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SANTORAL LITÚRGICO

El Niño Dios a nacido en Belén

HIMNO A SAN JOSÉ

HIMNO A SAN JOSÉ

Hoy a tus pies, ponemos nuestra vida; Hoy a tus pies, ¡Glorioso San José! Escucha nuestra oración, Y por tu intercesión, Obtendremos, la paz del corazón; En Nazaret, junto a la Virgen Santa, En Nazaret ¡Glorioso San José! Cuidaste al niño Jesús, Pues por tu gran virtud, Fuiste digno custodio de la luz. Con sencillez humilde carpintero; Con sencillez ¡Glorioso San José! Hiciste bien tu labor, obrero del Señor, Ofreciendo, trabajo y oración. Tuviste fe, en Dios y su promesa; Tuviste fe, ¡Glorioso San José! Maestro de oración, alcanzarnos el don, De escuchar, y seguir la voz de Dios:

domingo, 28 de febrero de 2021

Cuarto Domingo Devoción 7 Domingos a San José




ESPECIAL DEVOCIÓN DE LOS SIETE

DOMINGOS A SAN JOSÉ

 

 ACTO DE CONTRICIÓN

Oración inicial para cada domingo

 

Dios y Señor mío, en quien creo y espero y a quien amo sobre todas las cosas; al pensar en lo mucho que habéis hecho por mí y lo ingrato que he sido a vuestros favores, mi corazón se confunde y me obliga a exclamar: Piedad, Señor, para este hijo rebelde, perdonadle sus extravíos, que le pesa de haberos ofendido, y desea antes morir que volver a pecar. Confieso que soy indigno de esta gracia, pero os lo pido por los méritos de vuestro Padre nutricio, San José… Vos, glorioso Abogado mío, recibidme bajo vuestra protección y dadme el favor necesario para emplear bien este rato en obsequio vuestro y utilidad de mi alma. Amén. Jesús, María y José.

 

*CUARTO DOMINGO

Durante la Santa Misa uníos al Sacerdote y entrad en las disposiciones de San José cuando ofreció a Jesús al Padre Eterno. Ofrecédselo en la Sagrada Comunión. Aplicad la indulgencia plenaria por las almas que más han trabajado en extender la devoción a San José.

 

MEDITACIÓN CUARTO DOMINGO

Sobre los dolores y gozos de San José en el misterio de la presentación del Niño Jesús al Templo.

 

1. El Padre Eterno al escoger a José para reemplazarle cerca de su Hijo único, le había comunicado el amor que arde en El por este Bien amado en quien ha puesto todas las complacencias. José tenía para Jesús un corazón de Padre, y fue un dolor inmenso el que sintió cuando oyó al anciano Simeón anunciar a su divina Madre que este amado Niño, fruto bendito de sus virginales entrañas, sería un signo de enemistad, de odio y de venganza.

 

La pasión del Salvador, tal como había sido predicha por los Profetas se presentó toda entera, con sus circunstancias las más lúgubres, al corazón de José sumido en un mar de amargura. La voz lamentable de los Profetas de Israel repitiendo uno a uno los dolores del Hijo del Hombre, resonó en el fondo el corazón de José, y su amor de padre prestaba dolores más vivos aún al cuadro tan completo de los padecimientos, de las humillaciones reservadas al Cristo.

 

En adelante, Jesús no será ya para José sino un objeto de dolor; todas las alegrías que le dará serán mezcladas de amargura a cada tierna mirada que el Salvador dirigía sobre él, vendrá luego a unirse la dolorosa visión de sus ojos divinos, velados por la sombra de la muerte. Cuando Abraham, para obedecer a Dios, le hizo el sacrificio de su hijo único, tuvo cuidado de ocultar a Sara la orden que había recibido del cielo.

 

Los gemidos de la madre de Isaac, su desesperación a la vista de la inmolación del hijo de sus entrañas hubiera hecho mil veces más intenso el dolor del patriarca y tal vez habrían detenido su brazo. Dios no quiso someterlo a esta dura prueba. El Señor, que conocía la generosidad de José, le trató con menos indulgencia. ¿Quién podrá expresar lo que pasó en su corazón sensible cuando oyó a Simeón anunciar a María que: SU ALMA DE MADRE SERIA TRASPASADA CON UNA ESPADA DE DOLOR? De más edad que su augusta Esposa, se creía morir el primero, y que María sobreviviera a su Divino Hijo llevando sola el peso de su dolor, inmenso como un mar sin fondo y sin playa.

 

Cuál es el hombre, exclama la Santa Iglesia en sus patéticas lamentaciones, ¿cuál es el hombre que no lloraría a la vista de una pobre madre abrumada de tantas desgracias? Comprended después de esto, si os es posible, la aflicción de José al pensar en las terribles pruebas reservadas a María, que estaba unida a él con tan puros y estrechos lazos. El provenir le desarrollaba todos los misterios de iniquidad que encerraba en sus profundidades.

 

José veía a los pecadores y a los impíos convertidos en enemigos de su Hijo y de su Esposa inmaculada trabajando incesantemente para destruir la obra de la redención, negando la divinidad de Jesucristo, rechazando la maternidad divina de María. Así se cumplía tristemente ante sus ojos la RUINA DE MUCHOS, pronosticada por Simeón. Este porvenir de ingratitudes y de abominaciones desgarraba el corazón compasivo de José.

 

2. Él no hubiera resistido a esta aflicción profunda, si Dios para aligerar el peso de su dolor, no le hubiera hecho entrever también esas multitudes innumerables de todas las naciones que debían servir a Jesús y a María y encontrar en su amor la felicidad de este mundo y una resurrección gloriosa al fin de los tiempos: POSITUS EST HIC IN RESURRECTIONEM MULTORUM IN ISRAEL.

 

Sería necesario amar a Jesús como José para poder apreciar como él: el valor de las almas rescatadas con la muerte del Divino Hijo, para comprender cuanto esta esperanza endulzaba su sacrificio y llenaba su corazón de consuelo, Jesús será amado: María, su Santa Madre recibirá los homenajes de los corazones más nobles y más puros; en todas partes les levantarán altares y hasta la consumación de los siglos.

 

Dios suscitará almas generosas dispuestas a sacrificar mil veces su vida y sus más caros intereses de renunciar a la dicha de servirles y de hacerles conocer y amar de todos. ¡Oh me parece oír a José exclamar en los transportes de su amor! Oh almas bien amadas, que habéis costado la sangre de mi Salvador, rendíos en mis ardientes deseos; venid a abrazar a ese Dios inmolado que yo amo y adoro; venid a alistaros bajo su estandarte glorioso.

