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HIMNO A SAN JOSÉ

HIMNO A SAN JOSÉ

Hoy a tus pies, ponemos nuestra vida; Hoy a tus pies, ¡Glorioso San José! Escucha nuestra oración, Y por tu intercesión, Obtendremos, la paz del corazón; En Nazaret, junto a la Virgen Santa, En Nazaret ¡Glorioso San José! Cuidaste al niño Jesús, Pues por tu gran virtud, Fuiste digno custodio de la luz. Con sencillez humilde carpintero; Con sencillez ¡Glorioso San José! Hiciste bien tu labor, obrero del Señor, Ofreciendo, trabajo y oración. Tuviste fe, en Dios y su promesa; Tuviste fe, ¡Glorioso San José! Maestro de oración, alcanzarnos el don, De escuchar, y seguir la voz de Dios:

lunes, 5 de junio de 2023

San Bonifacio de Maguncia obispo y mártir

 




 San Bonifacio de Maguncia, obispo y mártir

- memoria obligatoria -

Fecha: 5 de junio

n.: c. 680 - †: 754 - país: Países Bajos

Otras formas del nombre: Winfrid, Wynfrith, Wynfreth, Apóstol de Alemania

Canonización: pre-congregación 

Hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI


Elogio: Memoria de san Bonifacio, obispo y mártir. Monje en Inglaterra con el nombre de Wifrido por el bautismo, al llegar a Roma el papa san Gregorio II lo ordenó obispo y cambió su nombre de pila por el de Bonifacio, enviándolo después a Germania para anunciar la fe de Cristo a aquellos pueblos, donde logró ganar para la religión cristiana a mucha gente. Rigió la sede de Maguncia (Mainz) y, hacia el final de su vida, al visitar a los frisios en Dokkum, consumó su martirio al ser asesinado por unos paganos.

Patronazgos: patrono de Inglaterra y Turingia, así como patrono o copatrono de varias diócesis en Alemania y los Países Bajos; también de los fabricantes de cervezas y de limas y sastres.

Refieren a este santo: San Cuniberto de Colonia, Santos Eoban, Adelario y nueve compañeros, San Gregorio de Utrecht, San Gregorio II, San Gregorio III, Santa Leoba, San Liudgero de Münster, San Lulo de Maguncia, Santa Renula, San Sola, San Sturmo, Santa Tecla, San Vigberto, San Virgilio de Salzburgo, Santa Waldburgis, San Wilehado de Bremen, San Wilibordo de Utrecht, San Willibaldo de Eichstätt, San Winebaldo de Hildesheim, San Witta de Bürberg, San Zacarías

Oración: Concédenos, Señor, la intercesión de tu mártir san Bonifacio, para que podamos defender con valentía y confirmar con nuestras obras la fe que él enseñó con su palabra y rubricó en el martirio con su sangre. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén (oración litúrgica).

El título de «Apóstol de Alemania» corresponde particularmente a san Bonifacio, porque si bien Baviera y el Valle del Rin ya habían aceptado el cristianismo antes de su época y algunos misioneros habían predicado ya en otras partes, sobre todo en Turingia, a él le pertenece el crédito por haber evangelizado y civilizado sistemáticamente las grandes regiones centrales de Alemania, por haber fundado y organizado iglesias y por haber creado una jerarquía bajo la jurisdicción directa de la Santa Sede. Otra de las grandes obras del santo, casi tan importante como la anterior, aunque no tan generalmente reconocida, fue la regeneración de la Iglesia de los francos.

