Devoción de los Siete
Domingos
(De la compañía de Santa
Teresa)
Instrucción:
Pensamientos
1. La
devoción de los Siete Domingos en obsequio del glorioso patriarca san José es
una de las más provechosas, porque con ella se experimenta de un modo
maravilloso su especial y poderoso patrocinio.
2. No
hay devoto josefino que no la practique una o más veces al año para recabar,
por intercesión del Santo bendito, alguna gracia especial o extraordinaria para
sí o para las personas que le son más caras.
3. Los
sumos pontífices, en especial Pio IX, la han enriquecido con preciosas
indulgencias para mover la devoción de los fieles a practicarla.
4. Para
ganar tan preciosas indulgencias, son condiciones precisas para cada domingo:
1ª Confesar, comulgar y orar un rato a la intención del papa. 2ª Rezar o hacer
el ejercicio de los siete dolores y gozos de san José. 3ª Que los siete
domingos sean consecutivos, porque si hubiese interrupción, aunque fuera
involuntaria, debería empezarse de nuevo.
5. Las
meditaciones que ofrecemos, son muy a propósito, devoto josefino, para mover
dulce y eficazmente tu corazón a la confianza y amor del Santo de nuestro
corazón.
6. Te
recomendamos con la mayor eficacia hagas esta devoción:
1ª
Para conocer tu vocación, o acertar en la elección de estado.
2ª
Para alcanzar una santa muerte, recibiendo los santos sacramentos.
3ª Para
obtener la conversión de algún pecador.
4ª
Para vencer la tentación molesta, o alcanzar victoria de tu pasión dominante.
5ª Para el buen éxito de algún negocio a mayor
gloria de Dios y del Santo.
6ª
En acción de gracias por los beneficios que hemos recibido de Dios por manos
del santo patriarca.
7ª
Para lograr el espíritu de oración y unión con Jesús y María.
7. No
dudes, devoto josefino, que según sea tu confianza, será el despacho de tus
ruegos. Espera mucho, espéralo todo de la intercesión poderosa de san José, y
verás grandes cosas. Pruébalo y lo verás por experiencia.
Indulgencias concedidas a esta devoción de los Siete Domingos
1ª
300 días de indulgencia cada domingo, rezando durante siete domingos
consecutivos en el curso del año, a elección de los fieles, los siete gozos y
siete dolores de san José, y el séptimo domingo se puede ganar además una
indulgencia plenaria. (Gregorio XVI, 22 de enero de 1836).
2ª Indulgencia plenaria en cada domingo,
aplicable a las almas del purgatorio. Los que no saben leer o no tienen la
deprecación de los siete dolores y gozos, pueden ganar esta indulgencia rezando
en los siete domingos siete Padrenuestros con Avemaría y Gloria. (Pio IX, 1 de
febrero y 22 de marzo de 1847).
PRIMER DOMINGO
Se consagra a honrar el
primer dolor y gozo de san José al ver a María encinta, ignorando el misterio.
Por
la señal, etc. y oraciones.
MEDITACIÓN
Composición de lugar. Contempla
a San José sumido en mortal angustia por causa del embarazo de María su esposa,
y el ángel que le revela el misterio.
Petición. Dadme,
santo mío, el meditar con provecho vuestros dolores y gozos.
Punto primero. Considera,
devoto josefino, la conducta de san José en este paso, lleno de caridad y de
prudencia, pues a pesar de la evidencia del embarazo de María, todavía juzgaba
a favor de su castidad angelical porque la caridad jamás piensa mal del
prójimo, como dice san Pablo. Nunca llegó el glorioso Santo a juzgar mal de su
esposa, a pesar de tener motivos al parecer tan poderosos; pues más creía a su
castidad que a lo que veía. No pudiendo el Santo, como justo, delatar a María
que creía inocente, medita en su prudencia qué partido debía tomar en este
caso, y escoge el dejarla o separarse de ella ocultamente o en secreto, dejando
solo a Dios el juicio, porque es el único que penetra el interior de los
corazones. ¡Oh caridad y prudencia celestial del Santo, cómo confundes mi poca
caridad y prudencia en juzgar al prójimo! ¡Ay, Dios mío! Si una acción tiene
cien caras siempre la habíamos de mirar por la más hermosa; pero nuestra
malicia lo hace todo al revés. Porque vemos leves señales de mal o a nuestro
apasionado espíritu se le representan, formamos juicios temerarios del prójimo
o sin fundamento. Lo echamos todo, como los fariseos, a la peor parte; lo
hablamos con otros, juntando casi siempre al juicio temerario la murmuración, y
si no podemos negar la evidente bondad de la obra, juzgamos lo sagrado de las
intenciones. ¡Qué refinada malicia! Mira, alma mía, que a Dios solo le toca
juzgar del prójimo, porque solo Él pesa las intenciones; pondera que con la
misma medida que midieres a tu prójimo serás medido por Dios. Sé, pues,
misericordiosa y caritativa en tus juicios, y Dios, lo será contigo al
juzgarte.
Punto segundo. Contempla
la conducta de san José en este gravísimo dolor, angustia y perplejidad de su
ánima causada por el embarazo de María, y verás cómo recurre a Dios por medio
de la oración y se serena su espíritu, se disipa la tormenta, y un ángel del
Señor es enviado para instruirle en el misterio de la Encarnación, quedando su
alma purísima inundada de celestial gozo; pues le manda que no tema recibir a
su esposa María, y quedarse y vivir en su compañía, porque lo que ha sido
concebido en su seno, no es por obra de varón, sino por obra y gracia del
Espíritu Santo… ¿Qué lecciones nos da el santo, devoto josefino, en este paso
admirable de su vida? No fue a buscar consuelo y ayuda en sus parientes, ni a
contar lo que pasaba a sus vecinos o amigos, como haces tú en tus trabajos
ordinariamente, sino que acude a Dios por medio de la oración. Por esto el
Santo sale consolado, ilustrado en este caso, y tú sales más perplejo y
angustiado, porque debiendo unirte por la oración más con tu Dios en el tiempo
de la tribulación, en las pruebas que Dios te envía siempre para tu bien, te
aferras más a tus juicios, a tu amor propio, y esto aumenta tus tribulaciones…
Aprende de san José a recurrir a Dios en todos tus trabajos de alma y de
cuerpo, si quieres conseguir perfecto consuelo; ora con fe viva, humildad y
perseverancia, que la oración es la llave de las divinas consolaciones, el maná
que sustenta el alma, el rocío celestial que refresca el corazón agitado y
atrae la misericordia de Dios. ¡Oh, cuán feliz serás en tus dolores y trabajos,
devoto josefino, si así lo haces!
EJEMPLO
Una distinguida señora
escribió con fecha de 29 de enero de 1866, a una amiga suya, participándole el
favor que acababa de recibir de san José.