 

Para aseguraros este favor he hecho de concierto con María, mi Esposa inmaculada, al Señor, el sacrificio de su Hijo único. Pero si yo puedo ganar vuestras almas, si yo puedo llevarlas al cielo mis sufrimientos y sacrificios se convertirán en un manantial de alegría y de toda mi felicidad.

 

EJEMPLO CUARTO DOMINGO

 Una hija de María, sintiéndose llamada desde su tierna edad a tomar el habito de un instituto de caridad, al llegar a los diez y siete años empezó el noviciado en uno de ellos con un fervor tal, que desempeño a satisfacción de sus superiores todos los encargos que se le confiaron. Al cabo de doce años, engañada por “una ilusión del ángel de las tinieblas transformando en ángel de la luz” (como ella misma confesó después) se le puso en la cabeza que Dios le pedía el sacrificio de su vocación y que debía entrar en un convento de clausura; así es que se separo del camino en que Dios la había colocado para seguir al que se creía llamada.

 

Dado el primer paso ya se vio perdida, y aunque procuraba preservar en su nueva vocación y hacer frente a los remordimientos que la perseguían por no haber querido obedecer a sus superiores, todo era en vano; jamás estaba tranquila, de lo que resulto ir debilitándose en sus fuerzas físicas y morales, viéndose por fin obligada a volver al seno de su familia. Allí, a pesar de prodigársele los más afectuosos cuidados a fin de que se quedase en el mundo, jamás en su interior sentía satisfacción alguna, suspirando continuamente por su vocación primera. Cinco meses transcurrieron sin que pudiese obtener un despacho favorable de sus antiguos suspiros a las solicitudes que les presentaba, suplicas, novenas, ayunos, mortificaciones, de todo se valió para aplacar al buen Dios que se mostraba inflexible.

 

Pareciéndose que no podía jamás volver al primer convento, se le facilito la entrada a otro, pero su alma no podía encontrar reposo en ninguna parte, acordándose de su falta. “Mi vocación primera – exclamaba siempre será un fiscal que reprochará mi infidelidad”. Una amiga suya confidente de sus penas, la aconsejo recurriese a San José, poniéndose bajo su patrocinio, y que hiciese la devoción de los SIETE DOMINGOS.

 

Acepto el consejo; invoco de corazón al poderoso patriarca; le representó los derechos que tenía a su protección, ya por llevar su nombre, ya por ser hija de su Divina Esposa, la Virgen inmaculada; puso su suerte entre sus manos, y en el fervor de una confianza sencilla, y fue el mes de marzo como término de sus penas. Durante seis semanas no cesó de rogar al Consolador de las almas afligidas, y el 17 de dicho mes por una disposición patente de la Divina Providencia, se encontró con su superior quien enterado de su situación y arrepentido, la admitió de nuevo en la comunidad, con la condición de empezar otro noviciado.

 

El día 19, fiesta de San José, volvió a vestir el santo hábito de su vocación con una alegría increíble y una satisfacción imposible de explicar. ¡Cuán necesario es averiguar lo que Dios pide de nosotros y una vez conocido, no desistir por ningún caso de lo comenzado!

 

CUARTO DOLOR Y GOZO

(Para cada domingo)

 

¡Oh fidelísimo Santo, a quien fueron confiados los misterios de nuestra redención! Te compadezco por el dolor que te causó la profecía con que Simeón anunció lo que habían de padecer Jesús y María; y me gozo del consuelo que te dio el mismo Simeón profetizando la multitud de almas que se habían de salvar por la Pasión del Salvador. Te suplico por este dolor y gozo nos alcances ser del número de los que se han de salvar por los méritos de Cristo y por la intercesión de su Madre.

Padre Nuestro y Avemaría y Gloria.

 

ANTIFONA.

Tenía Jesús al empezar su vida pública cerca de treinta años y aún se le creía hijo de José.

V. ¡Oh San José! Ruega por nosotros.

R. Para que seamos dignos de las promesas de Cristo.

 

ORACIÓN

Oh Dios, que con providencia inefable te dignaste elegir al bienaventurado San José por esposo de tu Madre te rogamos nos concedas que merezcamos tener en los cielos por intercesor a quien en la tierra veneramos por protector, Señor, que vives y reinas por los siglos de los siglos, Amén.


PRIMERA ORACIÓN A SAN JOSÉ

 Patrono de la Iglesia Universal

(Para cada domingo)

 

Castísimo José, esposo de María: me gozo de veros elevado a tan sublime dignidad y adornado de tan heroicas virtudes. Por los dulcísimos ósculos y estrechísimos abrazos que diste al Divino Jesús, os suplico me admitáis en el número de vuestros siervos. Proteged a las vírgenes y alcanzadnos a todos la gracia de conservar la pureza de cuerpo y de alma.

 

Amparad a los pobres y a los afligidos por la pobreza y amargas angustias que padecisteis en compañía de Jesús y María en Belén, Egipto y Nazaret; y haced que sufriendo con paciencia nuestros trabajos, merezcamos el eterno descanso.

 

 Sed protector de los pobres y esposos para que vivan en paz y eduquen en el Santo temor de Dios a sus hijos. Dad a los sacerdotes las virtudes que corresponden a su estado para tratar dignamente el Cuerpo de Jesús Sacramentado. A los que viven en comunidad inspiradles amor a la observancia religiosa. A los moribundos asistidlos en aquel trance supremo, pues tuviste la dicha de morir en los brazos de Jesús y de María.

 

Tended vuestra mano protectora a toda la Iglesia, pues habéis sido declarados por el Vicario de Cristo Patrono de la Iglesia Universal. Y pues libraste al Hijo de Dios del furor de Herodes libra a la Iglesia, Esposa tuya, del furor de los impíos y alcanzad que se abrevien los días malos y vengan la serenidad y la paz. Así sea.  

 

SEGUNDA ORACIÓN A SAN JOSE

Compuesta y escrita por Su Santidad León XIII (Para cada domingo)

 

 A Ti recurrimos en nuestra tribulación, Bienaventurado José, y después de implorar el socorro de tu Santísima Esposa, pedimos también confiadamente tu patrocinio por el afecto que te unió con la Inmaculada Virgen Madre de Dios y por el amor paternal con que trataste al Niño Jesús, te rogamos nos auxilies para llegar a la posesión de la herencia que Jesucristo nos conquistó con su sangre, nos asistas con tu poder y nos socorras en nuestras necesidades.

