ESPECIAL DEVOCIÓN DE LOS SIETE
DOMINGOS A SAN JOSÉ
ACTO DE CONTRICIÓN
Oración inicial para cada domingo
Dios y Señor mío, en quien creo y espero y a quien amo sobre
todas las cosas; al pensar en lo mucho que habéis hecho por mí y lo ingrato que
he sido a vuestros favores, mi corazón se confunde y me obliga a exclamar:
Piedad, Señor, para este hijo rebelde, perdonadle sus extravíos, que le pesa de
haberos ofendido, y desea antes morir que volver a pecar. Confieso que soy
indigno de esta gracia, pero os lo pido por los méritos de vuestro Padre
nutricio, San José… Vos, glorioso Abogado mío, recibidme bajo vuestra
protección y dadme el favor necesario para emplear bien este rato en obsequio
vuestro y utilidad de mi alma. Amén. Jesús, María y José.
PRIMER
DOMINGO
La Santa comunión de este día se
ofrecerá para dar gracias a San José por los servicios que prestó a Jesús y a
María; la indulgencia plenaria se aplicará por las almas del Purgatorio que más
amaron a este glorioso Patriarca.
MEDITACIÓN
PRIMER DOMINGO
Sobre los dolores y gozos de San José con motivo de la maternidad de
María.
1. María y José, fieles a su voto de virginidad vivían como espíritus angélicos en su humilde morada de Nazaret. Sin embargo, Dios había operado en la augusta Virgen la grande obra de su poder y de su amor. El Espíritu Santo había descendido a Ella, y el Hijo del Altísimo se había encarnado en sus virginales entrañas. José ignoraba este misterio. ¡Cuál debió ser su asombro viendo a su esposa inmaculada hacerse madre! Era un fenómeno que él no podía explicarse.
El Cielo le preserva, no obstante, de que formule la
más leve sospecha sobre la fidelidad de la Reina de los corazones puros. José,
como lo afirma San Agustín, había recibido directamente a María a su salida del
templo y la había conducido de la casa de Dios a su propia morada. José, según
la expresión de San Pedro Crisóstomo, era el testigo de su inocencia, el
guardián de su pudor y el apologista de su virginidad. José, aunque veía que
María iba a ser Madre, advertía al mismo tiempo que ella conservaba radiante el
destello de la Santa Virginidad, y que el fruto que llevaba en su seno no había
alterado en manera alguna su angelical pudor.
Testigo de la pureza de los pensamientos de María, de la santidad de sus afecciones, del recato de sus modales, leía en sus miradas la prueba de su inocencia. Por esto, según opinión de San Juan Crisóstomo, José, no se fijó en las apariencias; prefirió proseguir en María un milagro de la gracia a creer en una debilidad de la naturaleza por parte de una criatura más que angelical.
Además era José muy versado en las Santas Escrituras, las que meditaba
continuamente: no podía, pues, ignorar que el Mesías debía nacer de una Virgen,
y que había llegado el tiempo en que este misterio iba a cumplirse; y como era
testigo de la santidad de María, creyó fácilmente que Ella solo podría ser la
Madre del Libertador prometido, en atención a ser la más inmaculada de las
vírgenes. ¿Quién soy yo, se decía a sí mismo, según el sentir de un gran número
de Padres de la Iglesia, quién soy yo para osar tener cerca de mí, como esposa
mía, a la Madre de mi Dios? ¡Cuán lejos estoy de ser bastante puro para vivir
con la noble criatura! Ay de mí, Uza cayó herido de muerte por haber llevado
con demasiada ligereza la mano sobre el Arca material del viejo Testamento,
¿qué me sucederá a mí si una sola vez faltase yo a la veneración debida a esta
Arca de la Nueva Alianza, donde está encerrado el verdadero maná del cielo, y
que contiene no solamente la ley sino al Divino Legislador mismo? Tales eran 16
los sentimientos que llenaban el corazón del humilde José contemplando a María.
2. En tanto que José es presa de estas
ansiedades, el Señor le envía un ángel para tranquilizarle. Las palabras que le
dirige demuestran claramente que la humildad, la desconfianza de sí mismo, el
temor reverencial, que es como el pudor del alma han motivado la resolución de
este Santo Patriarca. En efecto, el Ángel Gabriel no le acusa, no le responde:
al contrario, le tranquiliza y anima. No temáis José, le dice: NOLI TIMERE.
Palabras llenas de dulzura que son como una firmeza dada a la virtud medrosa y
timorata. Son las mismas palabras que el arcángel había dirigido a María para
liberarla de la turbación en que la sumió el anuncia de que iba a ser Madre de
Dios, aunque hubiese consagrado su virginidad al Señor: NE TIMEAS, María.
Así la misma frase que sirvió para tranquilizar y dar ánimo a
María cuyo pudor virginal y tímido había experimentado una turbación grande,
sirve también para calmar y confortar la humilde timorata de José. Pero al
decirle que no tema, el ángel se sirve de esta fórmula: José, hijo de David:
JOSEPH, FILI DAVID, NOLI TEMERE. Estas palabras están llenas de misterios, dice
San Juan Crisóstomo. Gabriel le llama por su nombre para inspirarle confianza,
recordándole en su origen la promesa que Dios había hecho a David que el Mesías
nacería de su raza, misterio inefable que se cumplía en aquel momento en María,
descendiente como él de la tribu de David.