Una persona ya entrada en
años, por la cual ella se interesaba mucho, vivía en un completo olvido de sus
deberes religiosos, de suerte que hacía más de treinta y cinco años que no
había recibido ningún sacramento ni practicado acto alguno de devoción. Ni las
instancias reiteradas de varios amigos influyentes, ni los avisos
providenciales enviados a esa oveja descarriada, fueron bastantes para ablandar
su corazón empedernido. Cayó enfermo ese infeliz, y se puso de cuidado;
entonces fue cuando la caritativa señora, alarmada por el estado crítico de su
querido anciano, buscaba medios para que no se perdiese aquella alma que tanto
había costado al divino Redentor; y se acordó del grande poder del patriarca
san José (de quien era muy devota), para socorro de los moribundos, le suplicó
que viniese en su ayuda, llena de fervor le prometió hacer la devoción de los
Siete Domingos en memoria de sus dolores y gozos, esperando le alcanzase la
conversión del enfermo que ella tanto deseaba. ¡Cosa admirable! Ya en el primer
domingo, san José empezó su obra: fue un sacerdote a visitar al enfermo; este
lo recibió muy bien; le insinuó que quería confesarse, hizo una confesión
entera y muy dolorosa, y pidió le administrasen los demás sacramentos al día
siguiente. A pesar de su extrema debilidad, el buen anciano recibió de rodillas
en la cama a su Dios, a quien había olvidado por tan largo tiempo, y desde
entonces no cesó de demostrar la alegría de que estaba llena su alma. Había
perdido la fe, pero la recobró, y con ella una eterna gloria. ¡Ojalá este nuevo
favor, obtenido por medio de la devoción de los Siete Domingos, mueva a otras
buenas almas a practicarla para conseguir la conversión de aquellas personas
por las cuales se interesan!
Récense los siete dolores y gozos con los Padrenuestros, según
el primer modo y la oración final.
Obsequio. Prívate
del gusto de ver y ser visto curiosamente.
Jaculatoria. Jesús,
José y María, os doy el corazón y el alma mía.
SEGUNDO DOMINGO
Se consagra a honrar el
dolor y gozo de san José en el nacimiento del niño Dios en el portal de Belén.
Por la señal, etc. y
oraciones.
MEDITACIÓN
Composición de lugar. Contempla
a San José adorando a Jesús recién nacido, con María, en la cueva de Belén,
porque no había para ellos, pobrecitos, lugar en la posada.
Petición. Desprendedme,
glorioso san José, de todo afecto desordenado a las criaturas.
Punto primero. Contempla
a San José andando con María preñada de Nazaret a Belén más de treinta leguas
en el rigor del invierno, con grandes incomodidades y cansancio… ¡Qué viaje tan
penoso!... Mírale al Santo luego de llegar a la ciudad de su origen, pues eran
de la estirpe real de David, mírale buscando posada por toda la ciudad entre
parientes y conocidos; mas no la halló por ser pobres y estar llenas de ricos y
forasteros todas las casas… Pondera el grandísimo dolor del Santo por estar
María, su delicada esposa, cercana al parto, y no poder ofrecerle un pequeño
lugar donde acogerse… Salió fuera de la ciudad, y hallando una cueva que servía
de establo a las bestias de los pasajeros y pastores, entró en ella con María.
Contempla al Santo bendito
atareado en limpiar y aderezar la cueva, porque conocía que había de ser la
cuna y el palacio del Rey de la gloria. Allí se acomodaron como pudieron, y
después de haber cenado de sus pobres viandas, porque llegaron bien entrada la
noche, san José, con el corazón traspasado de dolor, aunque resignado en medio
de tanta pobreza y desamparo, se retiró a orar al Padre eterno que enviase al
deseado de las gentes… Estate lo más que pudieres, devoto josefino, en esta
cueva, y observa lo que piensa, lo que dice, lo que hace san José, hallándose
desechado de todos sus parientes y conocidos, viéndose forzado a retirarse con
María, tan cercana al parto, a morar y trasnochar en una cueva o establo sucio
y hediondo…
No se queja, no murmura el
Santo, ni de Dios ni de los hombres; antes al contrario, se alegra de padecer
algo por su Dios y le da gracias. Solo siente los padecimientos de María y del
infante Jesús. ¿Cómo imitas tan santo ejemplo, devoto josefino? ¡Ay! Tal vez te
impacientas, murmuras, te quejas y hasta culpas a la amorosa providencia de
Dios, por un pequeño trabajo o contrariedad, por faltarte, no ya lo necesario,
sino lo superfluo, no ya lo justo, sino algo de tu comodidad y regalo… ¿Por
ventura no pecaste alguna vez, y merecías el infierno o al menos el purgatorio?
Pues ¿cómo siendo pecador, te quejas como si no merecieses ningún castigo?
Sufre estas pequeñas cruces por tus grandes pecados con resignación y paz.
Considera qué más mereces… Mira a san José, hombre justo y santo, que calla y
sufre resignado por tus pecados lo que él no merecía.
Punto segundo.
Considera cuál sería el
gozo inexplicable del Santo al ver nacido a Jesús del purísimo vientre de su
inmaculada esposa María… Postrado en tierra le adora como a su Dios, le besa
como a su Hijo adoptivo, le acaricia y le regala como a su Salvador y Redentor…
Contempla estático al
glorioso Santo, mirando y tornando a mirar al divino Niño, dando gracias al
eterno Padre que le había elegido para padre y custodio de su unigénito Hijo en
la tierra… Oye las palabras regaladísimas que el divino Infante hace resonar en
el corazón de san José en medio de su silencio: In te projectus sum ex utero:
de ventris Matris meae susceptor meus es tu. (Ps. XXI).
Desde el seno de mi madre
he sido arrojado en tus brazos: recíbeme como mi custodio y protector… Pondera
cuánto se aumentaría este gozo del Santo al ver a los ángeles abatidos en la
cueva entonando cánticos de gloria a su Dios, y a los pastores y magos venir de
países distantes a rendirle adoraciones… Son más para sentir en silencio, que
para desdorarlos con palabras tan tiernos misterios… Y tú, alma mía, ¿cómo
adoras y reverencias y sirves y regalas a Jesús? ¡Ah! Más dichosa en esto que
el santo patriarca, se te ha dado, no solo adorar y besar y estrechar entre tus
brazos al divino niño Jesús, sino el recibirle en tus entrañas, comerle y
juntarle a tu corazón cuando comulgas…
Mas ¿con qué fe y caridad
lo haces? ¿Qué reverencia es la tuya en las iglesias? ¿Con qué modestia y
fervor oyes Misa y asistes al templo? ¿Vas allí curiosa y vana, con trajes
inmodestos? ¿Robas por ventura con tus atavíos inmoderados, con tus palabras y
tus miradas, robas las atenciones y adoraciones de los fieles a Dios?... ¡Qué
desgraciada serías si esto hicieres! La casa de Dios es casa de oración, de
adoración, ¿y tú la convertirías en cueva de ladrones? Teme el látigo de Dios
si tal hicieres.