 

Proteged, oh prudentísimo Guardián de la Sagrada Familia, a la raza elegida de Jesucristo; presérvanos, oh Padre amantísimo, de toda mancha de 86 error y corrupción; muéstratenos propicio y asístenos de lo alto del Cielo, oh poderosísimo Libertador nuestro, en la batalla que estamos librando contra el poder de las tinieblas; y así como libraste al Niño Jesús del peligro de la muerte, defiende ahora a la Santa Iglesia de Dios contra la acechanza del enemigo y contra toda adversidad. Concédenos tu perpetua protección a fin de que animados por tu ejemplo y tu asistencia podamos vivir santamente, piadosamente morir y alcanzar la eterna beatitud del Cielo. Amén.

 

Por las necesidades del Santo Padre el Papa:

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.


Su Santidad León XIII ha concedido una indulgencia de siete años y siete cuarentenas por cada vez que se rece devotamente esta devoción.

(Decretos de 15 Agosto de 1889 y 21 Septiembre del mismo año)

 

Tercer Domingo Devoción de 7 Domingos a San José


 

ESPECIAL DEVOCIÓN DE LOS SIETE

DOMINGOS A SAN JOSÉ


ACTO DE CONTRICIÓN

Oración inicial para cada domingo

 

Dios y Señor mío, en quien creo y espero y a quien amo sobre todas las cosas; al pensar en lo mucho que habéis hecho por mí y lo ingrato que he sido a vuestros favores, mi corazón se confunde y me obliga a exclamar: Piedad, Señor, para este hijo rebelde, perdonadle sus extravíos, que le pesa de haberos ofendido, y desea antes morir que volver a pecar. Confieso que soy indigno de esta gracia, pero os lo pido por los méritos de vuestro Padre nutricio, San José… Vos, glorioso Abogado mío, recibidme bajo vuestra protección y dadme el favor necesario para emplear bien este rato en obsequio vuestro y utilidad de mi alma. Amén. Jesús, María y José. 


*TERCER DOMINGO

Al prepararnos para recibir a Jesús Sacramentado, saludad a San José y pedidle su bendición. Al comulgar, esforzaos en entrar en sus santas disposiciones, cuando vio correr la sangre del Salvador y ofrecer la comunión por la conversión de los enemigos de la Iglesia. Aplicad la indulgencia por las almas que tuvieron mucha devoción a la preciosa sangre de Jesucristo.

 

 MEDITACIÓN TERCER DOMINGO

Sobre los dolores y gozos de San José en la Circuncisión del Niño Jesús

 

1. El Mesías que venía a dar cumplimiento a toda ley, quiso por humildad someterse a la ceremonia tan dolorosa de la circuncisión. José, según la opinión de muchos fue su ministro. ¡Cuánto debió costar a él mismo esa ceremonia! Es cierto que todos los Israelitas veían a sus hijos sometidos a la misma ley, más por grande que fuese el amor que le profesaban no podía compararse al que José sentía por Jesús, a quien amaba como a su hijo y como a su Dios.

 

Por otra parte, este santo Patriarca sabía perfectamente que bajo las debilidades de la infancia, el Salvador gozaba de la plenitud de la razón; que se somete voluntariamente a todo lo que de Él se exigía; que sentía a la vez el deseo y el temor del sufrimiento y que esta operación sangrienta no es para El sino el preludio y como ensayo de los suplicios que le estaban reservados en el Calvario.

 

Los gritos del Divino Niño y las angustias de su pobre Madre desgarraban el corazón de José; sin embargo, lleno de un valor sobrenatural y de una me fe más admirable que la de Abraham, el augusto Esposo de María, penetrando los designios de su Divino Hijo, ofrece al Padre Eterno la preciosa Sangre que acaba de ser derramada por nuestra salud y de la cual una sola gota hubiera bastado para rescatar mil mundos.

 

2. José, al terminar su sublime misterio, dio al Hijo de Dios el nombre adorable de Jesús, según la orden que había recibido del Cielo mismo. ¿Quién podrá expresar con que confianza y con qué amor pronunció José de primero este nombre de salud dado a nuestro Divino Libertador? Este nombre de Jesús, que debía ser nuestro consuelo en la peregrinación de esta vida, y nuestra esperanza al llegar a la hora de la muerte.

 

Este nombre adorable que José se complacía en invocar con frecuencia era más dulce a su boca que exquisita miel, más suave a su oído que arrolladora melodía. El nombre de Jesús debe ser el principio y fin de todas nuestras acciones; frecuente por la invocación, frecuente y piadoso este nombre adorable; el fin, porque no debemos poner la mirada en otro bien, en otro objeto que su gloria.

 

Fieles servidores del mejor de los amos; a ejemplo de San José, complaceos en repetir este nombre, que es superior a todo nombre, y recibiréis alivio en vuestras penas, consuelo en vuestras aflicciones. Como José invocad al nombre de Jesús con fe en su poder, con confianza en su amor; porque el Salvador mismo nos ha dicho: “Todo lo que pidiereis a mi Padre en mi nombre os será concedido” (Juan, 14).

 

Decidle como aquel hombre privado de la vista: “Jesús, Hijo de David, tened piedad de mí”, o como los diez leprosos: “Jesús, nuestro dueño, tened piedad de nosotros”, y experimentaréis bien pronto su favor y ayuda. Acordaos que era en nombre de Jesús que los Apóstoles obraban milagros. “En nombre de Jesús levántate y anda” dijo San Pedro al paralítico.

 

En las tentaciones que el demonio os suscite, invocad el santo nombre de Jesús, nombre poderoso en el infierno, puesto que espanta a todos los demonios. Este nombre sagrado hace temblar a los ángeles rebeldes porque les recuerda Aquel cuyo poder destruyó el imperio que tenían sobre los hombres.

 

¡Oh nombre sagrado de Jesús! Verdaderamente eres un aceite derramado para curar nuestras llagas y comunicar la salud a nuestras Amas, porque ¿quién puede pensar en este momento divino sin representarse al mismo tiempo el modelo perfecto y el conjunto de todas las virtudes en el más eminente grado en la persona de Jesús? Poned, pues vuestro santo nombre en nuestras almas en nuestros espíritus, en nuestros corazones y en nuestros labios. Señor Jesús, y concédenos por este nombre la gracia de vivirte, la fuerza de imitaros y aprender de Vos a no crear nuevos mundos, sino a obedecer, a sufrir y a humillarnos.

