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SANTORAL LITÚRGICO

El Niño Dios a nacido en Belén

HIMNO A SAN JOSÉ

HIMNO A SAN JOSÉ

Hoy a tus pies, ponemos nuestra vida; Hoy a tus pies, ¡Glorioso San José! Escucha nuestra oración, Y por tu intercesión, Obtendremos, la paz del corazón; En Nazaret, junto a la Virgen Santa, En Nazaret ¡Glorioso San José! Cuidaste al niño Jesús, Pues por tu gran virtud, Fuiste digno custodio de la luz. Con sencillez humilde carpintero; Con sencillez ¡Glorioso San José! Hiciste bien tu labor, obrero del Señor, Ofreciendo, trabajo y oración. Tuviste fe, en Dios y su promesa; Tuviste fe, ¡Glorioso San José! Maestro de oración, alcanzarnos el don, De escuchar, y seguir la voz de Dios:

DÍA 1. MES DE MARZO A SAN JOSÉ


MES DE SAN JOSÉ

DÍA 1


ORACIÓN INICIAL

Bienaventurado San José,
acudimos en nuestra tribulación;
y, después de invocar
el auxilio de vuestra Santísima Esposa,
solicitamos también
confiadamente vuestro patrocinio.

Por aquella caridad que
con la Inmaculada Virgen María,
Madre de Dios, os tuvo unido,
y por el paterno amor
con que abrazasteis al Niño Jesús,
humildemente os suplicamos
volváis benigno los ojos
a la herencia que
con su Sangre adquirió Jesucristo,
y con vuestro poder
y auxilio socorráis nuestras necesidades.

Proteged, oh providentísimo
Custodio de la Sagrada Familia,
la escogida descendencia de Jesucristo;
apartad de nosotros
toda mancha de error y corrupción;
asistidnos propicio, desde el Cielo,
fortísimo libertador nuestro
en esta lucha
con el poder de las tinieblas;

y, como en otro tiempo
librasteis al Niño Jesús
del inminente peligro de su vida,
así, ahora, defended
la Iglesia Santa de Dios
de las asechanzas de sus enemigos
y de toda adversidad,
y a cada uno de nosotros
protegednos con perpetuo patrocinio,
para que, a ejemplo vuestro
y sostenidos por vuestro auxilio,
podamos santamente vivir
y piadosamente morir
y alcanzar en el Cielo
la eterna felicidad. Amén.


DÍA 1 de marzo

Nacimiento de Jesús en Belén. 

La Circuncisión

Meses más tarde, José, acompañado de María, se dirige a Belén para empadronarse, según el edicto de César Augusto (Cfr. Lc 2, 1). Llegaron a esta ciudad muy cansados, después de tres o cuatro jornadas de camino; de modo especial la Virgen, por el estado en que se encontraba. Y allí, en el lugar de sus antepasados, no encontraron sitio para instalarse. No hubo lugar para ellos en la posada, ni en las casas en las que San José pidió alojamiento para el Hijo de Dios que iba en el seno purísimo de María. 

Con la congoja en el alma, José debió de ir de casa en casa contando la misma historia:... acabamos de llegar, mi esposa va a dar a luz... La Virgen, unos metros detrás, quizá con el borriquillo en el que harían gran parte del camino, contemplaba la misma negativa en una puerta y en otra. 

«Cómo podemos nosotros penetrar en el alma de San José para contemplar una tristeza tan grande? «Con qué pena miraría a su esposa, cansada, con las sandalias y el vestido llenos del polvo del camino! Es posible que alguien les indicara la existencia de unas cuevas naturales a la salida del pueblo. 

Y José se dirigió a una de ellas, que servía de establo, seguido de la Virgen, que ya no puede dar un paso más. Y sucedió que, estando allí, le llegó la hora del parto, y dio a luz a su hijo primogénito y lo recostó en un pesebre... (Lc 2, 6-7).

Todas estas penas quedaron completamente olvidadas desde el momento en que María puso en sus brazos al Hijo de Dios, que desde aquel momento era también hijo suyo. Y le besa y lo adora... Y junto a tanta pobreza y sencillez, la milicia celestial, que alababa a Dios diciendo: Gloria a Dios en las alturas... (Lc 2, 13-14). 

José también participó de la felicidad radiante de Aquella que era su esposa, de la mujer maravillosa que le había sido confiada. Él vio cómo la Virgen miraba a su Hijo; contempló su dicha, su amor desbordante, cada uno de sus gestos, tan llenos de delicadeza y significación (Cfr. F. SUAREZ, José, esposo de María, p. 109).

Nos enseñan este dolor y este gozo a comprender mejor que vale la pena servir a Dios, aunque encontremos dificultades, pobreza, dolor... Al final, una sola mirada de la Virgen compensará con creces los pequeños sufrimientos, alguna vez un poco mayores, que tendremos que pasar por servir a Dios.

Cuando se cumplieron los ocho días para circuncidarlo, le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de que fuera concebido en el seno materno (Lc 2, 21). Mediante este rito, todo varón quedaba integrado en el pueblo elegido. Se realizaba en la casa paterna o en la sinagoga por el padre u otra persona. Con la circuncisión se le imponía el nombre.

Si para los judíos éste tenía un especial sentido, en el caso de Jesús, que significa Salvador, venía impuesto por el mismo Dios y comunicado a través del ángel, quien había dicho: Le pondrás por nombre Jesús, porque Él salvará a su pueblo de sus pecados ( Mt 1, 21). Y había sido decretado por la Trinidad Santa que el Hijo viniese a la tierra y nos redimiera bajo el signo del dolor; era preciso que la imposición del nombre -que significaba la misión que iba a realizar- estuviese acompañada de un comienzo de sufrimiento. 

Uniendo, pues, el gesto a la palabra, José inauguró el misterio de la Redención, haciendo verter las primeras gotas de esa sangre redentora que tendría todos sus efectos en la Pasión dolorosa (Cfr. M. GASNIER , Los silencios de San José, p. 101). Aquel Niño que lloraba al recibir su nombre iniciaba su oficio de Salvador.


San José sufrió al ver aquella primera sangre derramada, porque, conociendo la Escritura, sabía, aunque veladamente, que un día Aquel que ya era su hijo derramaría hasta la última gota de su Sangre para llevar a cabo lo que su nombre significaba. Se llenó también de gozo al tenerlo en sus brazos y poderle llamar Jesús, nombre que luego tantas veces repetiría lleno de respeto y de amor. Siempre se acordaría del misterio que encerraba.


ORACIÓN FINAL

Oh custodio y padre de Vírgenes San José a cuya fiel custodia fueron encomendadas la misma inocencia de Cristo Jesús y la Virgen de las vírgenes María; por estas dos queridísimas prendas Jesús y María, te ruego y suplico me alcances, que preservado yo de toda impureza, sirva siempre castísimamente con alma limpia, corazón puro y cuerpo casto a Jesús y a María. Amén.

Jesús José y María
os doy mi corazón y el alma mía

Jesús, José y María
asistidme en mi última agonía.

Jesús, José y María
con Vos descanse en paz el alma mía.


Oh Dios que con inefable providencia te dignaste escoger al bienaventurado José por Esposo de tu Madre Santísima; concédenos que, pues le veneramos como protector en la tierra, merezcamos tenerle como protector en los cielos. Oh Dios que vives y reinas en los siglos de los siglos. Amén.


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