EJEMPLO
La señorita M. de la C. B.
muy devota del Santo patriarca, a quien obsequiaba con las prácticas de piedad
más gratas al Santo, como son la oración, confesión y comunión frecuentes, cayó
en una grave y penosa enfermedad, y a pesar de distar más de ocho meses de su
fiesta, le pedía al Santo tres gracias:
1ª
Morir en su fiesta;
2ª
Morir con todo el conocimiento e invocando los nombres de Jesús, María y José;
3ª
Que le asistiese quien esto escribe en su última hora.
Y el Santo bendito todo se
lo concedió. Contra el parecer de los médicos se alargó su enfermedad hasta el
día del Santo (19 de marzo), conservó claro el conocimiento hasta el último
instante invocando con gran devoción los dulcísimos nombres de Jesús, María y
José, y, cosa providencial, para que nada faltase a sus súplicas, retirándose
el confesor para tomar un poco de alimento, quien esto escribe tuvo precisión
de quedarse para consolar a la enferma y animarla en aquella última hora y no
dejarla sola, y contra la previsión de todos, expiró en el mismo día del Santo,
en nuestros brazos, con la paz de los justos, yendo sin duda, piadosamente
pensando, a cantar con los bienaventurados las misericordias del señor san José
en el cielo en su misma fiesta.
¿A quién no animan estos hechos? De otros
devotos de san José hemos visto lo mismo, esto es, morir plácidamente, o el día
de san José, o el día 19, o el miércoles, todos días consagrados a san José.
Animémonos con nuestras buenas obras, a merecer del Santo bendito este favor,
el más grande de todos.
Récense los siete dolores y gozos con los Padrenuestros, según
el primer modo, y la oración final.
Obsequio. Ayuna
un miércoles en obsequio de san José.
Jaculatoria. Jesús,
José y María, amparadme en vida y en mi última agonía.
TERCER DOMINGO
Se consagra a honrar el
dolor y gozo de san José en la circuncisión del niño Jesús.
Por
la señal, etc. y oraciones
MEDITACIÓN
Composición de lugar.
Represéntate a San José derramando la sangre de Jesús, e imponiéndole tan
dulcísimo nombre.
Petición. Enseñadme,
san José, a pronunciar devotamente el nombre de Jesús.
Punto primero. Cristo
Jesús, que venía al mundo a dar cumplimiento a toda la ley, no quiso
dispensarse de la ceremonia dolorosa y humillante de la circuncisión para
nuestra edificación y para ejemplo de humildad profundísima. Era esta
observancia ignominiosa a manera de un sacramento dado por Dios a Abraham para
remedio del pecado original, y distintivo del pueblo de Dios. San José fue el
ministro de esta dolorosa y sagrada ceremonia, en la cueva de Belén a los ocho
días de haber nacido Jesús. El mismo José, sobreponiéndose a su inmenso amor al
niño Jesús, lleno de valor sobrenatural y de una fe más admirable que la de Abraham,
aplicó el cuchillo de pedernal al cuerpo inmaculado del tierno Infante,
derramando las primeras gotas de sangre del divino Cordero con sus propias
manos.
¡Qué dolor tan subido para
el corazón de San José! Los gritos y el llanto del Niño, las angustias de su
pobre Madre desgarraban el corazón paternal de San José… Ponía el Santo la
marca del pecador sobre el inocente Jesús; penetraba el inmenso dolor del Niño
que, aunque infante, gozaba de la plenitud de la razón, y era como el preludio
y ensayo de aquel drama sangriento que había de completarse en el Calvario.
Más San José ofrece con Jesús y María al
eterno Padre la sangre de su Hijo que acaba de derramar, y le pide que sea
salud del mundo y salve a todas las almas, ya que una sola gota bastaba a redimir
mil mundos.
Devoto josefino, tan amigo
de tus comodidades y tan enemigo de toda mortificación, aprende del Santo a
vencer tu sensibilidad y delicadeza, cuando se trata de cumplir con tu deber, y
mirando a Cristo Infante recién nacido derramando sangre por ti, pecador,
aprender a crucificar tus vicios y pasiones, y ciñe con el escudo de su
mortificación a todo tu cuerpo. Mira que esta sangre divina te la has de
aplicar tú con tu mortificación; si no, no dará fruto en tu alma.
Punto segundo.
Contempla, devoto
josefino, el gozo indecible de san José, al imponer el nombre adorable de Jesús
al Hijo de Dios luego de haberle circuncidado, según el mandato que había
recibido del cielo… San José fue el primero en pronunciar el nombre de Jesús,
al cual doblan su rodilla los cielos, la tierra y los abismos.
Más feliz que Adán, él fue
el primero en saborear la dulcedumbre inmensa de este nombre celestial, que es,
como dice san Bernardo, miel a los labios, melodía a los oídos, júbilo al
corazón. San José saboreó las primicias de esta dulzura, y así como al oírse
este nombre se obraron tantas maravillas en el mundo, ¿quién podrá comprender
el golpe de luz, de ternura, armonía y amor que derramó en el alma purísima de
san José? Figuraos que de toda la eternidad estaba representada y escondida la
inmensidad de dulzura y luz amorosas que abarca este nombre, y que al
pronunciarlo san José se derramó como un diluvio sobre la tierra, siendo el
primero que se anegó y se vio sumergido en este océano de dulzura el santo
patriarca.
¡Oh! Cosas son estas más
para sentir que para decir. Gustad y veréis cuán suave es el nombre del Señor,
aun para el alma ruin y pecadora, repitiendo muchas veces: Jesús, Jesús, Jesús…
Pídele a San José, devoto josefino, que te
enseñe a pronunciar debidamente este nombre, que es fuente de vida, consuelo
del afligido, esfuerzo del tentado, luz de las almas, alegría de los ángeles,
terror de los demonios, esfuerzo de los tentados, paz de los moribundos, gozo
de los justos, corona y gloria de los bienaventurados…
¡Oh nombre dulcísimo de mi adorado Jesús,
aceite derramado para curar nuestros males y dar salud a nuestras almas! Haced
que en las tentaciones y peligros, en la paz y en los combates, en la tristeza
y alegría, en vida y en la muerte repita sin cesar: ¡Viva Jesús mi amor, viva
Jesús mi amor, viva Jesús mi amor! Jesús, Jesús, Jesús. Ayudadme San José, a
pronunciar siempre con devoción este dulcísimo nombre de Jesús. Amén.
EJEMPLO
Uno de los asuntos más
importantes de la vida es sin duda alguna la elección de estado, pues de su
acierto depende casi siempre la felicidad temporal y eterna de las criaturas.
San José, socorredor en toda necesidad, no se hace sordo a sus devotos, como lo
demuestra el caso presente, escogido entre millares.
Una joven suspiraba por
acertar con la elección de estado, y no sabiendo qué resolver, pues por un lado
parecía la llamaba el mundo y por otro el Señor, determinó con el consejo de su
confesor hacer los Siete Domingos a san José, para conocer con certeza su
vocación. No se hizo sordo el Santo bendito, pues tan suavemente la inclinó a
seguir la vocación religiosa y deshizo todo lo que parecía le podía atar al
mundo, que ella misma no llegaba a comprender tan súbita claridad.