 

EJEMPLO TERCER DOMINGO

Una distinguida señora de Bélgica escribió a una amiga suya, participándole el favor que acababa de recibir de San José. Una persona ya entrada en años, por la cual ella se interesaba mucho, vivía en completo olvido de sus deberes religiosos, de suerte que hacía más de treinta y cinco años que no había recibido ningún sacramento ni practicado acto alguno de devoción.

 

Ni las instancias reiteradas de varios amigos influyentes, ni los avisos providenciales enviados a esta oveja descarriada fueron bastantes para ablandar su corazón empedernido. Cayó enferma esta infeliz y se puso de cuidado. Entonces fue cuando la caritativa señora alarmada por el estado crítico de su querida anciana, buscaba medios para que no se perdiese aquella alma que tanto había costado al Divino Redentor, acordándose del gran poder del patriarca San José (de quien era muy devota) para socorro de los moribundos le suplicó que viniese en su ayuda, y llena de fervor le prometió hacer la devoción de los SIETE DOMINGOS, en memoria de sus dolores y gozos, esperando le alcanzase la conversión del enfermo que ella tanto deseaba, ¡Cosa admirable!

 

Ya el primer domingo San José empezó su obra: fue un sacerdote a visitar al enfermo, este le recibió muy bien y le insinuó que quería confesarse; hizo una confesión entera y muy dolorosa; y pidió le administrasen los demás sacramentos al día siguiente. A pesar de su extrema debilidad, el buen anciano recibió de rodillas en la cama a su Dios, a quien había olvidado por tan largo tiempo y desde entonces no cesó de demostrar la alegría de que estaba llena su alma. Había perdido la fe, pero la recobró y con ella una eterna gloria. Ojalá este nuevo favor, obtenido por medio de la devoción de los SIETE DOMINGOS, mueva a otras buenas almas a practicarla, para conseguir la conversión de aquellas personas por las cuales se interesan.

 

TERCER DOLOR Y GOZO

 (Para cada domingo)

 

 ¡Oh, modelo perfecto de conformidad con la voluntad divina! Te compadezco por el dolor que sentiste al ver que el Niño Dios derramaba su sangren en la circuncisión; y me gozo del consuelo que experimentaste al oírle llamar Jesús. Por este dolor y gozo te pido nos alcances que podamos vencer nuestras pasiones en esta vida y morir invocando el dulcísimo nombre de Jesús.

Padre Nuestro y Avemaría y Gloria

 

ANTIFONA.

Tenía Jesús al empezar su vida pública cerca de treinta años y aún se le creía hijo de José.

V. ¡Oh San José! Ruega por nosotros.

R. Para que seamos dignos de las promesas de Cristo.

 

ORACIÓN

Oh Dios, que con providencia inefable te dignaste elegir al bienaventurado San José por esposo de tu Madre te rogamos nos concedas que merezcamos tener en los cielos por intercesor a quien en la tierra veneramos por protector, Señor, que vives y reinas por los siglos de los siglos, Amén.

 

PRIMERA ORACIÓN A SAN JOSÉ

 Patrono de la Iglesia Universal

(Para cada domingo)

 

Castísimo José, esposo de María: me gozo de veros elevado a tan sublime dignidad y adornado de tan heroicas virtudes. Por los dulcísimos ósculos y estrechísimos abrazos que diste al Divino Jesús, os suplico me admitáis en el número de vuestros siervos. Proteged a las vírgenes y alcanzadnos a todos la gracia de conservar la pureza de cuerpo y de alma.

 

Amparad a los pobres y a los afligidos por la pobreza y amargas angustias que padecisteis en compañía de Jesús y María en Belén, Egipto y Nazaret; y haced que sufriendo con paciencia nuestros trabajos, merezcamos el eterno descanso.

 

 Sed protector de los pobres y esposos para que vivan en paz y eduquen en el Santo temor de Dios a sus hijos. Dad a los sacerdotes las virtudes que corresponden a su estado para tratar dignamente el Cuerpo de Jesús Sacramentado. A los que viven en comunidad inspiradles amor a la observancia religiosa. A los moribundos asistidlos en aquel trance supremo, pues tuviste la dicha de morir en los brazos de Jesús y de María.

 

Tended vuestra mano protectora a toda la Iglesia, pues habéis sido declarados por el Vicario de Cristo Patrono de la Iglesia Universal. Y pues libraste al Hijo de Dios del furor de Herodes libra a la Iglesia, Esposa tuya, del furor de los impíos y alcanzad que se abrevien los días malos y vengan la serenidad y la paz. Así sea.  

 

SEGUNDA ORACIÓN A SAN JOSE

Compuesta y escrita por Su Santidad León XIII (Para cada domingo)

 

 A Ti recurrimos en nuestra tribulación, Bienaventurado José, y después de implorar el socorro de tu Santísima Esposa, pedimos también confiadamente tu patrocinio por el afecto que te unió con la Inmaculada Virgen Madre de Dios y por el amor paternal con que trataste al Niño Jesús, te rogamos nos auxilies para llegar a la posesión de la herencia que Jesucristo nos conquistó con su sangre, nos asistas con tu poder y nos socorras en nuestras necesidades.

 

Proteged, oh prudentísimo Guardián de la Sagrada Familia, a la raza elegida de Jesucristo; presérvanos, oh Padre amantísimo, de toda mancha de 86 error y corrupción; muéstratenos propicio y asístenos de lo alto del Cielo, oh poderosísimo Libertador nuestro, en la batalla que estamos librando contra el poder de las tinieblas; y así como libraste al Niño Jesús del peligro de la muerte, defiende ahora a la Santa Iglesia de Dios contra la acechanza del enemigo y contra toda adversidad. Concédenos tu perpetua protección a fin de que animados por tu ejemplo y tu asistencia podamos vivir santamente, piadosamente morir y alcanzar la eterna beatitud del Cielo. Amén.

 

Por las necesidades del Santo Padre el Papa:

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.


Su Santidad León XIII ha concedido una indulgencia de siete años y siete cuarentenas por cada vez que se rece devotamente esta devoción.

