A SANTA CECILIA,
VIRGEN Y MÁRTIR I
(De
la Iglesia de Constantinopla)
¡Oh Cecilia, digna de toda
alabanza! Supiste conservar tu cuerpo sin mancha, y librar tu corazón de todo
amor sensual. Te presentaste a tu Creador como esposa inmaculada, cuya
felicidad fue ennoblecida por el martirio. El te admitió a los honores de
esposa como a Virgen sin mancilla.
¡Oh Virgen Sagrada! El
Señor, en los consejos de su sabiduría, quiso coronar tu frente de perfumadas y
suaves rosas. Tú fuiste el lazo de unión de los dos hermanos, para reunirlos en
una misma felicidad, y tu oración les ayudó. Ellos, abandonando el culto impuro
del error, se mostraron dignos de recibir la misericordia de aquel que nació de
la Virgen, y quiso esparcirse entre nosotros como divino perfume.
Despreciaste las riquezas
de la tierra, deseando ardientemente poseer el tesoro del cielo; desdeñando los
amores de acá abajo escogiste tu asiento entre los coros de las Vírgenes, y tu
sabiduría te condujo al celestial Esposo. ¡Oh honra de los atletas de Cristo!
Combatiste con valor, y rechazaste por tu varonil denuedo los asaltos del
perverso enemigo.
¡Oh gloriosa Cecilia,
augusta mártir! Tu eres templo castísimo de Cristo, morada celestial, casa
purísima. Dignate difundir el esplendor de tu intercesión sobre nosotros, que
celebramos tus alabanzas.
Enamorada de la hermosura
de Jesucristo fortificada con su amor, suspirando por sus delicias, pareciste
muerta al mundo y a cuanto en el mundo hay, y fuiste hallada digna de la eterna
vida.
¡Oh mártir digna de toda
recompensa! El amor inmaterial te hizo desdeñar el amor de los sentidos. Tus
palabras vivificantes y llenas de sabiduría determinaron a tu Esposo a quedar
virgen contigo: ahora te ves asociada con él al coro de los Ángeles.
Un ángel refulgente,
encargado de guardarte, te asistía de continuo, rodeándote de divino
resplandor; su brazo alejaba al enemigo que te quería hacer daño; te conservó
casta y pura, siempre agradable a Cristo por la fe y por la gracia.
¡Oh Cecilia! El deseo de poseer
a Dios, el amor que nace de lo más íntimo del alma, el ardor divino, te
inflamaron haciendo de ti un ángel en cuerpo humano.
¡Oh Cecilia, llena de
Dios! Eres fuente sellada, jardín cerrado, hermosura reservada, esposa gloriosa
que brilla bajo la diadema, paraíso florido y divino del Rey de los ejércitos.
A SANTA CECILIA,
VIRGEN Y MÁRTIR II
Leías el Evangelio, ¡oh
Cecilia castísima! y obrabas lo que leías; orabas y traías a raíz de tus carnes
un áspero cilicio para consagrar tu virginidad, y ofrecer tu alma en sacrificio
al Señor. Convertiste a tu esposo Valeriano, y de león bravo le hiciste cordero
manso, y le enseñaste a ser mártir; y por tus palabras y ejemplos otros muchos
derramaron su sangre por Cristo. El baño encendido te sirvió de refrigerio, e
hiriéndote tres veces el verdugo no pudo cortar tu sagrada cabeza, hasta que al
cabo de tres días, estando en oración, voló tu bendita alma resplandeciente a
tu dulcísimo esposo, y tu casa se consagró en iglesia, y todo el pueblo recibió
por tu intercesión innumerables beneficios, y cada día los recibe de la
poderosa mano del Señor. Suplícale ¡oh Virgen purísima! que se apiade de su
Iglesia, y nos conceda la perfecta mortificación de nuestras pasiones, y obrar
lo que creemos, y traer con nuestro ejemplo a otros al conocimiento y amor de
Dios, y dar esta vida temporal por él para gozar en la eterna contigo de tu
bienaventuranza, al cual sea gloria, honra y alabanza en los siglos de los
siglos. Amén.
La
escultura muestra la postura del cuerpo incorrupto de la santa tal y como
Stefano Maderno, el escultor de la misma, pudo verla en 1599 cuando su tumba
fue abierta. La posición del cuerpo es la de la reliquia y se cree que es la
misma posición en que murió la santa tras ser herida mortalmente en el cuello
en un intento por decapitarla. La estatua se encuentra en la Iglesia de Santa
Cecilia en Trastevere, Roma.
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