ESPECIAL DEVOCIÓN DE LOS SIETE
DOMINGOS A SAN JOSÉ
ACTO DE CONTRICIÓN
Oración inicial para
cada domingo
Dios y Señor mío, en quien creo y espero y a quien amo sobre
todas las cosas; al pensar en lo mucho que habéis hecho por mí y lo ingrato que
he sido a vuestros favores, mi corazón se confunde y me obliga a exclamar:
Piedad, Señor, para este hijo rebelde, perdonadle sus extravíos, que le pesa de
haberos ofendido, y desea antes morir que volver a pecar. Confieso que soy
indigno de esta gracia, pero os lo pido por los méritos de vuestro Padre
nutricio, San José… Vos, glorioso Abogado mío, recibidme bajo vuestra
protección y dadme el favor necesario para emplear bien este rato en obsequio
vuestro y utilidad de mi alma. Amén. Jesús, María y José.
*SÉPTIMO DOMINGO
En la comunión
consagraos a San José, y proponeos hacer todos los años esta devoción de los
SIETE DOMINGOS. Aplicad el fruto de la indulgencia a las almas del Purgatorio
que han sido fieles a practicarla.
MEDITACIÓN
SEPTIMO DOMINGO
Sobre los dolores y
gozos de San José, cuando después de haber perdido al Niño Jesús, lo encontró
en el templo.
1. ¿Quién puede formarse una idea del
acerbo dolor que sintió el corazón de José cuando al regresar del Templo de
Jerusalén, se apercibió que Jesús, a quien creía con su Madre los había dejado?
En su profundísima humildad, este Santo Patriarca se acusaba de esta pérdida y
se preocupaba amargamente esta desgracia. La excesiva aflicción de María
aumentaba aún más la suya y sin un milagro de la providencia él no hubiera
resistido a esta cruel prueba.
Mil temores se unían a sus angustias, y se decía de continuo:
¿Qué habrá sido de mí querido Niño? ¿Quién le 68 habrá cogido durante la noche?
¿No estará sufriendo las más penosas privaciones? ¡Ah! Sin duda El sufre, tiene
hambre, está sin abrigo; tal vez, poco satisfecho de mis servicios ha ido a
juntarse en el desierto con Juan su precursor. Orígenes, en su familia de la
Octava de la Epifanía, asegura que San José, en esta ocasión, sufrió más que todos
los mártires.
Pero oh prodigio de santidad, de prudencia, de fortaleza y
perfección. En una pena tan inaudita, en una aflicción tan extrema José no
murmura ni se queja, no pierde la paz del alma; y ningún movimiento de
impaciencia y de tristeza desordenada viene a turbar su espíritu. El divino
maestro, movido de tanta virtud, queriendo recompensar a José que tan ardiente
y puro amor sentía por él, le inspiró que fuese a buscarle en el Templo con
María.
2. Grande, inmensa, fue la alegría que
experimentó José al encontrar al Divino Hijo; no se cansaba de contemplar sus
acciones adorables, con una ternura que le hacía derramar abundantes lágrimas.
El repetía con David, su ascendiente: Vos habéis trocado mi duelo en gozo y
cubierto mi corazón de alegría.
Aprendamos de este Santo Patriarca a mirar la pérdida de
Jesús como el más grande de todos los males; y después de haber compartido con
él la pena extrema que sintió en aquella circunstancia, participemos de su
alegría y de su felicidad por haber encontrado a Jesús, el tesoro, su amor y su
vida. Glorioso San José; si yo fuera bastante desgraciado para perder a Jesús
por culpa mía, haced, os lo ruego encarecidamente, que le busque con tanto
fervor como Vos, a fin de que habiéndome reconciliado con El por una sincera
penitencia, le conserve en el tiempo y en la eternidad.
EJEMPLO
SEPTIMO DOMINGO
El siguiente ejemplo
podrá servir de norma a los que han de tomar estado de matrimonio, mayormente
en nuestros días en que solo se atiende a los intereses, a los cuidados
exteriores; cuando de su acuerdo depende el bienestar en la presente vida y la
salvación eterna.
Un joven noble, hijo de padres virtuosos, que nada omitieron
para formarle un corazón sólidamente piadoso, después de haber rogado mucho a
Dios para reconocer bien su vocación, se persuadió de que no era llamado al
sacerdocio. No obstante continuó haciendo con mucho fervor sus devociones
particulares, confesando y comulgando cada semana y siendo exacto en todas
estas santas prácticas. Aunque pertenecía a una distinguida familia relacionada
con la alta sociedad, se apartó siempre de aquellas diversiones peligrosas en
al que muchos jóvenes atolondrados comprometen su porvenir tomando por
compañera una joven, prendado de sus dotes exteriores, tan fáciles de perder.
Bien convencido de que
los BUENOS MATRIMONIOS ESTÁN YA INSCRITOS EN EL CIELO, este excelente joven no
se olvidaba cada día de rogar a San José que le hiciese encontrar una compañera
de una piedad sólida y a prueba de seducciones del siglo. Cierto día con motivo
de una buena obra que llevaba entre manos, tuvo que avistarse con una respetable
señora que con sus dos hijas vivían muy cristianamente.