(Decretos de 15 Agosto de 1889 y 21 Septiembre del mismo año)


Segundo Domingo Devoción 7 Domingos a San José

 

 

ESPECIAL DEVOCIÓN DE LOS SIETE

DOMINGOS A SAN JOSÉ


ACTO DE CONTRICIÓN

Oración inicial para cada domingo

 

Dios y Señor mío, en quien creo y espero y a quien amo sobre todas las cosas; al pensar en lo mucho que habéis hecho por mí y lo ingrato que he sido a vuestros favores, mi corazón se confunde y me obliga a exclamar: Piedad, Señor, para este hijo rebelde, perdonadle sus extravíos, que le pesa de haberos ofendido, y desea antes morir que volver a pecar. Confieso que soy indigno de esta gracia, pero os lo pido por los méritos de vuestro Padre nutricio, San José… Vos, glorioso Abogado mío, recibidme bajo vuestra protección y dadme el favor necesario para emplear bien este rato en obsequio vuestro y utilidad de mi alma. Amén. Jesús, María y José. 


SEGUNDO DOMINGO

La Santa Comunión de este día se ofrecerá para dar gracias a San José por los favores que nos ha alcanzado; la indulgencia plenaria se aplicará por las almas del Purgatorio que tuvieron devoción especial a la Sagrada Familia.

 

MEDITACIÓN SEGUNDO DOMINGO

 Sobre los dolores y gozos de San José en el nacimiento del Hijo de Dios en un establo.

 

1. El momento en que la Augusta Virgen María va a dar al mundo el Mesías prometido, desde tantos siglos, ha llegado. Es en vano que José pida para su angelical esposa un asilo a los habitantes de Belén; sólo recibe negativas y desdenes. Así es como se cumple a la letra el pasaje del Evangelio: “El Hijo de Dios ha venido en medio de los suyos, y éstos se han negado a recibirle”. José se ve precisado a guarecerse en un establo abandonado; allí es donde quiere nacer el Hijo del Eterno para morar entre los hombres

 

¡Qué dolor tan inmenso para el corazón de José viendo al Divino Niño asimilado a los animales, echado como ellos sobre un poco de paja húmeda y fría, en la estación más rigurosa del año! ¡Cómo resonaría hasta en lo más íntimo de sus entrañas de padre, el primer lamento del Salvador ocasionado por sus sufrimientos! ¡Cuán dulces y amargas fueron las lágrimas que mezcló a las que el Niño Dios derramaba ya por nuestras faltas! 2. José prosternado con la frente en el polvo, adora al recién nacido como a su Dios; le reconoce a pesar de su anonadamiento y su debilidad por el Creador del Cielo y de la tierra, por el Salvador y Redentor del mundo, le ofrece su corazón, sus fuerzas, su vida entera, y le da mil gracias por haberle escogido entre todos para servirle de padre.

 

Y para colmo de su alegría, María le presenta a su Divino Niño que Dios confía a su ternura; José le recibe de rodillas, le estrecha con tanto respeto como amor sobre su corazón, le baña de lágrimas, le cubre de besos, le ofrece al Padre Eterno como rescate de su pueblo esperanza y alegría de Israel, y le deposita de nuevo en los brazos de su querida Madre como el único altar bastante puro para recibirle.

 

 ¡Oh! Cómo olvida las fatigas y las angustias de la víspera cuando oye a los ángeles celebrar con cánticos armoniosos el nacimiento de Aquél que él podría llamar su Hijo más rico que todos sus antepasados, en medio de sus privaciones posee el más precioso tesoro del cielo; ante su gloria se eclipsa toda la de su regia estirpe. Él podía contemplar con sus ojos, estrechar contra su corazón al Emmanuel que David saludaba de lejos en sus proféticos aciertos como su Señor y su Dios; iba a pasar su vida con Aquel que sus antepasados habían deseado con tanto ardor ver la aparición.

 

¿Qué gloria no queda eclipsada en presencia de esta gloria? ¿Qué dicha no desaparecerá ante esta felicidad? Así es como Dios forma en el corazón tan puro de José una inefable mezcla de alegría y de pena, de gozo y de dolor; pero el dolor no turba su gozo y la alegría nada quita a la amargura de su pena, porque la una y la otra proceden de un mismo principio y el amor que le hace gozar, le hace también padecer.

 

EJEMPLO SEGUNDO DOMINGO

La priora de un convento de religiosas escribe el siguiente caso: Una de nuestras hermanas religiosas, de edad de 28 años, que había gozado siempre de cabal salud, fue atacada hace ocho meses de un mal a la garganta que le hizo perder enteramente la voz, extendiéndose muy largo hasta el estómago. Una opresión continua y pesada, dolores violentos en el pecho y en las espaldas, una suma debilidad, todo eso demostró ser una enfermedad de pecho el mal de nuestra hermana, el cual declararon los médicos no tenía remedio. No desconfiamos por eso; acudimos a San José, y poniendo en el él toda nuestra confianza le consagramos repetidas novenas, sin que se advirtiera ninguna mejoría en la pobre enferma.

 

Como estaba tan débil que no podía andar llevamos en procesión a la enfermería la venerable imagen de San José, acompañándola con cirios encendidos; y allí empezamos la devoción de los SIETE DOMINGOS, tan agradables al poderoso San José, para que nos obtuviese la curación que tanto deseábamos, durante la sétima semana la enferma padecía mucho, estaba triste, y nosotras también porque fundadamente temíamos que bien pronto nos dejaría.

 

No obstante, el domingo siguiente mostró deseos de ir al coro para asistir a la bendición del Santísimo, lo que efectuó con mucha pena sostenida por nosotras, y llegando allí sin poder respirar. En el acto de la bendición quiso seguir a las otras religiosas en el canto de un himno lo que hizo con voz apagada. Este era el momento escogido por el Esposo de María para demostrarnos su poderosa intercesión.

 

Encontré a la enferma que salía del coro y toda conmovida me dijo: “Puedo hablar con voz clara”, y volviendo al coro con nosotras se puso a rezar con fuerte acento unas letanías a San José. Todas estábamos a su alrededor, pasmadas, escuchando aquella voz que ocho meses hacía no habíamos oído, y dirigíamos mil preguntas a nuestra querida hermana, admirando en ella los dichosos efectos de la protección de nuestro amado Padre. Libre de toda opresión, no hallaba palabras para expresarnos lo que 32 sentía y desde entonces, vuelta a su estado normal, practica todos los actos de comunidad. ((Récense los dolores y gozos con los padrenuestros, pág.74)

 

SEGUNDO DOLOR Y GOZO

(Para cada domingo)

 

¡Oh felicísimo Patriarca, que fuiste elevado a la dignidad de padre putativo del Verbo encarnado! Te compadezco por el dolor que sentiste viendo nacer al Niño Jesús en tanta pobreza y desamparo; y te felicito por el gozo que tuvisteis al oír la suave melodía con que los ángeles celebraron el nacimiento, cantando “Gloria a Dios en las alturas”. Por este dolor y gozo te pido nos concedas oír, al salir de este mundo, los cánticos celestiales de los ángeles en la gloria. Padre Nuestro y Avemaría y Gloria.