Bonifacio o Winfrido, para darle el nombre que se le impuso en el bautismo, nació alrededor del 680, probablemente en Crediton del Devonshire. A la edad de cinco años, luego de escuchar la conversación de algunos monjes que se hospedaron en su casa, decidió llegar a ser como ellos y, al cumplir los siete, sus padres le enviaron a estudiar a un monasterio cerca de Exeter. Unos siete años más tarde, se trasladó a la abadía de Nursling, en la diócesis de Winchester. Ahí se convirtió en el discípulo dilecto del sabio abad Winberto y, luego de completar sus estudios, se le nombró director de la escuela. Su habilidad para la enseñanza, unida a su simpatía personal, aumentaron el número de alumnos, para cuyo beneficio el santo escribió la primera gramática latina que se haya hecho en Inglaterra. Sus alumnos le respetaban y le escuchaban con entusiasmo; durante sus clases, tomaban notas que luego estudiaban asiduamente y hacían circular entre sus compañeros. A la edad de treinta años Winfrido recibió las órdenes sacerdotales y entonces encontró nuevos campos para desarrollar su talento, en los sermones e instrucciones que indefectiblemente extraía de la Biblia, un libro que leyó y estudió con deleite durante toda su vida.

Sin embargo su vocación no estaba colmada con las actividades de la enseñanza y la predicación; cuando creyó cumplida su tarea en su tierra natal, se sintió llamado por Dios a emplear sus energías en el terreno de las misiones extranjeras. Todo el norte y gran parte del centro de Europa se hallaban hundidos todavía en las tinieblas del paganismo; en Frieslandia, san Willibrordo había luchado durante largo tiempo contra enormes dificultades para inculcar las verdades del Evangelio a las gentes. Winfrido pensó que debía dirigirse a Frieslandia y, tras de arrancar con súplicas y ruegos, una autorización de su abad, se embarcó junto con dos compañeros y tocó tierra en Duunstede, en la primavera del 716. Sin embargo, el momento era inoportuno para iniciar la tarea y Winfrido, al ver que serían inútiles sus esfuerzos, regresó a Inglaterra en el otoño. Sus fieles y discípulos de Nursling, dichosos de tenerle de nuevo entre ellos, recurrieron a todos los medios para hacerlo quedar, incluso le nombraron abad a la muerte del sabio Winberto, pero nada de eso apartó a Winfrido de su decisión. El fracaso de su primer intento le había convencido de que, si deseaba triunfar, necesitaba obtener un mandato directo del Papa. En 718, se presentó resueltamente ante san Gregorio II en Roma, para solicitarlo. A su debido tiempo, el Pontífice lo despachó con la misión de llevar la palabra de Dios a los herejes en general. Fue entonces cuando cambió su nombre de Winfrido por el de Bonifacio. Sin pérdida de tiempo, el santo partió con destino a Alemania, cruzó los Alpes, atravesó Baviera y llegó al Hesse.

Apenas comenzaba a desarrollar su misión, cuando recibió noticias de la muerte del pagano Rodbord, el regente local, y sobre las poquísimas esperanzas que había de que sucediese al extinto algún gobernante que favoreciera a los cristianos. Obedeciendo a lo que él consideró como un segundo llamado a su misión original, Bonifacio regresó a Frieslandia, donde trabajó enérgicamente bajo la dirección de san Willibrordo durante tres años. Pero cuando éste, que ya era muy anciano, le anunció su decisión de nombrarle su auxiliar y sucesor, san Bonifacio rehusó aceptar y recordó que el Papa le había confiado una misión general, no limitada a una sola diócesis. Al poco tiempo, temeroso de verse obligado a aceptar, regresó al Hesse. Los dialectos de las diversas tribus teutonas del noroeste de Europa, tan semejantes a la lengua que, por aquel entonces se hablaba en Inglaterra, no ofrecieron ninguna dificultad a Bonifacio para darse a entender y, a pesar de que hubo otros tropiezos, la misión progresó con notable rapidez. En poco tiempo, Bonifacio pudo enviar a la Santa Sede un informe tan altamente satisfactorio, que el Papa hizo venir a Roma al misionero, con miras a confiarle un obispado.

