EL TRIUNFO GLORIOSO DE
MARÍA SANTÍSIMA
San Alfonso María de
Ligorio
“Cuando entran los
monarcas a tomar posesión de su reino, no pasan por las puertas de la ciudad,
sino que, o se quitan del todo las puertas, o pasan por encima de ellas. Por
eso, así como los Ángeles, cuando entró Jesucristo decían (S.23,7): Abrid
príncipes, vuestras puertas, y levantaos, puertas eternas, para que entre el
Rey de la gloria; así, ahora que María va a tomar posesión del Reino de los
cielos, los Ángeles que la acompañan claman a los que están adentro: Abrid,
príncipes, vuestras puertas, y levantaos, puertas eternas, y entrará la Reina
de los gloria.
Ved que ya entra María en
la patria bienaventurada. Mas al entrar y verla tan hermosa y gloriosa, los
espíritus celestiales preguntan a los que vienen de fuera, como contempla
Orígenes (Cant.8,5): “¿Quién es esta criatura tan bella, que viene del desierto
de la tierra, lugar de espinas y abrojos, mas Ella viene tan pura y tan rica de
virtudes, apoyada en su amado Señor, que se digna acompañarla Él mismo con
tanto honor?” “Quién es?”. Y los Ángeles que la acompañan responden: {Esta es
la Madre de nuestro Rey, es nuestra Reina, es la bendita entre las mujeres, la
llena de gracia, la santa de los santos, la predilecta de Dios, la inmaculada,
la paloma, la más bella de todas las criaturas.” Entonces, todos aquellos
espíritus bienaventurados, comenzaron a bendecirla y alabarla, cantando, mejor
que los hebreos a Judit (15,10): “Tú eres la gloria de Jerusalén, Tú la alegría
de Israel, Tú el honor de nuestro pueblo, Señora y Reina nuestra, Vos sois la
gloria del cielo, la alegría de nuestra patria, el honor de todos nosotros. Sed
por siempre bienvenida, sed por siempre bendita. Éste es vuestro reino, y todos
nosotros somos vasallos vuestros prontos a cumplir vuestras órdenes”
Luego se acercaron a darle
la bienvenida y saludarla como a su Reina todos los santos que hasta entonces
estaban en el cielo. Llegaron todas las santas vírgenes y dijeron: “Santísima
Señora,…Vos sois nuestra Reina porque fuisteis la primera en consagrar a Dios
vuestra virginidad; todas nosotras te bendecimos y damos gracias.” Llegaron
también los mártires a saludarla como a su Reina, porque con su gran constancia
en los dolores de la Pasión de su Hijo, les había enseñado e impetrado con sus
méritos la fortaleza para dar la vida por la fe. Llegó Santiago el Mayor, el
único de los Apóstoles que hasta entonces había subido al cielo, y en nombre de
todos los Apóstoles le dio gracias por todo el consuelo y la asistencia que les
había prestado durante su permanencia en la tierra. Llegaron luego a saludarla
los Profetas, y le decían: “Vos, Señora, sois la que vislumbramos en nuestras
profecías.” Llegaron los santos Patriarcas y le decían: “Vos, María, fuisteis
nuestra esperanza, y por tantos siglos tan suspirada.” Y entre éstos llegaron
con mayor afecto a darle gracias nuestros primeros padres Adán y Eva, y le
decían: “Hija predilecta, Tú has reparado el daño que nosotros hicimos al
género humano. Tú devolviste al mundo la bendición perdida por nuestra culpa,
por Ti somos salvos; ¡Seas por siempre Bendita!”
Llegó después a besarle
los pies San Simeón, y le recordó con júbilo el día en que recibió de sus manos
a Jesús niño. Llegaron San Zacarías y Santa Isabel, y de nuevo le dieron gracias
por aquella amorosa visita que con tanta humildad y caridad les hizo en si
casa, y por la cual recibieron tantos tesoros de gracias. Con mayor afecto
llegó San Juan Bautista, a darle las gracias por haberlo santificado por medio
de su voz. O San Juan Bautista, a darle las gracias por haberlo santificado por
medio de su voz. Y ¿Qué le dirían cuando llegaron a saludarla sus queridos
padres San Joaquín y Santa Ana? ¡Oh Dios! Con cuánta ternura la debieron bendecir
diciendo: “Hija amada ¡y qué dicha la nuestra la de tener una hija como Tú!
Ahora eres nuestra Reina, porque eres la Madre de nuestro Dios; por tal te
saludamos y te veneramos.”
Más, ¿Quién puede
comprender el afecto con que llegó a saludarla su querido esposo San José?
¿Quién podrá explicar la alegría que sintió el Santo Patriarca al ver a su
esposa entrar en el cielo con tanto triunfo y ser proclamada Reina de todos los
cielos?¡Con cuanta ternura le debió decir!: “Señora y esposa mía, ¿Cuándo podré
yo agradecer lo que debo a nuestro Dios por haberme hecho esposo vuestro, que
sois su verdadera Madre? Por Vos merecí en la tierra asistir en su infancia al
Verbo encarnado, tenerle tantas veces en mis brazos y recibir de Él tantas
gracias especiales. ¡Benditos sean los momentos que empleé en la vida en servir
a Jesús y a Vos, mi santa esposa! …
Por fin, todos los Ángeles
llegaron a saludarla, y Ella, la gran Reina, a todos dio las gracias por la
asistencia que le habían prestado en la tierra; singularmente a San Gabriel
Arcángel, feliz embajador de todas sus dichas, cuando bajó a darle la nueva de
que era elegida para Madre de Dios.
Luego, arrodillada la
humilde y Santa Virgen, adoró a la divina Majestad, y toda abismada en el
conocimiento de su nada, dio gracias por todos los dones que su bondad le había
concedido, y especialmente, por haberla hecho Madre del Verbo Eterno. No hay
quien pueda comprender con cuánto amor la bendijo la Santísima Trinidad; qué
acogida hizo el Padre a su Hija, el Hijo a su Madre, el Espíritu Santo a su
Esposa. El Padre la coronó, comunicándole su poder, el Hijo la Sabiduría; el
Espíritu Santo el Amor. Y todas las tres Personas, colocando su trono a la
diestra de Jesús, la proclamaron Reina universal del cielo y de la tierra, y
mandaron a los Ángeles y a todas las criaturas que la reconocieran como su
Reina, y como a tal la obedecieran y sirvieran.”
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