 

ANTÍFONA.

Tenía Jesús al empezar su vida pública cerca de treinta años y aún se le creía hijo de José.

V. ¡Oh San José! Ruega por nosotros.

R. Para que seamos dignos de las promesas de Cristo.

 

ORACIÓN

Oh Dios, que con providencia inefable te dignaste elegir al bienaventurado San José por esposo de tu Madre te rogamos nos concedas que merezcamos tener en los cielos por intercesor a quien en la tierra veneramos por protector, Señor, que vives y reinas por los siglos de los siglos, Amén.

 

PRIMERA ORACIÓN A SAN JOSÉ

 Patrono de la Iglesia Universal

(Para cada domingo)

 

Castísimo José, esposo de María: me gozo de veros elevado a tan sublime dignidad y adornado de tan heroicas virtudes. Por los dulcísimos ósculos y estrechísimos abrazos que diste al Divino Jesús, os suplico me admitáis en el número de vuestros siervos. Proteged a las vírgenes y alcanzadnos a todos la gracia de conservar la pureza de cuerpo y de alma.

 

Amparad a los pobres y a los afligidos por la pobreza y amargas angustias que padecisteis en compañía de Jesús y María en Belén, Egipto y Nazaret; y haced que sufriendo con paciencia nuestros trabajos, merezcamos el eterno descanso.

 

 Sed protector de los pobres y esposos para que vivan en paz y eduquen en el Santo temor de Dios a sus hijos. Dad a los sacerdotes las virtudes que corresponden a su estado para tratar dignamente el Cuerpo de Jesús Sacramentado. A los que viven en comunidad inspiradles amor a la observancia religiosa. A los moribundos asistidlos en aquel trance supremo, pues tuviste la dicha de morir en los brazos de Jesús y de María.

 

Tended vuestra mano protectora a toda la Iglesia, pues habéis sido declarados por el Vicario de Cristo Patrono de la Iglesia Universal. Y pues libraste al Hijo de Dios del furor de Herodes libra a la Iglesia, Esposa tuya, del furor de los impíos y alcanzad que se abrevien los días malos y vengan la serenidad y la paz. Así sea.  

 

SEGUNDA ORACIÓN A SAN JOSE

Compuesta y escrita por Su Santidad León XIII (Para cada domingo)

 

 A Ti recurrimos en nuestra tribulación, Bienaventurado José, y después de implorar el socorro de tu Santísima Esposa, pedimos también confiadamente tu patrocinio por el afecto que te unió con la Inmaculada Virgen Madre de Dios y por el amor paternal con que trataste al Niño Jesús, te rogamos nos auxilies para llegar a la posesión de la herencia que Jesucristo nos conquistó con su sangre, nos asistas con tu poder y nos socorras en nuestras necesidades.

 

Proteged, oh prudentísimo Guardián de la Sagrada Familia, a la raza elegida de Jesucristo; presérvanos, oh Padre amantísimo, de toda mancha de 86 error y corrupción; muéstratenos propicio y asístenos de lo alto del Cielo, oh poderosísimo Libertador nuestro, en la batalla que estamos librando contra el poder de las tinieblas; y así como libraste al Niño Jesús del peligro de la muerte, defiende ahora a la Santa Iglesia de Dios contra la acechanza del enemigo y contra toda adversidad. Concédenos tu perpetua protección a fin de que animados por tu ejemplo y tu asistencia podamos vivir santamente, piadosamente morir y alcanzar la eterna beatitud del Cielo. Amén.


 Por las necesidades del Santo Padre el Papa:

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.


Su Santidad León XIII ha concedido una indulgencia de siete años y siete cuarentenas por cada vez que se rece devotamente esta devoción.

(Decretos de 15 Agosto de 1889 y 21 Septiembre del mismo año)


Primer Domingo Devoción de los 7 Domingos a San José

 



ESPECIAL DEVOCIÓN DE LOS SIETE

DOMINGOS A SAN JOSÉ



ACTO DE CONTRICIÓN

Oración inicial para cada domingo

 

Dios y Señor mío, en quien creo y espero y a quien amo sobre todas las cosas; al pensar en lo mucho que habéis hecho por mí y lo ingrato que he sido a vuestros favores, mi corazón se confunde y me obliga a exclamar: Piedad, Señor, para este hijo rebelde, perdonadle sus extravíos, que le pesa de haberos ofendido, y desea antes morir que volver a pecar. Confieso que soy indigno de esta gracia, pero os lo pido por los méritos de vuestro Padre nutricio, San José… Vos, glorioso Abogado mío, recibidme bajo vuestra protección y dadme el favor necesario para emplear bien este rato en obsequio vuestro y utilidad de mi alma. Amén. Jesús, María y José.

 

PRIMER DOMINGO

La Santa comunión de este día se ofrecerá para dar gracias a San José por los servicios que prestó a Jesús y a María; la indulgencia plenaria se aplicará por las almas del Purgatorio que más amaron a este glorioso Patriarca.

 

MEDITACIÓN PRIMER DOMINGO

 Sobre los dolores y gozos de San José con motivo de la maternidad de María.


1. María y José, fieles a su voto de virginidad vivían como espíritus angélicos en su humilde morada de Nazaret. Sin embargo, Dios había operado en la augusta Virgen la grande obra de su poder y de su amor. El Espíritu Santo había descendido a  Ella, y el Hijo del Altísimo se había encarnado en sus virginales entrañas. José ignoraba este misterio. ¡Cuál debió ser su asombro viendo a su esposa inmaculada hacerse madre! Era un fenómeno que él no podía explicarse. 