Mas no era esto lo más
difícil. Los padres de la joven que mirando como sucede casi siempre, antes a
su conveniencia que a la felicidad temporal y eterna de sus hijos, no quisieron
darle su consentimiento de ningún modo para hacerse religiosa: “Cásate, le decían
y te daremos buen dote, porque así estarás siempre a nuestro lado”. Pero como
cuando es de Dios el llamamiento, si no le resentimos, al fin se vence todo,
así sucedió en esta ocasión por intercesión de san José. Hizo otra vez la joven
los Siete Domingos, y, antes de concluirlos, el padre de la joven, que era el
que más se oponía, estaba, como escribió un devoto josefino, chocho de alegría
porque su hija había escogido la mejor parte haciéndose religiosa.
Quedaron todos
maravillados de tan inesperada mudanza, más no la devota josefina, que
agradecida al Santo decía con gracia: “¿Por qué se maravillan? Nombré agente de
este negocio a mi padre y señor San José, y él lo había de hacer y lo ha hecho
mejor que yo supe encargárselo. ¡Gloria a San José!”
Récense los siete dolores y gozos con los Padrenuestros, según
el primer modo y la
Oración final
Obsequio. Refrena
tu lengua, y esta semana a lo menos no hables sin pensarlo bien y encomendarlo
antes al Señor.
Jaculatoria. Jesús,
José y María, recibid cuando yo muera el alma mía.
CUARTO DOMINGO
Se consagra a honrar los
dolores y gozos de san José en la presentación del niño Jesús en el Templo.
Por
la señal, etc. y oraciones
MEDITACIÓN
Composición de lugar.
Contempla a María y a José presentando a Jesús en el templo, oyendo llenos de
dolor y amor la profecía de Simeón.
Petición. San
José mío, haced que Jesús sea para mí Jesús y no juez.
Punto primero.
Cumplidos los cuarenta
días que marcaba la ley, después de nacido el infante Jesús, María y José con
Jesús se dirigen de Belén a Jerusalén, unas dos leguas de camino, a purificarse
la Reina de los ángeles y a presentar al templo y rescatar con cinco siclos al
Hijo de Dios.
Contempla, devoto
josefino, a esta celestial comitiva acompañada de ejércitos de ángeles que le
hacen música suavísima, admirando y ensalzando la humildad de aquella Trinidad
de la tierra, que va a cumplir una ceremonia, humillante al parecer y a la que
no estaba sujeta. Mira cómo el niño Jesús es llevado como cordero de Dios al
templo ya en brazos del pastor José, ya en brazos de la divina pastora María su
Madre. ¿Con qué gozo se repartirían esta carga celestial?
Ofrécete tú a ayudarles, y
pregúntales admirado: ¿Quién es ese Infante que traéis tan regocijados? ¡Oh,
qué pequeño y qué grande! Pequeño en la humanidad, grande en la divinidad,
criado y criador, alimentado y alimentador, siervo y señor, sin habla y maestro
de los ángeles… Llegan a Jerusalén y ofrecen a su hijo Jesús, y por su rescate
un par de tórtolas y dos pichones. Mira en esta ocasión al santo viejo Simeón
que, tomando al Niño en sus brazos, con los ojos arrasados en llanto y lleno de
júbilo su corazón entona el Nunc dimitis, que san José y María escuchaban
admirados y alborozados, porque confirmaba lo que ya creían y sabían del Niño,
y con el mismo gozo recibían su bendición.
Mas ¡ay! que una espada de
dos filos traspasa el corazón del Santo, porque el justo Simeón, dirigiéndose a
María, le dice: Mira, este Niño, está puesto para ruina y resurrección de
muchos; será el blanco de la contradicción de los hombres, y traspasará tu alma
una espada de dolor. Hiere al Niño y a la Madre con esta profecía, y su herida
y su dolor hieren de rechazo al corazón del Santo, que ve en ella distintamente
como en un mapa toda la pasión de Cristo y los dolores de su santísima Madre
anunciados por los profetas.
El amor de padre y de
esposo prestaba colores más vivos a este cuadro de dolor, y desde entonces veía
en el divino Infante al varón de dolores saturado de oprobios, y en María a la
Madre de dolores y reina de los mártires.
Vivió muriendo San José de
acerbísimos dolor en cada instante, y al mirar al Niño y al contemplar a la
Madre se renovaba esta espada de dos filos en su corazón. ¡Pobre Niño! ¡Pobre
Madre! ¡A lo menos pudiese yo acompañaros en vuestro último y supremo dolor!
Pero este consuelo será negado al Santo, que bajará al sepulcro antes que se
consume el sacrificio del Hijo y de la Madre en el monte del dolor. ¡Quién no
compadecerá al Santo en este acerbísimos dolor! Desde hoy Jesús será para san
José objeto de dolor. Todas las alegrías serán mezcladas de dolor. Miscens
gaudia fletibus.
Punto segundo. Aunque
san José veía a través de los siglos que su hijo Jesús sería ruina y signo de
contradicción para muchos, esto es, para herejes, cismáticos, malos cristianos
y pecadores en todo género, no obstante vio también, y esto le consoló
grandemente, vio la innumerable multitud de justos y santos que en todos los
siglos y por todas las partes del mundo le levantaban un trono en su corazón y
le amarían hasta el heroísmo, sacrificando gustosos riquezas, honores y
placeres y hasta la propia vida para probarle su amor…
Veía destruida la
idolatría, confundido el poder de Satanás, levantada en alto y glorificada la
cruz de Cristo; veía adorado al buen Jesús como Dios por todo el mundo, y a su
esposa María, recibiendo los homenajes de veneración y amor de los corazones
más nobles, más puros y más santos. Sin este gozo que inundó con la parte
triste de la profecía de Simeón el corazón del santo patriarca, hubiese este
fallecido de dolor en el momento. ¡Oh, cuánto hemos de agradecer al Santo
nosotros, pobres pecadores, que somos causas con nuestros pecados de este
dolor! ¿Por ventura, Santo mío, visteis ya mis infidelidades a Jesús, mis
traiciones a su gracia, mis pecados todos, mis escándalos, mis maldad? ¡Oh
Santo mío, redentor del Redentor del mundo! No sea para mí el buen Jesús ruina,
sino salvación; no juez, sino Jesús, salud y salvación de mi alma. Así os
consolaré en este dolor con vuestra esposa María al ver que por los méritos de
Cristo resucitaré a la gloria, donde todos nos veremos. Amén.
EJEMPLO
El siguiente ejemplo podrá
servir de norma a los que han de tomar estado de matrimonio, mayormente en
nuestros días en que solo se atiende a los intereses y a las cualidades
exteriores, cuando de su acierto depende el bienestar en la presente vida y la
salvación eterna.