El día de san Andrés del año 722, fue consagrado obispo regional con jurisdicción general sobre Alemania. El papa Gregorio le confió una carta para que la llevara al poderoso Carlos Martel. Gracias a la misiva que el recién consagrado obispo entregó personalmente cuando pasó por Francia, camino de Alemania, se le concedió un pliego sellado para que gozara de absoluta protección. Armado así con la autoridad de la Iglesia y del Estado, Bonifacio regresó al Hesse y, como primera medida, se propuso arrancar de raíz las supersticiones paganas que constituían el principal obstáculo para el progreso de la evangelización y para la estabilidad de los primeros convertidos. En una ocasión, ampliamente anunciada de antemano y en medio de la muchedumbre azorada y expectante, Bonifacio y sus cristianos la emprendieron a hachazos contra uno de los objetos de mayor veneración popular: el encino sagrado de Donar, que se hallaba en la cumbre del monte Gudenberg, cerca de Fritzlar, en Geismar. Bastaron unos cuantos golpes para que el árbol enorme cayera al suelo, desgajado el grueso tronco en cuatro partes y las gentes, que esperaban ver llover fuego del cielo sobre los autores de tan nefando ultraje, debieron reconocer que sus dioses eran impotentes para proteger sus propios santuarios. Desde aquel momento, la tarea de la evangelización avanzó constantemente. Para el celo de Bonifacio, los éxitos alcanzados en un lugar eran una señal para buscar otro y, por lo tanto, en cuanto consideró que podía dejar solos a sus fieles del Hesse, se trasladó a Turingia.

Ahí encontró un pequeño núcleo de cristianos, incluyendo a unos pocos sacerdotes celtas y francos, pero éstos fueron un obstáculo más que una ayuda. En Ohrdruf, cerca de Gotha, estableció su segundo monasterio, con el propósito de crear ahí un centro misional para Turingia. Por todas partes encontró a las gentes ansiosas por escucharle; era evidente que faltaban maestros para tantos alumnos. A fin de obtenerlos, Bonifacio tuvo la brillante idea de solicitar el envío de monjes a los monasterios de Inglaterra, con los cuales había mantenido una correspondencia regular. Los ingleses, por su parte, no habían dejado de interesarse en el trabajo del misionero, a pesar del tiempo transcurrido. Es innegable que el entusiasmo y la energía del santo resultaban contagiosos, y que cuantos le trataban o colaboraban con él, se sentían impulsados a trabajar al mismo ritmo; pero sin duda que la respuesta a su pedido a los ingleses sobrepasó sus cálculos más optimistas. Durante varios años consecutivos, nutridos grupos de monjes y monjas, los más selectos representantes de las casas religiosas del Wessex, cruzaron el mar para ponerse a las órdenes del santo, quien les enviaba a predicar el Evangelio a los paganos. Hubo necesidad de ampliar los dos monasterios que habían fundado para dar cabida a tanto misionero. Entre los monjes ingleses, venían personajes como san Lull, que habría de ser sucesor de san Bonifacio en el obispado de Mainz; san Eoban, quien compartió con Bonifacio la gloria del martirio; san Burchardo y san Wigberto; entre las mujeres, descollaron también algunas, como santa Tecla, santa Walburga y la hermosa y culta prima de san Bonifacio, santa Lioba.

En el año 731, murió el papa Gregorio II, y su sucesor, Gregorio III, a quien san Bonifacio había escrito, le envió el palio y el nombramiento de metropolitano para toda Alemania más allá del Rin, con autoridad para crear obispados donde lo creyera conveniente. Unos cuantos años más tarde, el santo fue a Roma por tercera vez con el fin de tratar asuntos relacionados con las iglesias que había fundado. En esa ocasión, se le nombró delegado de la Sede Apostólica. También entonces, en la abadía de Monte Cassino, descubrió a un nuevo misionero para Alemania en la persona de san Willibaldo, hermano de santa Walburga. Valido de su dignidad de legado apostólico, organizó su jerarquía en Baviera, destituyó a los malos sacerdotes y puso remedio a los abusos. De Baviera pasó a sus centros de misión, donde procedió a crear los nuevos obispados de Erfurt, en Turingia; Beraburg, en Hesse; Würzburg, en Franconia; y posteriormente creó también una sede episcopal en Nordgau, para la región de Eichstätt. Cada una de esas diócesis la dejó a cargo de uno de sus discípulos ingleses. En el año de 741, san Bonifacio y su joven discípulo san Sturmi, fundaron y comenzaron a construir la célebre abadía de Fulda que, con el tiempo, llegó a ser lo que san Bonifacio había deseado que fuese: el Monte Cassino de Alemania.

