ESPECIAL DEVOCIÓN DE LOS SIETE
DOMINGOS A SAN JOSÉ
ACTO DE CONTRICIÓN
Oración inicial para
cada domingo
Dios y Señor mío, en quien creo y espero y a quien amo sobre todas las cosas; al pensar en lo mucho que habéis hecho por mí y lo ingrato que he sido a vuestros favores, mi corazón se confunde y me obliga a exclamar: Piedad, Señor, para este hijo rebelde, perdonadle sus extravíos, que le pesa de haberos ofendido, y desea antes morir que volver a pecar. Confieso que soy indigno de esta gracia, pero os lo pido por los méritos de vuestro Padre nutricio, San José… Vos, glorioso Abogado mío, recibidme bajo vuestra protección y dadme el favor necesario para emplear bien este rato en obsequio vuestro y utilidad de mi alma. Amén. Jesús, María y José.
*CUARTO
DOMINGO
Durante la Santa Misa uníos al Sacerdote y entrad en las
disposiciones de San José cuando ofreció a Jesús al Padre Eterno. Ofrecédselo
en la Sagrada Comunión. Aplicad la indulgencia plenaria por las almas que más
han trabajado en extender la devoción a San José.
MEDITACIÓN CUARTO DOMINGO
Sobre los dolores y
gozos de San José en el misterio de la presentación del Niño Jesús al Templo.
1. El Padre Eterno al escoger a José
para reemplazarle cerca de su Hijo único, le había comunicado el amor que arde
en El por este Bien amado en quien ha puesto todas las complacencias. José
tenía para Jesús un corazón de Padre, y fue un dolor inmenso el que sintió
cuando oyó al anciano Simeón anunciar a su divina Madre que este amado Niño,
fruto bendito de sus virginales entrañas, sería un signo de enemistad, de odio
y de venganza.
La pasión del Salvador, tal como había sido predicha por los
Profetas se presentó toda entera, con sus circunstancias las más lúgubres, al
corazón de José sumido en un mar de amargura. La voz lamentable de los Profetas
de Israel repitiendo uno a uno los dolores del Hijo del Hombre, resonó en el
fondo el corazón de José, y su amor de padre prestaba dolores más vivos aún al
cuadro tan completo de los padecimientos, de las humillaciones reservadas al
Cristo.
En adelante, Jesús no será ya para José sino un objeto de dolor;
todas las alegrías que le dará serán mezcladas de amargura a cada tierna mirada
que el Salvador dirigía sobre él, vendrá luego a unirse la dolorosa visión de
sus ojos divinos, velados por la sombra de la muerte. Cuando Abraham, para
obedecer a Dios, le hizo el sacrificio de su hijo único, tuvo cuidado de
ocultar a Sara la orden que había recibido del cielo.
Los gemidos de la madre de Isaac, su desesperación a la vista
de la inmolación del hijo de sus entrañas hubiera hecho mil veces más intenso
el dolor del patriarca y tal vez habrían detenido su brazo. Dios no quiso
someterlo a esta dura prueba. El Señor, que conocía la generosidad de José, le
trató con menos indulgencia. ¿Quién podrá expresar lo que pasó en su corazón
sensible cuando oyó a Simeón anunciar a María que: SU ALMA DE MADRE SERIA
TRASPASADA CON UNA ESPADA DE DOLOR? De más edad que su augusta Esposa, se creía
morir el primero, y que María sobreviviera a su Divino Hijo llevando sola el
peso de su dolor, inmenso como un mar sin fondo y sin playa.
Cuál es el hombre, exclama la Santa Iglesia en sus patéticas
lamentaciones, ¿cuál es el hombre que no lloraría a la vista de una pobre madre
abrumada de tantas desgracias? Comprended después de esto, si os es posible, la
aflicción de José al pensar en las terribles pruebas reservadas a María, que
estaba unida a él con tan puros y estrechos lazos. El provenir le desarrollaba
todos los misterios de iniquidad que encerraba en sus profundidades.
José veía a los pecadores y a los impíos convertidos en
enemigos de su Hijo y de su Esposa inmaculada trabajando incesantemente para
destruir la obra de la redención, negando la divinidad de Jesucristo,
rechazando la maternidad divina de María. Así se cumplía tristemente ante sus
ojos la RUINA DE MUCHOS, pronosticada por Simeón. Este porvenir de ingratitudes
y de abominaciones desgarraba el corazón compasivo de José.