Un joven noble, hijo de
padres virtuosos que nada omitieron para formarle un corazón sólidamente
piadoso, después de haber rogado mucho a Dios para conocer bien su vocación, se
persuadió de que no era llamado al sacerdocio. No obstante continuó haciendo
con mucho fervor sus devociones particulares, confesando y comulgando cada
semana, y siendo exacto en todas esas santas prácticas. Aunque pertenecía a una
distinguida familia, relacionada con la alta sociedad, se apartó siempre de
aquellas diversiones peligrosas, en las que muchos jóvenes atolondrados
comprometen su porvenir, tomando por compañera a una joven, prendado de sus
dotes exteriores, tan fáciles de perder. Bien convencido de que los buenos
matrimonios están escritos ya en el cielo, este excelente joven no se olvidaba
cada día de rogar a San José que le hiciese encontrar una compañera de una
piedad sólida y a prueba de las seducciones del siglo.
Cierto día, con motivo de
una buena obra que llevaba entre manos, tuvo que avistarse con una respetable
señora que con sus dos hijas vivía muy cristianamente. Al verlas experimentó
cierto presentimiento de ser una de aquellas dos jóvenes la destinada por Dios
para compartir con ella su suerte; en su consecuencia le pidió a su madre, la
cual constándole las buenas prendas que adornaban a aquel joven, dio gustosa su
consentimiento. La señorita confesó después sencillamente que ella desde mucho
tiempo hacía la misma súplica, y que al entrar aquel joven, presintió a la vez
que Dios se lo enviaba para su apoyo. Pero fue el caso que, repugnándole
muchísimo al padre de la señorita tener que desprenderse de su hija e
interponiendo toda clase de obstáculos, para vencerlos y conocer la voluntad de
Dios en asunto de tanta trascendencia, determinaron todos empezar la devoción
de los Siete Domingos en honor de san José a últimos de mayo de 1863.
El favor de este glorioso
patriarca no se hizo esperar; pues en el siguiente agosto se celebró el
casamiento con gran contento de ambas partes, lo que prueba que el cielo se
complace en bendecir aquellos desposorios para cuyo acierto se ha pedido su luz
y su gracia en especial si ha mediado la eficaz intercesión de aquel Santo a
quien Jesucristo se complació en estar sujeto sobre la tierra.
Récense los siete dolores y gozos con los Padrenuestros, según
el primer modo y la oración final.
Obsequio. Visita
un enfermo y da una limosna, si te es posible, en honor al Santo.
Jaculatoria. Alabanzas
y gracias dé siempre al alma mía a los nombres de Jesús, José y María.
QUINTO DOMINGO
Se consagra a honrar el
dolor y el gozo de san José en la huida a Egipto.
Por
la señal, etc. y oraciones
MEDITACIÓN
Composición de lugar. Contempla
a la Sagrada Familia descansando bajo la palmera en el desierto, y acompáñales
en su destierro.
Petición. Desterrad
de mi alma, glorioso san José, el pecado, para que siempre viva en ella Jesús
por gracia.
Punto primero.
Cumplidas las ceremonias
de la purificación y presentación, y algo recelosos de la crueldad de Herodes
al verse burlado de los Magos, salieron cuanto antes de Jerusalén san José con
la Virgen y el niño Jesús a Belén, para desde allí dirigirse a su casa de
Nazaret y descansar en ella en paz. Mas Herodes, despechado por no haber vuelto
a ver a los Magos, mandó degollar a todos los niños desde dos años abajo, para
matar a Jesús. Por esto un ángel se aparece en sueños, de noche a san José; y
le dice: Levántate, toma al Niño y a su Madre y huye a Egipto, pues Herodes
buscará al Infante para matarle. Ya empieza a cumplirse la profecía de Simeón.
Todos convienen que un
viaje largo es una molestia continuada para los que pueden proveerse de todo;
¿qué sería para la Sagrada Familia, que apenas pudo prevenir nada? Más de
dieciséis jornadas necesitaba la Sagrada Familia para llegar a Egipto, y dos
meses empleó en el viaje: ¡Cuántos dolores, penas, trabajos, angustias y
sobresaltos había de experimentar tan santa familia! El viaje fue muy
trabajoso, pues los caminos eran ásperos, despoblados, espantosos,
desconocidos, llenos a trechos de bosques, a trechos de arenales. El tiempo el
más desapacible del año, sin guía, sin provisiones. Había el Santo comprado un
asnillo con el precio de las pocas alhajas vendidas de su casita de Nazaret; y
con unas pocas provisiones que la premura del tiempo le consintió, pues todo su
afán era salvar a Jesús y a María, emprendió el viaje.
Las noches las habían de pasar muchas veces
debajo de un árbol o dentro de alguna choza, y muchas veces al raso, cubriendo
san José con su pobre capa al tierno Infante… Contempla a estos ilustres
viajeros. Cosa mejor no la tienen los cielos y la tierra. Admira la majestad
del divino Niño, la modestia de la bellísima Madre y la afabilidad y
contentamiento del padre… Mírales fugitivos en la oscuridad de la noche,
sobresaltados a veces por miedo de ladrones y de sus perseguidores, pero
confiados siempre en la providencia de Dios y alentados por su poder.
¡Pobrecillos! El Niño tiene pocas semanas; la Madre, tierna y delicada, apenas
cuenta dieciséis abriles y huyen de su patria a país extranjero que odió a sus
padres, de los fieles adoradores del verdadero Dios a los adoradores del
diablo, de la compañía de parientes y amigos a la de gente extraña y odiosa.
¡Pobre padre! ¡Pobre
esposo san José! ¿Puede imaginarse mayor sacrificio?, exclama el Crisólogo.
¿Cómo lo harán estos pobres consortes? ¡No tienen ni sirvientes, ni criada;
solitos por aquellos andurriales! ¿De qué comerán los pobrecillos, si no es de
la pobreza que lleve el santo patriarca, de lo que recojan de limosna? ¿Dónde
se acogerán u hospedarán durante la noche, sobre todo al atravesar las cien
millas de arenoso desierto, en cuyo tránsito no mora persona humana? No
obstante, el Señor, que no abandona a las avecillas del cielo, les proveyó: los
árboles les inclinaban sus ramas ofreciéndoles sombra, y las palmas sus dulces
frutos a los divinos caminantes. Dios no abandona jamás a quien le sirve.
Punto segundo. Considera,
devoto josefino, que el Señor, que es ayudador en tiempo oportuno en las
necesidades, y que está siempre con los atribulados, no dejó sin consuelo al
glorioso san José en este paso. Solo recordar el Santo que con estos trabajos
libraba de la muerte al Hijo de Dios, le era colmada recompensa. Además, el
padecer en compañía de Jesús y de María, aliviaba en gran parte su dolor. El
llevar el niño Jesús colgado del cuello y recostado sobre su pecho envuelto en
su pobre capa, le era un premio que resarcía sobradamente sus penas. Pero lo
que más inundó de gozo su corazón de padre fue el ver que los demonios, apenas
hubo pisado el niño Dios la tierra de Egipto, huyeron sobrecogidos de terror;
enmudecieron los oráculos forzosamente, cayeron los ídolos de sus altares de
mármol y de oro, rindiendo homenaje al verdadero Hijo de Dios, según Isaías (cap.