San Fulgencio traduce así las palabras del ángel: José: María
es vuestra legitima esposa y el Espíritu Santo es el que os ha hecho don de
ella, quien ha obrado en su seno el misterio que os llena de temor santo. Pero
este espíritu de amor no quiere romper el casto matrimonio que él mismo ha
formado. Aun cuando haya hecho infinitamente más precioso el tesoro que os ha
dado, no quiere por esto privaros de la dicha de poseerle.
Dios, haciendo de María su Madre, no pretende que cese de ser
vuestra esposa; al contrario, El la confía a vuestra piedad, a fin de que
protejáis su honor y sustentéis a su Divino Hijo. Las palabras del Ángel llenaron
el corazón de José de una alegría inefable. Asegurado por entonces de manera de
no poder poner en duda la dignidad incomparable de su santa esposa, su gozo fue
tan grande, su contento tan perfecto, tan completo, que hubiera podido decir a
Dios como el Rey profeta: “Vuestras consolaciones han regocijado mi alma en
proporción a la multitud de mis dolores.
De este modo, un solo instante bastóle a Dios para apaciguar
esta tempestad que agita el espíritu de José y hace renacer en él la más dulce
tranquilidad. Esto sucede siempre en casos análogos, cuando el Alma está
sometida a la Voluntad de Dios como debe estarlo. Por vuestra bondad, Señor,
decía el Santo hombre Tobías, la calma sigue de cerca a la tempestad, y después
de la aflicción y las lágrimas derramáis la alegría en los corazones. ¡Qué
poderoso motivo de paciencia y conformidad a la Voluntad del Señor!
EJEMPLO PRIMER DOMINGO
He aquí un hecho referido por autores muy graves y dignos de
fe que prueba cuán agradable es a San José la consideración de sus principales
dolores y gozos, que es lo que forman la devoción de los SIETE DOMINGOS, y cuán
preciosas gracias procura a los que la practican con piedad. Dos padres
franciscanos navegaban por las costas de Flandes, cuando se levantó una
horrorosa tempestad que sumergió el buque con trescientos pasajeros que
llevaba.
La Divina Providencia dispuso que estos religiosos se
amparasen en una de las tablas del buque sobre la cual se sostuvieron entre la
vida y la muerte durante tres días, teniendo siempre el abismo debajo de ellos,
que amenazaba tragarlos. Siendo muy devotos de San José, llenos de confianza en
su poderosa de protección se encomendaron a él como verdadera tabla de
salvación y como benigna estrella que debía conducirlos al puerto. Apenas
terminaron su plegaria, fueron atendidos: la tempestad cesó, el cielo se puso
despejado y sereno la mar se calmó y la esperanza volvió a tener cabida en el
fondo de sus corazones.
Pero lo que colmó su alegría fue presentárseles un joven
lleno de gracia y majestad quien, después de haberlos saludado bondadosamente
se ofreció a servirles de piloto, lo que hizo con tanta facilidad, que al cabo
de poco saltaban ya en tierra. Allí los dos religiosos se arrojaron a los pies
de su libertador y después de haberle declarado con afectuosas palabras su
eterno agradecimiento, le rogaron encarecidamente que se dignasen decirles
quien era: “Yo soy José, les respondió: si queréis hacer algo que me sea
agradable, no dejéis pasar día sin rezar devotamente siete veces la oración
dominical y la salutación angélica en memoria de los siete Dolores con que mi
alma fue afligida, y en consideración a los siete Gozos con que mi corazón fue
consolado en grado eminente durante el tiempo que pase sobre la tierra,
viviendo con Jesús y María”. Dichas estas palabras desapareció, dejándolos
llenos de alegría y penetrados de un sincero deseo de honrar y servir durante
toda la vida su glorioso protector.
En este suceso tan conmovedor encontramos poderosísimos
motivos para admirar la fidelidad de San José en socorrer profundamente a los
que le invocan, y para ensalzar su inefable bondad, que pide tan poco por tan
grande beneficio por un bien tan grande como es la conservación de la vida.
Fieles servidores de San José que queréis ser agradable a vuestro protector y
servirle según sus deseos, práctica establecida en su honor, después de que él
mismo ha declarado de una manera formal cuán grata le es.
Figuraos que os dice como a aquellos pobres religiosos: Yo
soy José, en quien debéis poner toda vuestra confianza; tengo el poder y la
voluntad de asistiros en todas vuestras necesidades; Jesucristo mi hijo y la bienaventurada
Virgen María, mi esposa nada me rehusarán de lo que les pediré por vosotros,
honrad con amor la memoria de mis dolores y de mis gozos, y experimentaréis
inefablemente los saludables efectos de mi ayuda en medio del borrascoso mar
del mundo en que vivís y en el que sois continuamente asaltados por mil
tentaciones y por toda suerte de prueba.
