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HIMNO A SAN JOSÉ

HIMNO A SAN JOSÉ

Hoy a tus pies, ponemos nuestra vida; Hoy a tus pies, ¡Glorioso San José! Escucha nuestra oración, Y por tu intercesión, Obtendremos, la paz del corazón; En Nazaret, junto a la Virgen Santa, En Nazaret ¡Glorioso San José! Cuidaste al niño Jesús, Pues por tu gran virtud, Fuiste digno custodio de la luz. Con sencillez humilde carpintero; Con sencillez ¡Glorioso San José! Hiciste bien tu labor, obrero del Señor, Ofreciendo, trabajo y oración. Tuviste fe, en Dios y su promesa; Tuviste fe, ¡Glorioso San José! Maestro de oración, alcanzarnos el don, De escuchar, y seguir la voz de Dios:

San Moisés, profeta del AT




San Moisés, santo del AT

El santoral celebra, como cada día, la vida de aquellos que han sido reconocidos por la Iglesia Católica como santos o beatos. Hoy, 4 de septiembre, el calendario recuerda a San Moisés, el libertador del pueblo de Israel. La historia de Moisés es quizá uno de los relatos más célebres del segundo libro de la Biblia.

Fecha: 4 de septiembre
Canonización: bíblico
Hagiografía: Abel Della Costa

Elogio: Memoria de san Moisés, profeta, a quien Dios eligió para liberar al pueblo oprimido en Egipto y conducirlo a la tierra de promisión. También se le reveló en el monte Sinaí, diciéndole: «Yo soy el que soy», y le propuso la Ley para regir la vida del pueblo elegido. Murió lleno de días en el monte Nebo, en tierra de Moab, a las puertas de la tierra de promisión.

Moisés está, qué duda cabe, entre los más grandes personajes bíblicos; su figura es polifacética e inclasificable para la propia Biblia: fundador religioso, libertador, profeta, legislador, es difícil encontrar una de estas categorías que lo tengan con mayor presencia que las otras. Sin embargo, al menos para cierta tradición bíblica, la frase que posiblemente mejor define a Moisés, y que se repite como un estribillo en varios textos es «siervo de Yahvé». Y es que Moisés es eso: alguien que ha estado a disposición completa de Dios, incluso cuando no veía clara su misión, o cuando se le presentaban dudas y vacilaciones. Si desde el punto de vista humano puede hablarse de un genio religioso que ha creado una obra imperecedera, no es menos cierto que nunca se atribuye a sí ninguna clase de mérito en esa creación, sino sólo el repetir aquello que percibía como dicho por el propio Dios.

«No ha vuelto a surgir en Israel un profeta como Moisés, a quien Yahvé trataba cara a cara» (Dt 34,10) Con estas bellas palabras Deuteronomio borda el epitafio de Moisés. Pero esas mismas palabras nos tienen que advertir que lo que leemos sobre Moisés en la Biblia está teñido de la grandilocuencia propia de la leyenda y de la saga heroica. No hay sobre Moisés fuentes biográficas contemporáneas, ni directas ni indirectas, ni dentro ni fuera de la Biblia. Todo lo que leemos sobre él proviene de la Biblia, que, desde el punto de vista histórico, es un documento muy posterior al personaje, y donde esa posterioridad implica además, como ya he señalado, la conversión del personaje en «héroe». La Biblia es la mejor fuente para entender el significado que tiene Moisés para nuestra fe, pero no es la mejor fuente a la hora de enterarnos en concreto cómo nació, cómo vivió y cómo murió aquel hombre; esos datos elementales hay que más bien entresacarlos del texto por la fuerza, y no sin grandes dosis de hipótesis e imaginación.

El libro del Éxodo recoge la vida de Moisés, el defensora de los israelitas que logró liberar al pueblo de Egipto y los guío en la travesía por el desierto

Foto: Pintura de Moisés, de Adolf Hult. (C.C.)
Pintura de Moisés, de Adolf Hult. (C.C.)


Según el libro del Exodo, Egipto era gobernado por entonces por faraón tirano que ordenó matar a todos los niños hebreos que nacieran. Huyendo de la persecución de los soldados por las casas del pueblo, un matrimonio de la tribu Leví quiso esconder a su bebé de los captores y decidió meterlo en un canasto para dejarlo en las aguas del río Nilo.

Fue en mitad de este trayecto cuando la hija del faraón encontró el cesto y decidió dejarlo a su cuidado. La joven bautizó al niño como Moisés (22.878 hombres en España reciben este nombre): salvado de las aguas. Así, el pequeño hebreo fue criado como príncipe de Egipto.

Años más tarde, el joven presenció cómo un soldado fustigaba a un trabajador israelita. En un intento por defenderlo, el príncipe hirió al egipcio. Esto provocó un gran revuelo en la corte faraónica y, tal fue el enfado del soberano, que ordenó su ejecución. El joven se vio entonces en la obligación de huir de su tierra.

Príncipe de Egipto, líder del pueblo israelita
Su fuga lo llevó a esconderse al desierto, donde convivió durante siete años en los que conoció a Séfora, su esposa, y donde experimentó por primera vez la fe religiosa. Mientras cuidaba de su rebaño, vio arder un matorral de espinas y una voz que anunciaba su misión: "Soy el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob. He oído las lamentaciones de mi pueblo de Israel y he dispuesto bajar a ayudarlos. He dispuesto liberarlos de la esclavitud de Egipto".

Así, portando su bastón, Moisés se presentó ante el faraón para pedirle, por orden de Yahvé, que liberara al pueblo. Sin embargo, el monarca no cedió a sus palabras y dispuso trabajos aún más duros a los israelitas; quienes clamaron a Dios para que los ayudara.

En respuesta, envió las diez plagas que aparecen en el Exodo: aguas del Nilo teñidas de sangre, la invasión de ranas, una nube de mosquitos, la plaga de moscas, una peste sobre el ganado, úlceras por todo el cuerpo, la granizada que acabó con los cultivos, la plaga de langostas, los tres dias en tinieblas y, por último, el 'ángel exterminador' que trajo la muerte de todos los primogénitos de Egipto para todos aquellos que no hubieran marcado su puerta.

Tras largos días de viaje por el desierto y cruzar las aguas del Mar Rojo, Moisés llevó a su pueblo al Monte Sinaí, donde Yahvé les mostró los Diez Mandamientos, la 'ley para regir la vida del pueblo elegido'.



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