Mientras la evangelización de los alemanes seguía progresando al mismo paso, la situación de la Iglesia en Francia, bajo el reinado del último monarca merovingio, iba de mal en peor. Los más altos puestos eclesiásticos permanecían vacantes, cuando no se vendían al mejor postor; los clérigos no sólo eran ignorantes e indiferentes, sino que, a menudo, adolecían de pésimas costumbres o eran herejes; y habían transcurrido ochenta y cinco años sin que se celebrase un solo concilio eclesiástico. El mayordomo de palacio, Carlos Martel, se decía el paladín de la Iglesia y, sin embargo, no cesaba de explotarla y aun saquearla, a fin de obtener fondos para continuar sus interminables guerras, sin hacer absolutamente nada por ayudarla. Pero, en 741, murió Carlos Martel y ascendieron al trono sus hijos, Pipino y Carloman; con esto, se presentó una oportunidad favorable, que san Bonifacio no dejó de aprovechar. Carloman era muy devoto y, en consecuencia, era fácil, sobre todo para san Bonifacio, a quien el regente admiraba y veneraba, convencerlo a que convocase un sínodo que pusiera término al relajamiento y los abusos. Así fue; a la primera asamblea siguió una segunda, celebrada en 743. Para no ser menos, Pipino convocó al año siguiente, un sínodo para las Galias, al que siguió un concilio general para las dos provincias. San Bonifacio presidió todas estas reuniones y tuvo éxito en realizar todas las reformas que creyó necesarias. Se infundió nuevo vigor al cristianismo y se pudo decir que, al cabo de cinco años de arduo trabajo, san Bonifacio devolvió su antigua grandeza a la Iglesia en las Galias. La fecha del quinto concilio de los francos, año de 747, fue también memorable para Bonifacio en otros aspectos. Hasta entonces, su misión había sido general y consideró llegado el momento de tener una sede metropolitana fija. Para ello eligió a la ciudad de Mainz (Maguncia), y el sapa san Zacarías le consagró primado de Alemania, así como delegado apostólico para Alemania y las Galias. Apenas se acababa de completar este acuerdo, cuando Bonifacio perdió a su aliado, Carloman, que decidió retirarse a un monasterio. Quedaba Pipino, quien había reunido a Francia bajo su régimen y que, si bien era un hombre de otras ideas, siguió dando al santo el apoyo que aún necesitaba. «Sin el patrocinio de los jefes de Francia -decía en una carta a uno de sus amigos ingleses- no podría gobernar al pueblo ni imponer la disciplina a clérigos y monjes, así como tampoco acabar con las prácticas del paganismo». En su carácter de delegado del Papa, coronó a Pipino en Soissons; pero no hay absolutamente ninguna prueba para sostener la teoría de que Pipino asumiese la autoridad nominal y virtual, con el beneplácito o siquiera el conocimiento del santo.

Ya por entonces, Bonifacio era y se sentía viejo; él mismo admitía que la administración de una provincia tan vasta como la suya requería el vigor de un hombre joven. Hizo gestiones para que se nombrase a su discípulo, san Lull, como sucesor; pero no por dejar el alto cargo que desempeñaba, pensó en descansar. El celo misionero ardía en él con la fuerza de siempre, y estaba decidido a pasar los últimos años de su vida junto a sus primeros convertidos, los frieslandeses, que, desde la muerte de san Willibrordo, estaban cayendo de nuevo en el paganismo. Así, a la edad de sesenta y tres años, se embarcó con algunos compañeros para navegar río abajo por el Rin. En Utrecht se unió al grupo el obispo Eoban. Al principio, los misioneros se limitaron a predicar en la parte del país que ya había sido evangelizada antes; pero a comienzos de la primavera del año siguiente, decidieron cruzar el lago que dividía a Frieslandia, por la mitad y se internaron en la región del noreste, donde hasta entonces no había penetrado ningún misionero. Sus esfuerzos parecían tener éxito, a juzgar por el gran número de paganos que acudían a pedir el bautismo. San Bonifacio hizo los arreglos para una confirmación en masa, en la víspera de Pentecostés, en un campamento levantado sobre la planicie de Dokkun, en la ribera del riachuelo Borne.

