrado en tierra de Egipto, los demonios adorados desde tantos siglos en aquel país infiel, sintieron la presencia del que venía a destruir su imperio. Sobrecogidos de espanto huyeron en presencia del hijo de María cuya omnipotente virtud les hacía presentir al Hijo del Eterno, los oráculos enmudecieron, los dioses guardaron silencio forzado, y sus vanos simulacros vaciando en sus altares de mármol o de oro, cayeron hechos pedazos sobre el pavimento del templo, rindieron homenaje al verdadero Dios, a quien solo son debidas las adoraciones que a ellos le tributan.

 

José experimentó también, durante su estancia en Egipto, una alegría muy grande para su corazón, cuando oyó el Verbo encarnado pronunciar su primera palabra. ¡Ah! ¡Quién podrá expresar lo que paso en su alma al oír a Jesús llamarle su Padre, acompañando este dulce nombre de tiernas caricias que por parte de Jesús fueran favores divinos, testimonios razonados no solamente del amor de un niño para con su padre sino del amor de un Dios para con el más puro de todos los hombres.

 

Tal vez esta primera palabra del Verbo fue unida a esa gracia poderosa que pobló el Egipto de Santos, y que hizo de aquellos desiertos una escuela de virtud, donde las almas de selección fueron a ponerse al abrigo de las persecuciones de los tiranos y de la corrupción del mundo.

 

EJEMPLO QUINTO DOMINGO.

Un miembro de la Sociedad de San Vicente de Paul escribe lo siguiente: Visitaba yo, en nombre de la Conferencia de San Vicente de Paul de nuestra ciudad, a una pobre familia muy desgraciada compuesta de padre, madre y cinco niños. El padre se hallaba enfermo en el hospital; el más pequeño de los niños padecía también una enfermedad gravísima cuyos progresos hacía presagiar una muerte próxima.

 

Tenía el semblante pálido, demacrado, descompuesto, y su estado general de consunción era tan extraordinario, que bien podría decirse que el pobre niño, más que persona humana, parecía un esqueleto vivo. El médico al ver aquella situación 57 extrema, hubo de decir a la buena mujer estas palabras tan triste como dolorosas para una madre: Vuestro hijo va a morir, es inútil prescribir remedio, su curación es imposible. “Lo que es imposible al hombre no les es a Dios”.

 

 La desconsolada madre, al oír el pronóstico del médico se puso a llorar, pero de repente un destello de esperanza vino a iluminar su espíritu, y volvió a infundirle un poco de valor. Recordó que ya había dado a uno de sus hijos algunas semanas antes, un opúsculo intitulado: DEVOCIÓN DE LOS SIETE DOMINGOS CONSAGRADOS A SAN JOSÉ; este pequeño libro ella lo había leído y releído ya varias veces: los rasgos de protección de San José que contenía, acudieron a su memoria, se sintió súbitamente animada de la más viva confianza y dirigiéndose a sus hijos, les dijo que era necesaria empezar desde luego una novena a San José, para pedirle la curación de Pablo (éste era el nombre del niño enfermo).

 

San José no hizo esperar mucho tiempo la curación solicitada por medio de súplicas y oraciones tan llenas de confianza en él. Al fin de la novena el niño enfermo empezó a recobrar las perdidas fuerzas y el apetito, siguiendo siempre en mejoría de tal suerte que al cabo de quince días o de tres semanas a lo más, su curación fue completa, continuando en perfecto estado de salud y con notable robustez. A la edad de cinco años entró a la escuela de los Hermanos de la Doctrina Cristiana. Esta maravilla tuvo lugar en el día de Pascua, y fue presagio de una inteligencia precoz en aquel año.

 

QUINTO DOLOR Y GOZO

 (Para cada domingo)

 ¡Oh custodio vigilante del Hijo de Dios humanado! Me compadezco de lo mucho que padeciste en la huida a Egipto, de las grandes fatigas de aquella larga peregrinación y de lo que te costó el poder atender a la subsistencia de la Sagrada Familia en el destierro; pero me gozo de tu alegría al ver caer los ídolos por el suelo cuando el Salvador entraba en Egipto. Por este dolor y gozo te pido nos alcances que huyendo de las ocasiones de pecar, veamos caer los dolos de los afectos terrenos y no vivamos sino para Jesús y María, hasta ofrecerle nuestro último suspiro. Padre Nuestro y Avemaría y Gloria

 

ANTIFONA.