2. Él no hubiera resistido a esta
aflicción profunda, si Dios para aligerar el peso de su dolor, no le hubiera
hecho entrever también esas multitudes innumerables de todas las naciones que
debían servir a Jesús y a María y encontrar en su amor la felicidad de este
mundo y una resurrección gloriosa al fin de los tiempos: POSITUS EST HIC IN
RESURRECTIONEM MULTORUM IN ISRAEL.
Sería necesario amar a Jesús como José para poder apreciar
como él: el valor de las almas rescatadas con la muerte del Divino Hijo, para comprender
cuanto esta esperanza endulzaba su sacrificio y llenaba su corazón de consuelo,
Jesús será amado: María, su Santa Madre recibirá los homenajes de los corazones
más nobles y más puros; en todas partes les levantarán altares y hasta la
consumación de los siglos.
Dios suscitará almas generosas dispuestas a sacrificar mil
veces su vida y sus más caros intereses de renunciar a la dicha de servirles y
de hacerles conocer y amar de todos. ¡Oh me parece oír a José exclamar en los
transportes de su amor! Oh almas bien amadas, que habéis costado la sangre de
mi Salvador, rendíos en mis ardientes deseos; venid a abrazar a ese Dios
inmolado que yo amo y adoro; venid a alistaros bajo su estandarte glorioso.
Para aseguraros este favor he hecho de concierto con María,
mi Esposa inmaculada, al Señor, el sacrificio de su Hijo único. Pero si yo
puedo ganar vuestras almas, si yo puedo llevarlas al cielo mis sufrimientos y
sacrificios se convertirán en un manantial de alegría y de toda mi felicidad.
EJEMPLO
CUARTO DOMINGO
Una hija de María,
sintiéndose llamada desde su tierna edad a tomar el habito de un instituto de
caridad, al llegar a los diez y siete años empezó el noviciado en uno de ellos
con un fervor tal, que desempeño a satisfacción de sus superiores todos los encargos
que se le confiaron. Al cabo de doce años, engañada por “una ilusión del ángel
de las tinieblas transformando en ángel de la luz” (como ella misma confesó
después) se le puso en la cabeza que Dios le pedía el sacrificio de su vocación
y que debía entrar en un convento de clausura; así es que se separo del camino
en que Dios la había colocado para seguir al que se creía llamada.
Dado el primer paso ya se vio perdida, y aunque procuraba
preservar en su nueva vocación y hacer frente a los remordimientos que la
perseguían por no haber querido obedecer a sus superiores, todo era en vano;
jamás estaba tranquila, de lo que resulto ir debilitándose en sus fuerzas
físicas y morales, viéndose por fin obligada a volver al seno de su familia.
Allí, a pesar de prodigársele los más afectuosos cuidados a fin de que se
quedase en el mundo, jamás en su interior sentía satisfacción alguna,
suspirando continuamente por su vocación primera. Cinco meses transcurrieron
sin que pudiese obtener un despacho favorable de sus antiguos suspiros a las
solicitudes que les presentaba, suplicas, novenas, ayunos, mortificaciones, de
todo se valió para aplacar al buen Dios que se mostraba inflexible.
Pareciéndose que no podía jamás volver al primer convento, se
le facilito la entrada a otro, pero su alma no podía encontrar reposo en
ninguna parte, acordándose de su falta. “Mi vocación primera – exclamaba siempre
será un fiscal que reprochará mi infidelidad”. Una amiga suya confidente de sus
penas, la aconsejo recurriese a San José, poniéndose bajo su patrocinio, y que
hiciese la devoción de los SIETE DOMINGOS.
Acepto el consejo; invoco de corazón al poderoso patriarca;
le representó los derechos que tenía a su protección, ya por llevar su nombre,
ya por ser hija de su Divina Esposa, la Virgen inmaculada; puso su suerte entre
sus manos, y en el fervor de una confianza sencilla, y fue el mes de marzo como
término de sus penas. Durante seis semanas no cesó de rogar al Consolador de
las almas afligidas, y el 17 de dicho mes por una disposición patente de la
Divina Providencia, se encontró con su superior quien enterado de su situación
y arrepentido, la admitió de nuevo en la comunidad, con la condición de empezar
otro noviciado.
El día 19, fiesta de San José, volvió a vestir el santo
hábito de su vocación con una alegría increíble y una satisfacción imposible de
explicar. ¡Cuán necesario es averiguar lo que Dios pide de nosotros y una vez
conocido, no desistir por ningún caso de lo comenzado!