XIX): “He aquí que subirá el Señor sobre ligera nube (María y José), y entrará
en Egipto, y a su presencia los simulacros de los dioses serán derribados”.
En Egipto oyó san José
pronunciar la primera palabra al Hijo de Dios, llamándole padre. En Egipto vio
dar el primer paso y abalanzarse a él con amor inexplicable al niño Dios, y
darle el primer abrazo, y colmarle de indecibles delicias… En Egipto vio crecer
en edad, sabiduría y gracia al niño Dios, y se vio obedecido y ayudado por Él…
¿Qué más? Vio poblarse, merced a la gracia que derramaba su hijo Jesús, vio en
espíritu poblarse las soledades de Egipto de miles de miles de solitarios
santos, y convertirse aquel erial espinoso de vicios e idolatría en un remedo
del cielo por las angelicales virtudes de sus pobladores: y aquella región que
estaba sentada como esclava de Satanás en las tinieblas y sombras de la muerte,
semejó un cielo sembrado de inmensa variedad de estrellas que publicaban día y
noche la gloria del redentor Jesús. He ahí el fruto del destierro a Egipto y
del ejemplo de Jesús, María y José.
¿No es verdad, devoto josefino, que podía
gozarse san José viendo el fruto santo de sus dolores y los de Jesús y María?
Así serán los tuyos, devoto del Santo, si trabajas, sufres y padeces por Jesús
y por su gloria.
EJEMPLO: San
José socorre en toda necesidad
De una persona que nos
merece toda confianza, por su carácter y por la amistad con que nos honra,
publicamos la siguiente carta que no es de poca edificación para todos los
devotos josefinos. “Sé, nos escribe, que trata Vd. de recoger ejemplos en honra
de san José, y yo le puedo suministrar a cientos y a millares, y no de casa ajena,
sino de la propia.
Con más razón tal vez que
la santa josefina Teresa de Jesús, puedo decir que me cansaría y cansaría a
todos si hubiese de referir muy por menudo las gracias que debo a san José.
Apuntaré algunas. Molestado de una grave tentación contra la santa pureza,
acudí al Santo, y hasta hoy no me ha molestado más, pareciendo haberse
extinguido el estímulo de la carne. Pedidle conocimiento y amor y trato íntimo
con Jesús, y hallo mi espíritu inundado a veces de tal conocimiento y luz
interior que sin sentirlo me hallo todo movido de alabanzas y amor de Dios.
Cada año en su día le pido
alguna gracia y siempre la veo cumplida mejor que yo la he sabido pedir. En dos
o tres graves enfermedades, el Santo bendito me ha dado salud mejor que los
médicos y cuidados de los hombres. En algunos apuros de honra, fama y
necesidades temporales san José me ha socorrido siempre, y a veces de un modo
tan portentoso, que hasta los mismos que tienen poca fe se han visto obligados
a confesarlo. Una vez, sobre todo, que todos los caminos en lo humano estaban
cerrados, el Santo mostró gallardamente que ninguno de los que han acudido con
confianza a su protección ha quedado burlado.
Creo que esto basta para
que pueda servirle en algo para mover a la devoción del santo patriarca, toda
vez que a mí, pecador y ruin, miserable, así me ha asistido siempre. Otro día,
concluye, le daré más detallada relación de algunas gracias bien singulares que
me ha dispensado el glorioso san José”. ¿Quién no se anima con estos ejemplos a
acudir con confianza a la protección del Santo?
Récense los siete dolores y gozos con los Padrenuestros, según
el primer modo y la oración final.
Obsequio. Vive
hoy más retirado del trato de gentes y date a la lectura espiritual.
Jaculatoria. Jesús,
José, María, Joaquín y Ana, en vida y en muerte amparad mi alma.
SEXTO DOMINGO
Se consagra a honrar los
dolores y gozos de san José a su vuelta de Egipto.
Por la señal, etc. y
oraciones
MEDITACIÓN
Composición de lugar. Contempla
a María y a José regresando con Jesús de Egipto a Jerusalén, su patria, llenos
de gozo.
Petición. ¡Oh
hermoso cielo! Desterrado de mi patria, ¿cuándo te poseeré con Jesús, María y
José?
Punto primero. Siete
años, por lo menos, estuvieron Jesús, María y José en Egipto, en la ciudad de
Hierópolis, donde había una sinagoga y muchos de sus hermanos judíos, amados y
respetados de aquel pueblo idólatra, por la dulzura y afabilidad de su trato,
aprovechando todas las ocasiones para extender el reinado del conocimiento y
amor de su hijo Jesús entre aquellas gentes que hospitalidad le dieron.
San José trabajaba de carpintero, la Virgen
hilaba, cosía o tejía todo el tiempo que le dejaban libre sus faenas
domésticas, y así ganaban honrosamente el pan con el sudor de su rostro… Allí
permanecieron en paz, resignados y contentos, conformados con la voluntad de
Dios, esperando el aviso del ángel para volver a Israel. La obediencia les
había forzado a dejar su patria, y solo la obediencia podrá obligarles a volver
a ella. Porque el ángel dijo a san José: Permanece en Egipto hasta nuevo aviso.
Y el Señor, fiel a su promesa, envía de nuevo a su ángel y dice en sueños a san
José: Levántate, toma al Niño y a su Madre, y vuelve a la tierra de Israel,
porque murieron ya los que le buscaban para matarle.
Y José, sin excusarse, sin replicar, toma al
Niño y a la Madre con la misma prontitud para volverse a su patria que para
alejarse de ella. Con grande gozo proseguían su camino dirigiéndose a Jerusalén
para dar gracias al Señor en su templo; más se enturbió este gozo con la nueva
de que reinaba en Judea Arquelao, no menos cruel y sanguinario que su padre
Herodes el Grande. Había hecho matar a tres mil ciudadanos de los más ilustres
para asegurar su reino. ¿Qué no hubiese hecho al saber que estaba entre ellos
el Rey de Israel? Dolor acerbísimo fue este para el corazón del Santo, y no
quiso exponer la vida de su hijo Jesús a una nueva persecución.
Encomendó a Dios el
negocio, y el ángel otra vez en sueños le dijo que pasara a Galilea, donde
viviría seguro, y habitase en Nazaret. Así favorece, devoto josefino, el Señor
a sus fieles servidores, consolándolos en sus penas, ilustrándoles en sus
dudas, guiándolos en todos sus pasos, porque escrito está: “El Señor hará la
voluntad de los que le temen y oirá sus deprecaciones” ¿Temes a Dios? Pues
puedes descansar con seguridad bajo su protección y morar en la abundancia de
la paz.
Punto segundo. Ya
está san José con su esposa María y con el Niño crecidito en su casa bendita de
Nazaret. ¡Qué gozo! Ya van sus parientes y amigos a visitarlos y a darles la
enhorabuena por su venida. ¡Qué consuelo!... Oye cómo les cuentan María y José
los trabajos y auxilio del Señor en estos pasos. Resuena aún en sus oídos el
cántico de sus padres: In exitu Israel de Aegypto, domus Jacob de populo barbaro.