En el día señalado, el santo estaba leyendo dentro de su tienda, en espera de los nuevos convertidos, cuando una horda de hostiles paganos apareció de repente con evidente intención de atacar el campamento. Los pocos cristianos que se encontraban ahí rodearon a san Bonifacio para defenderle, pero éste no se los permitió. Les pidió que permanecieran a su lado, los exhortó a confiar en Dios y a recibir con alegría la posibilidad de morir por la fe. En eso estaba, cuando el grupo fue atacado brutalmente por la horda furiosa. San Bonifacio fue uno de los primeros en caer, y todos sus compañeros sufrieron la misma suerte. El cuerpo del santo fue trasladado finalmente al monasterio de Fulda, donde aún reposa. También se atesora ahí el libro que estaba leyendo el santo en el momento del ataque. Se afirma que el mártir levantó en alto aquel libro, para que no sufriera tanto daño como él mismo y, en efecto, las pastas de madera del pequeño volumen tienen muescas causadas por los cuchillos y algunas manchas que se supone sean las de la sangre del mártir.

El juicio asentado por Christopher Dawson, de que san Bonifacio «ejerció una influencia más profunda en la historia de Europa que cualquier otro de los personajes inglesas de la época» (The Making of Europe, 1946, p. 166), es difícil de contradecir. A su notable santidad, a su inmensa energía y maravillosa previsión de misionero y reformador, a su gloria de mártir, habría que agregar su gentileza personal y la modestia y sencillez de su carácter que se adivinan, sobre todo, a través de sus cartas. Aun sus contemporáneos, como el arzobispo Cutberto de Canterbury, escribían sobre él grandes alabanzas como ésta: «Con un sentimiento de honda gratitud, nosotros, en Inglaterra, lo contamos ya entre los mejores y más grandes maestros de la verdadera fe»; el mismo arzobispo agrega que la fiesta de san Bonifacio deberá celebrarse cada año en Inglaterra, como la de uno de sus patronos, igual que las de san Gregorio el Grande y san Agustín de Canterbury.

Hay numerosas biografías antiguas de san Bonifacio, pero la más importante es la de Willibaldo (no Willibaldo el santo, sino un homónimo); varias de entre ellas se encuentran en el Acta Sanctorum, junio, vol. I; pero existe un texto crítico mucho mejor, inserto en MGH., especialmente en el volumen editado por W. Levison, Vitae Sancti Bonifacii epis. Moguntini. Una cantidad considerable de literatura, la mayoría de origen alemán, centrada en san Bonifacio, existe en diversas obras que es imposible citar aquí. Una fuente de información de máxima importancia es la colección de cartas del propio santo.audiencia del papa Benedicto XVI del 11 de marzo de 2009. Aunque por época Bonifacio está en el límite de lo que podemos llamar patrística, su obra está ampliamente tratada en el volumen IV de la Patrología de Di Berardino (en la serie de Quasten), BAC, 2000, pág 510 y ss. lectura crítica muy recomendable para quien quiera profundizar no tanto en la vida cuanto en las ideas que se desprenden de sus escritos.

Cuadros:

-Bonifacio funda los cuatro antiguos obispados bávaros: Freising, Regensburg, Passau y Salzburgo. Obra de Karl Rempp, 1705, en Pfarrkirchen, en Austria.

-Talla de madera en la catedral de Mainz.

-Miniatura de dos escenas de la vida de san Bonifacio, siglo X, en el «Sacramentario de Fulda», hoy en Udine, Italia.

Estas biografías de santo son propiedad de El Testigo Fiel. Incluso cuando figura una fuente, esta ha sido tratada sólo como fuente, es decir que el sitio no copia completa y servilmente nada, sino que siempre se corrige y adapta. Por favor, al citar esta hagiografía, referirla con el nombre del sitio (El Testigo Fiel) y el siguiente enlace: https://www.eltestigofiel.org/index.php?idu=sn_1907


martes, 2 de mayo de 2023

ORACIÓN A SAN FELIPE APÓSTOL

San Felipe, de Peter Paul Rubens, c. 1611.
 