El Cielo le preserva, no obstante, de que formule la más leve sospecha sobre la fidelidad de la Reina de los corazones puros. José, como lo afirma San Agustín, había recibido directamente a María a su salida del templo y la había conducido de la casa de Dios a su propia morada. José, según la expresión de San Pedro Crisóstomo, era el testigo de su inocencia, el guardián de su pudor y el apologista de su virginidad. José, aunque veía que María iba a ser Madre, advertía al mismo tiempo que ella conservaba radiante el destello de la Santa Virginidad, y que el fruto que llevaba en su seno no había alterado en manera alguna su angelical pudor.

 

Testigo de la pureza de los pensamientos de María, de la santidad de sus afecciones, del recato de sus modales, leía en sus miradas la prueba de su inocencia. Por esto, según opinión de San Juan Crisóstomo, José, no se fijó en las apariencias; prefirió proseguir en María un milagro de la gracia a creer en una debilidad de la naturaleza por parte de una criatura más que angelical. 


Además era José muy versado en las Santas Escrituras, las que meditaba continuamente: no podía, pues, ignorar que el Mesías debía nacer de una Virgen, y que había llegado el tiempo en que este misterio iba a cumplirse; y como era testigo de la santidad de María, creyó fácilmente que Ella solo podría ser la Madre del Libertador prometido, en atención a ser la más inmaculada de las vírgenes. ¿Quién soy yo, se decía a sí mismo, según el sentir de un gran número de Padres de la Iglesia, quién soy yo para osar tener cerca de mí, como esposa mía, a la Madre de mi Dios? ¡Cuán lejos estoy de ser bastante puro para vivir con la noble criatura! Ay de mí, Uza cayó herido de muerte por haber llevado con demasiada ligereza la mano sobre el Arca material del viejo Testamento, ¿qué me sucederá a mí si una sola vez faltase yo a la veneración debida a esta Arca de la Nueva Alianza, donde está encerrado el verdadero maná del cielo, y que contiene no solamente la ley sino al Divino Legislador mismo? Tales eran 16 los sentimientos que llenaban el corazón del humilde José contemplando a María.

 

2. En tanto que José es presa de estas ansiedades, el Señor le envía un ángel para tranquilizarle. Las palabras que le dirige demuestran claramente que la humildad, la desconfianza de sí mismo, el temor reverencial, que es como el pudor del alma han motivado la resolución de este Santo Patriarca. En efecto, el Ángel Gabriel no le acusa, no le responde: al contrario, le tranquiliza y anima. No temáis José, le dice: NOLI TIMERE. Palabras llenas de dulzura que son como una firmeza dada a la virtud medrosa y timorata. Son las mismas palabras que el arcángel había dirigido a María para liberarla de la turbación en que la sumió el anuncia de que iba a ser Madre de Dios, aunque hubiese consagrado su virginidad al Señor: NE TIMEAS, María.

 

Así la misma frase que sirvió para tranquilizar y dar ánimo a María cuyo pudor virginal y tímido había experimentado una turbación grande, sirve también para calmar y confortar la humilde timorata de José. Pero al decirle que no tema, el ángel se sirve de esta fórmula: José, hijo de David: JOSEPH, FILI DAVID, NOLI TEMERE. Estas palabras están llenas de misterios, dice San Juan Crisóstomo. Gabriel le llama por su nombre para inspirarle confianza, recordándole en su origen la promesa que Dios había hecho a David que el Mesías nacería de su raza, misterio inefable que se cumplía en aquel momento en María, descendiente como él de la tribu de David.

 

San Fulgencio traduce así las palabras del ángel: José: María es vuestra legitima esposa y el Espíritu Santo es el que os ha hecho don de ella, quien ha obrado en su seno el misterio que os llena de temor santo. Pero este espíritu de amor no quiere romper el casto matrimonio que él mismo ha formado. Aun cuando haya hecho infinitamente más precioso el tesoro que os ha dado, no quiere por esto privaros de la dicha de poseerle.

 

Dios, haciendo de María su Madre, no pretende que cese de ser vuestra esposa; al contrario, El la confía a vuestra piedad, a fin de que protejáis su honor y sustentéis a su Divino Hijo. Las palabras del Ángel llenaron el corazón de José de una alegría inefable. Asegurado por entonces de manera de no poder poner en duda la dignidad incomparable de su santa esposa, su gozo fue tan grande, su contento tan perfecto, tan completo, que hubiera podido decir a Dios como el Rey profeta: “Vuestras consolaciones han regocijado mi alma en proporción a la multitud de mis dolores.

 

De este modo, un solo instante bastóle a Dios para apaciguar esta tempestad que agita el espíritu de José y hace renacer en él la más dulce tranquilidad. Esto sucede siempre en casos análogos, cuando el Alma está sometida a la Voluntad de Dios como debe estarlo. Por vuestra bondad, Señor, decía el Santo hombre Tobías, la calma sigue de cerca a la tempestad, y después de la aflicción y las lágrimas derramáis la alegría en los corazones. ¡Qué poderoso motivo de paciencia y conformidad a la Voluntad del Señor!

 

 EJEMPLO PRIMER DOMINGO

He aquí un hecho referido por autores muy graves y dignos de fe que prueba cuán agradable es a San José la consideración de sus principales dolores y gozos, que es lo que forman la devoción de los SIETE DOMINGOS, y cuán preciosas gracias procura a los que la practican con piedad. Dos padres franciscanos navegaban por las costas de Flandes, cuando se levantó una horrorosa tempestad que sumergió el buque con trescientos pasajeros que llevaba.

 

La Divina Providencia dispuso que estos religiosos se amparasen en una de las tablas del buque sobre la cual se sostuvieron entre la vida y la muerte durante tres días, teniendo siempre el abismo debajo de ellos, que amenazaba tragarlos. Siendo muy devotos de San José, llenos de confianza en su poderosa de protección se encomendaron a él como verdadera tabla de salvación y como benigna estrella que debía conducirlos al puerto. Apenas terminaron su plegaria, fueron atendidos: la tempestad cesó, el cielo se puso despejado y sereno la mar se calmó y la esperanza volvió a tener cabida en el fondo de sus corazones.

 

Pero lo que colmó su alegría fue presentárseles un joven lleno de gracia y majestad quien, después de haberlos saludado bondadosamente se ofreció a servirles de piloto, lo que hizo con tanta facilidad, que al cabo de poco saltaban ya en tierra. Allí los dos religiosos se arrojaron a los pies de su libertador y después de haberle declarado con afectuosas palabras su eterno agradecimiento, le rogaron encarecidamente que se dignasen decirles quien era: “Yo soy José, les respondió: si queréis hacer algo que me sea agradable, no dejéis pasar día sin rezar devotamente siete veces la oración dominical y la salutación angélica en memoria de los siete Dolores con que mi alma fue afligida, y en consideración a los siete Gozos con que mi corazón fue consolado en grado eminente durante el tiempo que pase sobre la tierra, viviendo con Jesús y María”. Dichas estas palabras desapareció, dejándolos llenos de alegría y penetrados de un sincero deseo de honrar y servir durante toda la vida su glorioso protector.