Tenía Jesús al empezar su vida pública cerca de treinta años y aún se le creía hijo de José.

V. ¡Oh San José! Ruega por nosotros.

R. Para que seamos dignos de las promesas de Cristo.

 

ORACIÓN

Oh Dios, que con providencia inefable te dignaste elegir al bienaventurado San José por esposo de tu Madre te rogamos nos concedas que merezcamos tener en los cielos por intercesor a quien en la tierra veneramos por protector, Señor, que vives y reinas por los siglos de los siglos, Amén.

 

PRIMERA ORACIÓN A SAN JOSÉ

 Patrono de la Iglesia Universal

(Para cada domingo)

 

Castísimo José, esposo de María: me gozo de veros elevado a tan sublime dignidad y adornado de tan heroicas virtudes. Por los dulcísimos ósculos y estrechísimos abrazos que diste al Divino Jesús, os suplico me admitáis en el número de vuestros siervos. Proteged a las vírgenes y alcanzadnos a todos la gracia de conservar la pureza de cuerpo y de alma.

 

Amparad a los pobres y a los afligidos por la pobreza y amargas angustias que padecisteis en compañía de Jesús y María en Belén, Egipto y Nazaret; y haced que sufriendo con paciencia nuestros trabajos, merezcamos el eterno descanso.

 

 Sed protector de los pobres y esposos para que vivan en paz y eduquen en el Santo temor de Dios a sus hijos. Dad a los sacerdotes las virtudes que corresponden a su estado para tratar dignamente el Cuerpo de Jesús Sacramentado. A los que viven en comunidad inspiradles amor a la observancia religiosa. A los moribundos asistidlos en aquel trance supremo, pues tuviste la dicha de morir en los brazos de Jesús y de María.

 

Tended vuestra mano protectora a toda la Iglesia, pues habéis sido declarados por el Vicario de Cristo Patrono de la Iglesia Universal. Y pues libraste al Hijo de Dios del furor de Herodes libra a la Iglesia, Esposa tuya, del furor de los impíos y alcanzad que se abrevien los días malos y vengan la serenidad y la paz. Así sea.  

 

SEGUNDA ORACIÓN A SAN JOSE

Compuesta y escrita por Su Santidad León XIII (Para cada domingo)

 

 A Ti recurrimos en nuestra tribulación, Bienaventurado José, y después de implorar el socorro de tu Santísima Esposa, pedimos también confiadamente tu patrocinio por el afecto que te unió con la Inmaculada Virgen Madre de Dios y por el amor paternal con que trataste al Niño Jesús, te rogamos nos auxilies para llegar a la posesión de la herencia que Jesucristo nos conquistó con su sangre, nos asistas con tu poder y nos socorras en nuestras necesidades.

 

Proteged, oh prudentísimo Guardián de la Sagrada Familia, a la raza elegida de Jesucristo; presérvanos, oh Padre amantísimo, de toda mancha de 86 error y corrupción; muéstratenos propicio y asístenos de lo alto del Cielo, oh poderosísimo Libertador nuestro, en la batalla que estamos librando contra el poder de las tinieblas; y así como libraste al Niño Jesús del peligro de la muerte, defiende ahora a la Santa Iglesia de Dios contra la acechanza del enemigo y contra toda adversidad. Concédenos tu perpetua protección a fin de que animados por tu ejemplo y tu asistencia podamos vivir santamente, piadosamente morir y alcanzar la eterna beatitud del Cielo. Amén.


 Por las necesidades del Santo Padre el Papa:

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.


Su Santidad León XIII ha concedido una indulgencia de siete años y siete cuarentenas por cada vez que se rece devotamente esta devoción.

(Decretos de 15 Agosto de 1889 y 21 Septiembre del mismo año)

 

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