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SANTORAL LITÚRGICO

El Niño Dios a nacido en Belén

HIMNO A SAN JOSÉ

HIMNO A SAN JOSÉ

Hoy a tus pies, ponemos nuestra vida; Hoy a tus pies, ¡Glorioso San José! Escucha nuestra oración, Y por tu intercesión, Obtendremos, la paz del corazón; En Nazaret, junto a la Virgen Santa, En Nazaret ¡Glorioso San José! Cuidaste al niño Jesús, Pues por tu gran virtud, Fuiste digno custodio de la luz. Con sencillez humilde carpintero; Con sencillez ¡Glorioso San José! Hiciste bien tu labor, obrero del Señor, Ofreciendo, trabajo y oración. Tuviste fe, en Dios y su promesa; Tuviste fe, ¡Glorioso San José! Maestro de oración, alcanzarnos el don, De escuchar, y seguir la voz de Dios:

ORACIONES ANTIGUAS A SANTA CECILIA



A SANTA CECILIA,
VIRGEN Y MÁRTIR I
(De la Iglesia de Constantinopla)

¡Oh Cecilia, digna de toda alabanza! Supiste conservar tu cuerpo sin mancha, y librar tu corazón de todo amor sensual. Te presentaste a tu Creador como esposa inmaculada, cuya felicidad fue ennoblecida por el martirio. El te admitió a los honores de esposa como a Virgen sin mancilla.

¡Oh Virgen Sagrada! El Señor, en los consejos de su sabiduría, quiso coronar tu frente de perfumadas y suaves rosas. Tú fuiste el lazo de unión de los dos hermanos, para reunirlos en una misma felicidad, y tu oración les ayudó. Ellos, abandonando el culto impuro del error, se mostraron dignos de recibir la misericordia de aquel que nació de la Virgen, y quiso esparcirse entre nosotros como divino perfume.

Despreciaste las riquezas de la tierra, deseando ardientemente poseer el tesoro del cielo; desdeñando los amores de acá abajo escogiste tu asiento entre los coros de las Vírgenes, y tu sabiduría te condujo al celestial Esposo. ¡Oh honra de los atletas de Cristo! Combatiste con valor, y rechazaste por tu varonil denuedo los asaltos del perverso enemigo.

¡Oh gloriosa Cecilia, augusta mártir! Tu eres templo castísimo de Cristo, morada celestial, casa purísima. Dignate difundir el esplendor de tu intercesión sobre nosotros, que celebramos tus alabanzas.

Enamorada de la hermosura de Jesucristo fortificada con su amor, suspirando por sus delicias, pareciste muerta al mundo y a cuanto en el mundo hay, y fuiste hallada digna de la eterna vida.

¡Oh mártir digna de toda recompensa! El amor inmaterial te hizo desdeñar el amor de los sentidos. Tus palabras vivificantes y llenas de sabiduría determinaron a tu Esposo a quedar virgen contigo: ahora te ves asociada con él al coro de los Ángeles.

Un ángel refulgente, encargado de guardarte, te asistía de continuo, rodeándote de divino resplandor; su brazo alejaba al enemigo que te quería hacer daño; te conservó casta y pura, siempre agradable a Cristo por la fe y por la gracia.

¡Oh Cecilia! El deseo de poseer a Dios, el amor que nace de lo más íntimo del alma, el ardor divino, te inflamaron haciendo de ti un ángel en cuerpo humano.

¡Oh Cecilia, llena de Dios! Eres fuente sellada, jardín cerrado, hermosura reservada, esposa gloriosa que brilla bajo la diadema, paraíso florido y divino del Rey de los ejércitos.


A SANTA CECILIA,
VIRGEN Y MÁRTIR II
Leías el Evangelio, ¡oh Cecilia castísima! y obrabas lo que leías; orabas y traías a raíz de tus carnes un áspero cilicio para consagrar tu virginidad, y ofrecer tu alma en sacrificio al Señor. Convertiste a tu esposo Valeriano, y de león bravo le hiciste cordero manso, y le enseñaste a ser mártir; y por tus palabras y ejemplos otros muchos derramaron su sangre por Cristo. El baño encendido te sirvió de refrigerio, e hiriéndote tres veces el verdugo no pudo cortar tu sagrada cabeza, hasta que al cabo de tres días, estando en oración, voló tu bendita alma resplandeciente a tu dulcísimo esposo, y tu casa se consagró en iglesia, y todo el pueblo recibió por tu intercesión innumerables beneficios, y cada día los recibe de la poderosa mano del Señor. Suplícale ¡oh Virgen purísima! que se apiade de su Iglesia, y nos conceda la perfecta mortificación de nuestras pasiones, y obrar lo que creemos, y traer con nuestro ejemplo a otros al conocimiento y amor de Dios, y dar esta vida temporal por él para gozar en la eterna contigo de tu bienaventuranza, al cual sea gloria, honra y alabanza en los siglos de los siglos. Amén.


La escultura muestra la postura del cuerpo incorrupto de la santa tal y como Stefano Maderno, el escultor de la misma, pudo verla en 1599 cuando su tumba fue abierta. La posición del cuerpo es la de la reliquia y se cree que es la misma posición en que murió la santa tras ser herida mortalmente en el cuello en un intento por decapitarla. La estatua se encuentra en la Iglesia de Santa Cecilia en Trastevere, Roma.

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