CUARTO
DOLOR Y GOZO
(Para cada domingo)
¡Oh fidelísimo Santo, a quien fueron confiados los misterios
de nuestra redención! Te compadezco por el dolor que te causó la profecía con
que Simeón anunció lo que habían de padecer Jesús y María; y me gozo del
consuelo que te dio el mismo Simeón profetizando la multitud de almas que se
habían de salvar por la Pasión del Salvador. Te suplico por este dolor y gozo
nos alcances ser del número de los que se han de salvar por los méritos de
Cristo y por la intercesión de su Madre.
Padre Nuestro y
Avemaría y Gloria.
ANTIFONA.
Tenía Jesús al empezar su vida pública cerca de treinta años
y aún se le creía hijo de José.
V. ¡Oh San José! Ruega por nosotros.
R. Para que seamos dignos de las promesas de Cristo.
ORACIÓN
Oh Dios, que con providencia inefable te dignaste elegir al
bienaventurado San José por esposo de tu Madre te rogamos nos concedas que
merezcamos tener en los cielos por intercesor a quien en la tierra veneramos
por protector, Señor, que vives y reinas por los siglos de los siglos, Amén.
PRIMERA ORACIÓN A SAN JOSÉ
Patrono de la Iglesia Universal
(Para cada domingo)
Castísimo José, esposo de María: me
gozo de veros elevado a tan sublime dignidad y adornado de tan heroicas
virtudes. Por los dulcísimos ósculos y estrechísimos abrazos que diste al
Divino Jesús, os suplico me admitáis en el número de vuestros siervos. Proteged
a las vírgenes y alcanzadnos a todos la gracia de conservar la pureza de cuerpo
y de alma.
Amparad a los pobres y a los
afligidos por la pobreza y amargas angustias que padecisteis en compañía de
Jesús y María en Belén, Egipto y Nazaret; y haced que sufriendo con paciencia
nuestros trabajos, merezcamos el eterno descanso.
Sed protector de los pobres y esposos para que
vivan en paz y eduquen en el Santo temor de Dios a sus hijos. Dad a los
sacerdotes las virtudes que corresponden a su estado para tratar dignamente el
Cuerpo de Jesús Sacramentado. A los que viven en comunidad inspiradles amor a
la observancia religiosa. A los moribundos asistidlos en aquel trance supremo,
pues tuviste la dicha de morir en los brazos de Jesús y de María.
Tended vuestra mano protectora a toda
la Iglesia, pues habéis sido declarados por el Vicario de Cristo Patrono de la
Iglesia Universal. Y pues libraste al Hijo de Dios del furor de Herodes libra a
la Iglesia, Esposa tuya, del furor de los impíos y alcanzad que se abrevien los
días malos y vengan la serenidad y la paz. Así sea.
SEGUNDA ORACIÓN A SAN JOSE
Compuesta y escrita por Su Santidad León XIII (Para cada domingo)
A Ti recurrimos en nuestra tribulación,
Bienaventurado José, y después de implorar el socorro de tu Santísima Esposa,
pedimos también confiadamente tu patrocinio por el afecto que te unió con la
Inmaculada Virgen Madre de Dios y por el amor paternal con que trataste al Niño
Jesús, te rogamos nos auxilies para llegar a la posesión de la herencia que
Jesucristo nos conquistó con su sangre, nos asistas con tu poder y nos socorras
en nuestras necesidades.
Proteged, oh prudentísimo Guardián de
la Sagrada Familia, a la raza elegida de Jesucristo; presérvanos, oh Padre
amantísimo, de toda mancha de 86 error y corrupción; muéstratenos propicio y
asístenos de lo alto del Cielo, oh poderosísimo Libertador nuestro, en la
batalla que estamos librando contra el poder de las tinieblas; y así como
libraste al Niño Jesús del peligro de la muerte, defiende ahora a la Santa
Iglesia de Dios contra la acechanza del enemigo y contra toda adversidad.
Concédenos tu perpetua protección a fin de que animados por tu ejemplo y tu
asistencia podamos vivir santamente, piadosamente morir y alcanzar la eterna
beatitud del Cielo. Amén.
Por las necesidades del Santo Padre el Papa:
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Su Santidad León XIII ha concedido una indulgencia de siete años y siete cuarentenas por cada vez que se rece devotamente esta devoción.
(Decretos de 15 Agosto de 1889 y 21 Septiembre del mismo año)