Ya viven sin zozobra ni sobresaltos, y habitan en paz los desterrados aquella
casa donde se encarnó el Verbo y que fue visitada por el ángel.
¡Oh, cómo besarían aquella
tierra santa, aquellas paredes, y prosternados en el suelo darían alabanzas y
gracias a Dios porque les visitó y volvió a su patria! ¡Mira a María y José
gozando del trato familiar de su hijito Jesús! Todos admiraban la belleza,
sabiduría y gracia del Niño, azucena divina, flor de Jesé que brotó en el
matrimonio de María y José. Siempre fue dulcísimo y amorosísimo el trato de
Jesús, pero nunca como en la niñez. Sus gracias infantiles formaban las
delicias de María y José, que amaban y admiraban y honraban en Él, no solo a su
hijo, sino juntamente a su Dios. Allí gozaban a solas viéndole crecer y dar muestras
cada día más preclaras de su sabiduría y de su gracia, siendo envidiados de todos
los vecinos por tal prenda, tan tesoro y tal hijo… María y José, a la sombra
del Amado de su alma, descansaban en paz creciendo en santidad y méritos, cumpliendo
exactamente todos sus deberes… Su vida era distribuida entre la oración, el
trabajo y el cumplimiento de sus deberes. San José hacía mesas, puertas,
arados, etc., el niño Jesús le ayudaba según sus fuerzas, y María hilaba, cosía
y tejía y hacía los quehaceres de la casa… Aquí recibieron la visita de la
madre de san Juan Evangelista, trayendo entonces a su hijo que era gallardo
niño de cinco años y pariente según la carne muy cercano de Cristo, y aquí
principió aquella afición y cariño, por la que le llamó después a san Juan el
discípulo amado.
¡Oh casita de Nazaret,
antesala del cielo, pedazo del paraíso en la tierra! yo quiero morar en ti lo
más que pudiere, aprendiendo lecciones de todas las virtudes de Jesús, María y
José.
Ejemplo: Vergüenza
vencida por intercesión de san José
El siguiente caso
infundirá valor a las almas débiles, que, después de haber tenido la
infidelidad de caer en culpa grave, dominadas por la vergüenza de confesarla,
huyen del único remedio para su eterna vida, que es una buena y contrita
confesión. Acudan estos infelices al amparo de san José, y en su protección hallarán
fuerzas para vencer esa cobarde timidez y rubor pernicioso. Esta gracia recibió
un pecador vergonzante, de la bondad del Santo patriarca, según la refiere el mismo
favorecido al P. Barry, en tiempo que este escribía la vida de san José.
Habiendo dicha persona
tenido la desgracia de cometer un enorme sacrilegio, violado un voto con que estaba
ligado al Altísimo, no supo, o mejor, no quiso vencer la maldita vergüenza de
confesarlo, para salir del precipicio en que se había metido.
Por ella permaneció algún
tiempo enemistada con Dios, siempre destrozada por los remordimientos de conciencia,
agitada de continuo por fundados temores de perderse, consecuencia inevitable
de la culpa.
Bien sabía ella que para
el que ha infringido gravemente la ley de Dios no hay medio: o confesión o condenación;
que no podía sanar sin querer eficazmente descubrir su llaga al médico
espiritual; que no podía apagar el dolor y los torcedores de su alma sin
arrancar la espina que le hería; pero la cobardía la alejaba de la piscina de
salud, y la vergüenza cerraba tristemente sus labios. ¿Qué hacer en lance tan apurado?
Por la divina misericordia
se le ocurrió llamar a san José al socorro de su miserable debilidad, e
invocarlo contra las repugnancias que le atormentaban y le impedían triunfar de
sí misma. Con esta mira resolvió obsequiar al Santo, consagrando nueve días continuos
al rezo del himno y oración propios del año del
Salvador.
Dios bendijo sus buenos
deseos, pues terminado el novenario se sintió el sacrilegio completamente trocado
y revestido de tal fuerza y valor que, sobreponiéndose a sus locas y temerarias
repugnancias, fue a arrojarse a los pies de un confesor, al cual sin dudas,
ambages ni reserva, manifestó lo más íntimo de su atribulada conciencia. Con
esto respiró su alma; y desde este feliz momento reverenció a san José como a
su libertador y consuelo, le confió el difícil cargo de su espíritu y se impuso
el deber de llevar siempre consigo la imagen del Santo, a fin de que le
sirviera de impenetrable escudo contra los malos sueños y todos los ataques
luciferinos. No hay duda que esta filial devoción fue por mucho en la paz y fervor
de que gozó en lo sucesivo. San José le recompensó su devoción y fidelidad con
favores señalados, y en especial librándole de los peligros que rodeaban su
alma.
Récense los siete dolores y gozos con los Padrenuestros, según
el primer modo y la oración final.
Obsequio. Reparte
algún librito, estampa o medalla de san José entre tus amigos y conocidos,
moviéndoles a su devoción.
Jaculatoria. Viva
Jesús mi amor, y María mi esperanza, santa Teresa mi guía, y san José mi
protector.
SÉPTIMO DOMINGO
Se consagra a honrar los
dolores y gozos de san José cuando después de haber perdido a Jesús lo halló en
el templo.
Por
la señal, etc. y oraciones
MEDITACIÓN
Composición de lugar. Contempla
a María y a José buscando transidos de pena a su hijo Jesús, por tres días, y
después inundados de gozo hallarle tan honrado en el templo con los doctores.
Petición. Glorioso
san José, alcanzadme la gracia de primero morir que pecar, y la que os pido en
estos Siete Domingos a mayor gloria de Dios.
Punto primero. Este
séptimo dolor es el mayor que experimentó el Santo. En los otros dolores podía
exclamar con verdad: Quien a Dios tiene, nada le falta; solo Dios basta Más en
este, como no tenía la presencia corporal de Cristo, todo le faltaba; y como no
tenía en su compañía al hijo de Dios, nada le bastaba. Todos los años iban los
padres de Jesús a Jerusalén en el día solemne de la Pascua, y con ellos, a los
doce años fue también Jesús, permaneciendo el niño Jesús en Jerusalén sin
conocerlo sus padres, que juzgaban estaba en la comitiva.
¿Quién podrá medir la
intensidad de este dolor del Santo? Ya fuese que en su humildad se tuviese por
culpable de esta pérdida, ya por creer que hubiese caído en manos de alguno de
sus fieros enemigos; ya considerase la pena de María, ya las privaciones que
pudiera experimentar el Niño en tan tierna edad, todo era para el Santo motivo
del mayor dolor.