Museo del PradoMadrid.
 

 

ORACIÓN A SAN FELIPE APÓSTOL

 

Padre,

a Ti que hiciste

de San Felipe

un apóstol

y un seguidor

de tu Hijo Jesucristo,

te pedimos,

por su intercesión,

la gracia del Espíritu Santo.

 

Concédenos

la fortaleza necesaria

para superarnos siempre,

ayúdanos a propiciar

la salud de nuestro cuerpo

y a esforzarnos

para vivir en gracia.

 

Haz que siempre

sepamos aprovechar

bien nuestro tiempo.

 

Ayúdanos a hacer

bien las cosas

desde la primera vez.

 

Danos, por los méritos

de San Felipe Apóstol,

la gracia de estado

que más necesitemos.

 

Te lo pedimos,

por tu Hijo Jesucristo,

nuestro Señor.

Amén.

jueves, 27 de abril de 2023

Santos Sanadores a los que recurrir contra las enfermedades

Santos Sanadores a los que recurrir contra las enfermedades

Santos Sanadores a los que recurrir contra las enfermedades

El hombre siempre ha pedido ayuda y consuelo a Dios en caso de enfermedades graves. Pero hay seis santos patronos también llamados santos sanadores de patologías particulares. Averigüemos quiénes son.

 

Ya hemos dedicado un artículo anterior a los santos patrones a quienes los fieles siempre han recurrido para obtener la gracia o alguna protección en caso de enfermedades más o menos graves. No solamente consuelo para el alma, por lo tanto, sino también físico.

En particular, nos hemos centrado en San Blas de Sebaste, médico y patrón de otorrinolaringólogos, para ser invocado en caso de problemas de garganta.

Pero también habíamos hecho un resumen rápido de los llamados Santos Auxiliadores, un grupo de catorce Santos a los que están asociados remedios para una variedad de enfermedades y varios problemas de salud, desde dolores de cabeza hasta fiebre, desde epilepsia hasta peste, desde el dolor de muelas a la lepra.

También pensamos en otros santos no incluidos en esta lista, como Santa Lucía

Santa Rita

Pensemos en Santa Rita, la santa de los casos imposibles y desesperados.

Se invoca en situaciones peligrosas, en particular las relacionadas con epidemias, porque se dice que sanó a muchos hombres y mujeres que padecían enfermedades terribles. Incluso después de su muerte, se le atribuyeron curaciones milagrosas. Esta es también la razón por la que es apodada santa de los imposibles, porque después de su muerte, como en la vida, se quedó al lado de los más necesitados, que continúan recurriendo a ella cuando ya no hay esperanza.

San Peregrino

Entre los santos patrones, Peregrino Laziosi, o Pellegrino da Forlì (Forlì, 1265 – º de mayo de 1345), es considerado el protector contra las enfermedades crónicas y el cáncer. En su juventud había sido un orgulloso anticlerical perteneciente a una poderosa familia gibelina. Cuando en 1284 el Papa Martín IV envió a Felipe Benicio, el Superior general de la Orden de los Siervos de María, a Romaña para actuar como intermediario con los habitantes de la zona, Peregrino, que tenía entonces veinte años, lo atacó verbalmente y no sólo. Pero el hombre santo reaccionó poniendo su otra mejilla, y esto empujó al joven a la conversión. Peregrino se unió a la orden de los Servitas y dejó los placeres mundanos para abrazar una vida austera hecha de aislamiento y oración.

Gravemente enfermo, fue indultado después de una noche de oración y, ya vivo, era considerado el protector contra las enfermedades más graves. Declarado bendecido por Pablo V en 1609, fue canonizado por Benedicto XIII en 1726. Hoy es considerado protector de pacientes con cáncer, pacientes con SIDA y todas las demás enfermedades más graves.

Cosme y Damián

Los Santos hermanos Cosme y Damián, mártires e médicos, son invocados y rezados para sanar todo tipo de enfermedades.