Piadosos devotos de San José, aceptad esta promesa y estad
seguros que el mejor medio de alcanzar los favores de este gran Santo, es como
él mismo lo ha declarado terminantemente, tomar parte en sus dolores y en sus
gozos rezando con esta intención las oraciones aprobadas y enriquecidas por
indulgencias por los Sumos Pontífices: Los sentimientos llenarán vuestro
corazón meditando estos tiernos misterios serán uno de los más poderosos
testimonios de amor que podéis tributar a San José, y le inclinarán
inefablemente a protegeros durante vuestra vida, y sobre todo en la hora de la
muerte. (Récense los dolores y gozos con
los padrenuestros, pág.74)
PRIMER
DOLOR Y GOZO
(Para cada domingo)
¡Oh castísimo Esposo de María! me compadezco de las terribles angustias que padeciste cuando creíste deber separarte de tu esposa inmaculada, y te doy el parabién (la felicitación) por la alegría inefable que te causó saber de boca de un ángel el misterio de la encarnación. Por este dolor y alegría te pido consueles nuestras almas en vida y muerte, obteniéndonos la gracia de vivir como cristianos y morir santamente en los brazos de Jesús y de María.
Padre
Nuestro y Avemaría y Gloria.
ANTÍFONA.
Tenía Jesús al empezar su vida pública cerca de treinta años
y aún se le creía hijo de José.
V. ¡Oh San José! Ruega por nosotros.
R. Para que seamos dignos de las promesas de Cristo.
ORACIÓN
Oh Dios, que con providencia inefable te dignaste elegir al
bienaventurado San José por esposo de tu Madre te rogamos nos concedas que
merezcamos tener en los cielos por intercesor a quien en la tierra veneramos
por protector, Señor, que vives y reinas por los siglos de los siglos, Amén.
PRIMERA ORACIÓN A SAN JOSÉ
Patrono de la Iglesia Universal
(Para cada domingo)
Castísimo José, esposo de María: me
gozo de veros elevado a tan sublime dignidad y adornado de tan heroicas
virtudes. Por los dulcísimos ósculos y estrechísimos abrazos que diste al
Divino Jesús, os suplico me admitáis en el número de vuestros siervos. Proteged
a las vírgenes y alcanzadnos a todos la gracia de conservar la pureza de cuerpo
y de alma.
Amparad a los pobres y a los
afligidos por la pobreza y amargas angustias que padecisteis en compañía de
Jesús y María en Belén, Egipto y Nazaret; y haced que sufriendo con paciencia
nuestros trabajos, merezcamos el eterno descanso.
Sed protector de los pobres y esposos para que
vivan en paz y eduquen en el Santo temor de Dios a sus hijos. Dad a los
sacerdotes las virtudes que corresponden a su estado para tratar dignamente el
Cuerpo de Jesús Sacramentado. A los que viven en comunidad inspiradles amor a
la observancia religiosa. A los moribundos asistidlos en aquel trance supremo,
pues tuviste la dicha de morir en los brazos de Jesús y de María.
Tended vuestra mano protectora a toda
la Iglesia, pues habéis sido declarados por el Vicario de Cristo Patrono de la
Iglesia Universal. Y pues libraste al Hijo de Dios del furor de Herodes libra a
la Iglesia, Esposa tuya, del furor de los impíos y alcanzad que se abrevien los
días malos y vengan la serenidad y la paz. Así sea.
SEGUNDA ORACIÓN A SAN JOSE
Compuesta y escrita por Su Santidad León XIII (Para cada domingo)
A Ti recurrimos en nuestra tribulación,
Bienaventurado José, y después de implorar el socorro de tu Santísima Esposa,
pedimos también confiadamente tu patrocinio por el afecto que te unió con la
Inmaculada Virgen Madre de Dios y por el amor paternal con que trataste al Niño
Jesús, te rogamos nos auxilies para llegar a la posesión de la herencia que
Jesucristo nos conquistó con su sangre, nos asistas con tu poder y nos socorras
en nuestras necesidades.
Proteged, oh prudentísimo Guardián de
la Sagrada Familia, a la raza elegida de Jesucristo; presérvanos, oh Padre
amantísimo, de toda mancha de 86 error y corrupción; muéstratenos propicio y
asístenos de lo alto del Cielo, oh poderosísimo Libertador nuestro, en la
batalla que estamos librando contra el poder de las tinieblas; y así como
libraste al Niño Jesús del peligro de la muerte, defiende ahora a la Santa
Iglesia de Dios contra la acechanza del enemigo y contra toda adversidad.
Concédenos tu perpetua protección a fin de que animados por tu ejemplo y tu
asistencia podamos vivir santamente, piadosamente morir y alcanzar la eterna
beatitud del Cielo. Amén.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Su Santidad León XIII ha concedido una indulgencia de siete años y siete
cuarentenas por cada vez que se rece devotamente esta devoción.
(Decretos de 15 Agosto de 1889 y 21 Septiembre del mismo año)
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