Al verlas experimentó cierto presentimiento de ser una de
aquellas jóvenes la destinada por Dios para compartir con ella su suerte; en
consecuencia la pidió a su madre la cual constándole las buenas prendas que
adornaban a aquel joven, dio gustosa su consentimiento. La señorita confesó
después sencillamente, que desde mucho tiempo hacía la misma súplica, y que al entrar
aquel joven presintió a la vez que Dios se lo enviaba para su apoyo.
Pero fue el caso, que repugnándole muchísimo al padre de la
señorita, tener que desprenderse de su hija, e interponiendo toda clase de
obstáculos, para vencerlos y conocer la voluntad de Dios en asunto de tanta
trascendencia, determinaron todos empezar la devoción de los SIETE DOMINGOS en
honor de San José, en último de mayo de 1866.
El favor de este glorioso Patriarca no se hizo esperar; pues
en el siguiente Agosto se celebró el casamiento con gran contento de ambas
partes; lo que prueba que el cielo se complace en bendecir aquellos desposorios
para cuyo acierto han pedido luz y gracia, en especial si ha mediado la eficaz
intercesión de aquel santo a quien Jesucristo se complació en estar sujeto
sobre la tierra.
ANTÍFONA.
Tenía Jesús al empezar su vida pública cerca de treinta años
y aún se le creía hijo de José.
V. ¡Oh San José! Ruega por nosotros.
R. Para que seamos dignos de las promesas de Cristo.
ORACIÓN
Oh Dios, que con providencia inefable te dignaste elegir al bienaventurado San José por esposo de tu Madre te rogamos nos concedas que merezcamos tener en los cielos por intercesor a quien en la tierra veneramos por protector, Señor, que vives y reinas por los siglos de los siglos, Amén.
PRIMERA ORACIÓN A SAN JOSÉ
Patrono de la Iglesia Universal
(Para cada domingo)
Castísimo José, esposo de María: me
gozo de veros elevado a tan sublime dignidad y adornado de tan heroicas
virtudes. Por los dulcísimos ósculos y estrechísimos abrazos que diste al
Divino Jesús, os suplico me admitáis en el número de vuestros siervos. Proteged
a las vírgenes y alcanzadnos a todos la gracia de conservar la pureza de cuerpo
y de alma.
Amparad a los pobres y a los
afligidos por la pobreza y amargas angustias que padecisteis en compañía de
Jesús y María en Belén, Egipto y Nazaret; y haced que sufriendo con paciencia
nuestros trabajos, merezcamos el eterno descanso.
Sed protector de los pobres y esposos para que
vivan en paz y eduquen en el Santo temor de Dios a sus hijos. Dad a los
sacerdotes las virtudes que corresponden a su estado para tratar dignamente el
Cuerpo de Jesús Sacramentado. A los que viven en comunidad inspiradles amor a
la observancia religiosa. A los moribundos asistidlos en aquel trance supremo,
pues tuviste la dicha de morir en los brazos de Jesús y de María.
Tended vuestra mano protectora a toda
la Iglesia, pues habéis sido declarados por el Vicario de Cristo Patrono de la
Iglesia Universal. Y pues libraste al Hijo de Dios del furor de Herodes libra a
la Iglesia, Esposa tuya, del furor de los impíos y alcanzad que se abrevien los
días malos y vengan la serenidad y la paz. Así sea.
SEGUNDA ORACIÓN A SAN JOSÉ
Compuesta y escrita por Su Santidad León XIII (Para cada domingo)
A Ti recurrimos en nuestra tribulación, Bienaventurado José, y después de implorar el socorro de tu Santísima Esposa, pedimos también confiadamente tu patrocinio por el afecto que te unió con la Inmaculada Virgen Madre de Dios y por el amor paternal con que trataste al Niño Jesús, te rogamos nos auxilies para llegar a la posesión de la herencia que Jesucristo nos conquistó con su sangre, nos asistas con tu poder y nos socorras en nuestras necesidades.
Proteged, oh prudentísimo Guardián de la Sagrada Familia, a la raza elegida de Jesucristo; presérvanos, oh Padre amantísimo, de toda mancha de 86 error y corrupción; muéstratenos propicio y asístenos de lo alto del Cielo, oh poderosísimo Libertador nuestro, en la batalla que estamos librando contra el poder de las tinieblas; y así como libraste al Niño Jesús del peligro de la muerte, defiende ahora a la Santa Iglesia de Dios contra la acechanza del enemigo y contra toda adversidad.
Concédenos tu perpetua protección a fin de que animados por tu ejemplo y tu asistencia podamos vivir santamente, piadosamente morir y alcanzar la eterna beatitud del Cielo. Amén.
Su Santidad León XIII ha concedido una indulgencia de siete años y siete
cuarentenas por cada vez que se rece devotamente esta devoción.
(Decretos de 15 Agosto de 1889 y 21 Septiembre del mismo año)
NOTA
A los que practiquen la precedente
devoción de los siete domingos y en cada uno confesándose y comulgando y
visiten algún templo, u oratorio público, rogando por las intenciones del santo
Padre el Papa. Su Santidad PIO IX concedió indulgencia plenaria para cada
domingo. Los que no saben leer, y viven donde esta devoción no se hace en
público, pueden hacer en vez de dichas oraciones: siete Padrenuestros,
Avemarías y Gloria patris. En honor de los siete dolores y gozos de San José.
Por las necesidades del Santo Padre el Papa:
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.