 

En este suceso tan conmovedor encontramos poderosísimos motivos para admirar la fidelidad de San José en socorrer profundamente a los que le invocan, y para ensalzar su inefable bondad, que pide tan poco por tan grande beneficio por un bien tan grande como es la conservación de la vida. Fieles servidores de San José que queréis ser agradable a vuestro protector y servirle según sus deseos, práctica establecida en su honor, después de que él mismo ha declarado de una manera formal cuán grata le es.

 

Figuraos que os dice como a aquellos pobres religiosos: Yo soy José, en quien debéis poner toda vuestra confianza; tengo el poder y la voluntad de asistiros en todas vuestras necesidades; Jesucristo mi hijo y la bienaventurada Virgen María, mi esposa nada me rehusarán de lo que les pediré por vosotros, honrad con amor la memoria de mis dolores y de mis gozos, y experimentaréis inefablemente los saludables efectos de mi ayuda en medio del borrascoso mar del mundo en que vivís y en el que sois continuamente asaltados por mil tentaciones y por toda suerte de prueba.

 

Piadosos devotos de San José, aceptad esta promesa y estad seguros que el mejor medio de alcanzar los favores de este gran Santo, es como él mismo lo ha declarado terminantemente, tomar parte en sus dolores y en sus gozos rezando con esta intención las oraciones aprobadas y enriquecidas por indulgencias por los Sumos Pontífices: Los sentimientos llenarán vuestro corazón meditando estos tiernos misterios serán uno de los más poderosos testimonios de amor que podéis tributar a San José, y le inclinarán inefablemente a protegeros durante vuestra vida, y sobre todo en la hora de la muerte. (Récense los dolores y gozos con los padrenuestros, pág.74)

 

PRIMER DOLOR Y GOZO

(Para cada domingo)

 

¡Oh castísimo Esposo de María! me compadezco de las terribles angustias que padeciste cuando creíste deber separarte de tu esposa inmaculada, y te doy el parabién (la felicitación) por la alegría inefable que te causó saber de boca de un ángel el misterio de la encarnación. Por este dolor y alegría te pido consueles nuestras almas en vida y muerte, obteniéndonos la gracia de vivir como cristianos y morir santamente en los brazos de Jesús y de María. 

Padre Nuestro y Avemaría y Gloria.

 

ANTÍFONA.

Tenía Jesús al empezar su vida pública cerca de treinta años y aún se le creía hijo de José.

V. ¡Oh San José! Ruega por nosotros.

R. Para que seamos dignos de las promesas de Cristo.

 

ORACIÓN

Oh Dios, que con providencia inefable te dignaste elegir al bienaventurado San José por esposo de tu Madre te rogamos nos concedas que merezcamos tener en los cielos por intercesor a quien en la tierra veneramos por protector, Señor, que vives y reinas por los siglos de los siglos, Amén.

 

PRIMERA ORACIÓN A SAN JOSÉ

 Patrono de la Iglesia Universal

(Para cada domingo)

 

Castísimo José, esposo de María: me gozo de veros elevado a tan sublime dignidad y adornado de tan heroicas virtudes. Por los dulcísimos ósculos y estrechísimos abrazos que diste al Divino Jesús, os suplico me admitáis en el número de vuestros siervos. Proteged a las vírgenes y alcanzadnos a todos la gracia de conservar la pureza de cuerpo y de alma.

 

Amparad a los pobres y a los afligidos por la pobreza y amargas angustias que padecisteis en compañía de Jesús y María en Belén, Egipto y Nazaret; y haced que sufriendo con paciencia nuestros trabajos, merezcamos el eterno descanso.

 

 Sed protector de los pobres y esposos para que vivan en paz y eduquen en el Santo temor de Dios a sus hijos. Dad a los sacerdotes las virtudes que corresponden a su estado para tratar dignamente el Cuerpo de Jesús Sacramentado. A los que viven en comunidad inspiradles amor a la observancia religiosa. A los moribundos asistidlos en aquel trance supremo, pues tuviste la dicha de morir en los brazos de Jesús y de María.

 

Tended vuestra mano protectora a toda la Iglesia, pues habéis sido declarados por el Vicario de Cristo Patrono de la Iglesia Universal. Y pues libraste al Hijo de Dios del furor de Herodes libra a la Iglesia, Esposa tuya, del furor de los impíos y alcanzad que se abrevien los días malos y vengan la serenidad y la paz. Así sea.  

 

SEGUNDA ORACIÓN A SAN JOSE

Compuesta y escrita por Su Santidad León XIII (Para cada domingo)

 

 A Ti recurrimos en nuestra tribulación, Bienaventurado José, y después de implorar el socorro de tu Santísima Esposa, pedimos también confiadamente tu patrocinio por el afecto que te unió con la Inmaculada Virgen Madre de Dios y por el amor paternal con que trataste al Niño Jesús, te rogamos nos auxilies para llegar a la posesión de la herencia que Jesucristo nos conquistó con su sangre, nos asistas con tu poder y nos socorras en nuestras necesidades.

 

Proteged, oh prudentísimo Guardián de la Sagrada Familia, a la raza elegida de Jesucristo; presérvanos, oh Padre amantísimo, de toda mancha de 86 error y corrupción; muéstratenos propicio y asístenos de lo alto del Cielo, oh poderosísimo Libertador nuestro, en la batalla que estamos librando contra el poder de las tinieblas; y así como libraste al Niño Jesús del peligro de la muerte, defiende ahora a la Santa Iglesia de Dios contra la acechanza del enemigo y contra toda adversidad. Concédenos tu perpetua protección a fin de que animados por tu ejemplo y tu asistencia podamos vivir santamente, piadosamente morir y alcanzar la eterna beatitud del Cielo. Amén.


 Por las necesidades del Santo Padre el Papa:

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.


Su Santidad León XIII ha concedido una indulgencia de siete años y siete cuarentenas por cada vez que se rece devotamente esta devoción.

(Decretos de 15 Agosto de 1889 y 21 Septiembre del mismo año)