Mejor que la madre de
Tobías podía exclamar: ¡Ay de mí! ¡Ay, hijo mío, lumbrera de mis ojos, báculo
de mi vejez, consuelo de mi vida, esperanza de nuestra posteridad! Teniendo en
Ti solo todas las cosas juntas, ¿por qué te dejamos ir? Buscaron con diligencia
por tres días entre parientes y conocidos, y nadie les supo dar razón. No
comparece Jesús. ¿Adónde iré yo?, exclamaba el Santo.
Mis lágrimas fueron mi pan
de día y de noche, oyendo a todas horas preguntarme: “¿Dónde está tu Dios?” O
como la esposa santa exclamaría con María: “¿Adónde te escondiste, mi Amado, y
me dejaste con gemido?”… Tres días fueron de agonía y de desamparo para José y
María, que sin tomar descanso ni alimento, solo hacían orar, llorar y buscar a
su adorada prenda, a su Dios y a todas sus cosas. Con razón dijo Orígenes que
san José en esta ocasión padeció más que todos los mártires, y que este dolor
bastara y sobrara para quitarle la vida, si Dios no lo hubiese sostenido con
auxilio extraordinario. Más ¡oh prodigio de fortaleza, de paciencia y de
santidad! José con María en tan extremado aprieto no se quejan, no murmuran, no
se impacientan, no se desesperan ni se entregan a una consternación inerte;
buscan al Hijo y oran con paz, con confianza, con grandísima humildad y amor, y
Dios, que da las penas con medida, compadecido de su llanto legítimo y movido
por su acendrada virtud, inspira a san José que vaya con María al templo para
mejor mover sus preces a Dios. ¡Qué modelo tan divino! ¿Lo imitas tú, alma
cristiana, en tus penas? ¿Oras, buscas, esperas en Dios?
Punto segundo. Contempla,
devoto josefino, que si los gozos y las consolaciones que reparte a sus siervos
el Señor son según la grandeza de los dolores, debía ser inmensa la alegría que
experimentó san José al hallar a su hijo Jesús en el templo sentado en medio de
los doctores, oyéndoles y preguntándoles, arguyéndoles, respondiéndoles, y al
ver a todos los espectadores estupefactos por la prudencia y respuestas que les
daba.
Extáticos José y María de
gozo ante aquel espectáculo tanto más grato cuanto menos esperado, no sabían
comprimir apenas los ímpetus de su corazón, que quería lanzarse, rompiendo por
en medio de las filas de los doctores, a abrazar y cubrir de besos a la prenda
más amada y adorada de su corazón paternal. San José calla en este caso,
poseído de admiración y gozo extraordinarios; mas, María le dice luego: Hijo,
¿por qué te portaste así con nosotros? Mira, tu padre (san José) y yo te
buscábamos llenos de dolor. Pone María a san José primero que a sí misma, y
llámale padre de Jesús a san José, ya por ser el Santo cabeza de su Sagrada
Familia, ya por no dar lugar a juicios siniestros dándole otro nombre, ya por
fin porque verdaderamente al buscarle había demostrado cariño de padre…
¡Oh qué gozo tan sin
medida fue el de María y José en este lance! Mejor que David podían exclamar:
Trocado has, Señor, mi llanto en regocijo, y de alegría has cubierto mi
corazón… Con tan divino y codiciado hallazgo se volvieron los santos esposos a
Nazaret, donde Jesús en todo les estaba sujeto y era tenido por todos por hijo
de José, el carpintero. Aquí disfrutaron por muchos años de un paraíso
anticipado por la paz, concordia, unión y amor purísimos que reinaban en
aquella santa casa, modelo de todas las familias cristianas.
¡Qué gozo el de san José, al verse con Jesús y
María! ¡Qué gloria al ser cabeza de Jesús y de María! ¡Qué felicidad al
conversar y tratar tan de cerca al Hijo y a la Madre de Dios, y verlos
pendientes de sus labios! Verdaderamente que el Señor ha hecho todo esto, y es
admirable a nuestros ojos.
Compartamos con san José y
María su esposa los dolores y gozos de su corazón, y después de felicitarles
por el hallazgo de su hijo Jesús, pidámosles de corazón que si por desgracia
algún día perdiésemos a Jesús, por nuestra culpa, no descansemos hasta
recobrarle por el arrepentimiento, por la penitencia, por una sincera confesión,
para morir en su gracia y reinar eternamente con ellos en la gloria. Así sea,
Jesús, María y José. Amén.
EJEMPLO
El siguiente ejemplo
servirá a los devotos de san José de un importantísimo desengaño, para que no
se contristen si alguna vez sucediese que pidiéndole al Santo, que es tan
piadoso y benéfico, no son oídos en sus peticiones; antes lo que deben hacer es
avivar la fe y persuadirse de que el Santo los oye como más conviene a su
salud, aunque no conforme a su deseo y petición; la cual si se cumpliese, tal
vez sería para su daño, y no como piensan para su bien. ¡Ay de los enfermos, si
todo lo que apetecen se lo concediesen los médicos! Cuenta el Padre Juan de
Allosa, en su obra de la afección y amor a san José, este caso, que refiere en
su opúsculo de la unión con san José Agustín Colletini, escritor toscano, no
menos pío que erudito, de quien yo lo he tomado. Cuenta, digo, que hubo un
caballero muy devoto de san José, el cual todos los años lo mejor que podía le
celebraba la fiesta.
Tenía este tres hijos, y
al tiempo de celebrar la fiesta al Santo se le murió uno: al siguiente año por
el mismo tiempo de la fiesta se le murió otro. Quedó muy afligido el buen
caballero, y con temor de hacer al Santo tercera vez la fiesta, por miedo de
que también se le muriese el tercer hijo. Así afligido se salió al campo para
divertir algún tanto su pena y melancolía; caminando por él, todo pensativo,
levantó la vista hacia unos árboles, y vio pender de ellos dos jóvenes
ahorcados; al mismo tiempo se le apareció un ángel y le dijo: “¿Ves tú estos
dos jóvenes ahorcados? Pues sábete que en esto hubieran parado tus dos hijos,
si hubieran vivido y llegado a ser grandes; más porque tú eres devoto de san
José, él te ha alcanzado de Dios que muriesen niños, para que no deshonraran tu
casa, y ellos aseguraran con aquella anticipada muerte la vida eterna.
No temas, pues: celebra la
fiesta del Santo, porque el tercer hijo pequeño que te queda, será obispo y
vivirá muchos años”; y así sucedió, como el ángel le predijo. Dejemos nuestros
negocios en manos del Santo patriarca, que él sabe mejor que nosotros lo que
nos conviene. Digámosle con filial confianza, como su apasionada devota santa
Teresa de Jesús: “Si va torcida mi petición, glorioso señor y padre mío san
José, enderezadla para más bien mío, pues en vuestras manos pongo ¡y qué de
buena gana! mi alma, vida y corazón; mi suerte temporal y eterna”.
Récense los siete dolores y gozos con los Padrenuestros, según
el primer modo y la oración final.
Obsequio. No
pasar día sin orar a san José, y sin hablar de san José a los hombres.
Jaculatoria. Glorioso
san José, santo sin igual, alcanzadme la perseverancia final.
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