MES DE SAN JOSÉ
DÍA 8
ORACIÓN INICIAL
Bienaventurado San José,
acudimos en nuestra tribulación;
y, después de invocar
el auxilio de vuestra Santísima Esposa,
solicitamos también
confiadamente vuestro patrocinio.
Por aquella caridad que
con la Inmaculada Virgen María,
Madre de Dios, os tuvo unido,
y por el paterno amor
con que abrazasteis al Niño Jesús,
humildemente os suplicamos
volváis benigno los ojos
a la herencia que
con su Sangre adquirió Jesucristo,
y con vuestro poder
y auxilio socorráis nuestras necesidades.
Proteged, oh providentísimo
Custodio de la Sagrada Familia,
la escogida descendencia de Jesucristo;
apartad de nosotros
toda mancha de error y corrupción;
asistidnos propicio, desde el Cielo,
fortísimo libertador nuestro
en esta lucha
con el poder de las tinieblas;
y, como en otro tiempo
librasteis al Niño Jesús
del inminente peligro de su vida,
así, ahora, defended
la Iglesia Santa de Dios
de las asechanzas de sus enemigos
y de toda adversidad,
y a cada uno de nosotros
protegednos con perpetuo patrocinio,
para que, a ejemplo vuestro
y sostenidos por vuestro auxilio,
podamos santamente vivir
y piadosamente morir
y alcanzar en el Cielo
la eterna felicidad. Amén.
DÍA 8 de marzo
Petición
de vocaciones
«Piadosamente
se puede admitir, pero no asegurar –enseña San Bernardino de Siena– que el
piadosísimo Hijo de Dios, Jesús, honrase con igual privilegio que a su
Santísima Madre a su padre nutricio; del mismo modo que a esta la subió al
Cielo gloriosa en cuerpo y alma, así también el día de su resurrección unió
consigo al santísimo José en la gloria de la Resurrección; para que, como
aquella Santa Familia –Cristo, la Virgen y José– vivió junta en laboriosa vida
y en gracia amorosa, así ahora en la gloria feliz reine con el cuerpo y alma en
los Cielos»( San Bernardino de Siena, Sermón sobre San José, 3.).
Los teólogos
que sostienen esta doctrina, cada vez más general, aducen otras razones de
conveniencia: la dignidad especialísima de San José por la misión que le tocó
ejercer en la tierra y la fidelidad singular con que lo hizo, se vería más
confirmada con este privilegio; el amor indecible que Jesús y María profesan al
Santo Patriarca parece pedir que le hagan ya partícipe de su resurrección, sin
esperar al fin de los tiempos; a la santidad sublime de San José, que tanto
antecede y excede a los demás santos, conviene una participación anticipada del
premio final de todos; la afinidad con Jesús y María, el trato íntimo que tuvo
con la Humanidad del Redentor, parecen exigir mayor exención de la corrupción
del sepulcro; la misión singularisima de San José, como Patrono
universal de la Iglesia, le coloca en una esfera superior a todos los
cristianos, y esto parece reclamar que él no entre en igualdad de condiciones
con los demás en la sujeción a la muerte, sino que, en una especial posesión de
la plena inmortalidad, ejerza su patrocinio universal(Cfr. B. Llamera, o. c.,
pp. 305-306).
San José
cumplió en la tierra fidelísimamente la misión que Dios le había encomendado.
Su vida fue una entrega constante y sin reservas a su vocación divina, en bien
de la Sagrada Familia y de todos los hombres (Cfr. Juan Pablo II, Exhor.
Apost.
Redemptoris
custos, 15-VIII-1989, 17). Ahora, en el Cielo, su corazón sigue albergando «una
singular y preciosa simpatía para toda la humanidad» (Pablo VI, Homilía
19-III-1969), pero de modo muy particular para todos aquellos que, por una
vocación específica, se entregan plenamente a servir sin condiciones al Hijo de
Dios en medio de su trabajo profesional, como él lo hizo.
Pidámosle hoy
que sean muchos quienes reciban la vocación a una entrega plena y que respondan
generosamente a la llamada; que Dios otorgue ese honor inmenso a aquellos
hijos, hermanos, parientes o amigos que, por circunstancias determinadas,
podrían encontrarse más cerca de recibir esa llamada del Señor.
Al Santo
Patriarca le pedimos que todos los cristianos seamos buenos instrumentos para
hacer llegar esa voz clara del Señor a las almas, pues la mies sigue siendo
abundante y los obreros pocos (Cfr. Mt 9, 37).
ORACIÓN FINAL
Oh custodio y padre de Vírgenes San José a cuya fiel custodia fueron encomendadas la misma inocencia de Cristo Jesús y la Virgen de las vírgenes María; por estas dos queridísimas prendas Jesús y María, te ruego y suplico me alcances, que preservado yo de toda impureza, sirva siempre castísimamente con alma limpia, corazón puro y cuerpo casto a Jesús y a María. Amén.
Jesús José y María
os doy mi corazón y el alma mía
Jesús, José y María
asistidme en mi última agonía.
Jesús, José y María
con Vos descanse en paz el alma mía.
Oh Dios que con inefable providencia te
dignaste escoger al bienaventurado José por Esposo de tu Madre Santísima;
concédenos que, pues le veneramos como protector en la tierra, merezcamos
tenerle como protector en los cielos. Oh Dios que vives y reinas en los siglos
de los siglos. Amén.
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