Estos dos Santos eran hermanos gemelos y cristianos. Nacidos en Arabia, se dedicaron al cuidado de los enfermos después de estudiar arte médico en Siria. Pero eran médicos especiales, practicaban la profesión de médicos sin pedir ninguna compensación. De hecho, impulsado por una inspiración más alta, no querían que les pagaran. Pero esta atención a los enfermos también era un instrumento de apostolado muy efectivo. «Misión» que costó la vida de los dos hermanos, que fueron martirizados. Durante el reinado del emperador Diocleciano, quizás en 303, el gobernador romano los hizo decapitar. Sucedió en Ciro, una ciudad cerca de Antioquía de Siria donde están enterrados los mártires. Otra narración atestigua en cambio que fueron asesinados en Egea de Cilicia, en Asia Menor, por orden del gobernador Lisias, y luego transferidos a Ciro. El culto a Cosme y Damián ha sido atestiguado con certeza desde el siglo V.

San Rafael

Aunque figura entre los santos y bendecidos, San Rafael es, ante todo, un ángel, de hecho, uno de los ángeles perennemente aceptado en presencia de Dios y destinado a cantar sus alabanzas por la eternidad. Su mismo nombre traiciona su naturaleza como santo patrón contra la enfermedad. De hecho, significa “Es Dios quien sana” o incluso «Dios cura”. A menudo representado con un frasco de medicinas, es el patrón de parejas jóvenes, novios, cónyuges, pero también de ciegos, enfermos mentales, farmacéuticos y oftalmólogos.

Considerado el ángel de la curación divina, el evangelista Juan lo cita en el episodio en el que Jesús está en la piscina de Bethesda: “Porque un ángel del Señor descendía de vez en cuando al estanque y agitaba el agua; y el primero que descendía al estanque después del movimiento del agua, quedaba curado de cualquier enfermedad que tuviera” (Juan 5,4).

Santa Águeda

Santa Águeda, patrona de Catania, vivió en el siglo III. Además de figurar en el número de santos patronos, también es una de las siete vírgenes y mártires mencionadas en el canon de la Misa. El procónsul Quinziano, encargado de obligar a los cristianos de Catania a renunciar a su fe, se enamoró de ella, que pertenecía a una noble familia cristiana. Ante su negativa, la entregó a una cortesana sacerdotisa de Venus y sus hijas, para que la sobornaran, pero Ágata resistió tanto las amenazas como los halagos. Regresada a Quinziano, fue encerrada en prisión, donde fue sometida a una tortura indescriptible, incluida el corte de los senos con pinzas. Prisionera, recibió la visita de San Pedro y un ángel, que curaron sus heridas, pero al final fue arrojada sobre carbones al rojo y murió.

Su culto se extendió enormemente desde la antigüedad. Debido a su martirio, es considerada, entre otras cosas, la santa patrona de las mujeres que sufren de patologías mamarias y de las niñeras.

Santiago el Mayor

Invocado contra la artritis y el reumatismo, Santiago fue uno de los doce apóstoles. Era hermano del apóstol Juan y con él fue reclutado por Jesús mientras estaba a la orilla de un lago. Junto a su hermano y Pedro asistió a la Transfiguración de Jesús. Fue el primer apóstol en conocer el martirio por voluntad de Herodes Agripa I.

Sus restos fueron llevados a las costas de la Galicia en un lugar posteriormente llamado campus stellae, “campo de la estrella”. Se trata de Santiago de Compostela, desde la Edad Media hasta hoy uno de los tres principales destinos de peregrinación de la Cristiandad.

San Roque de Montpellier

San Roque de Montpellier, peregrino y taumaturgo francés, fue el santo más invocado en la época medieval con motivo de las epidemias de peste, que azotaron Europa durante siglos. Sigue siendo el patrón de los infectados, los apestados, los enfermos, pero también los marginados, los viandantes, así como los trabajadores de la salud y los farmacéuticos. De origen francés, durante la peste que asoló Italia en los añhttps://www.holyart.it/blog/santi-e-beati/la-storia-san-rocco-montpellier-pellegrino-taumaturgo-francese/os 1367 y 1368, San Roque no dejó de ayudar a los enfermos, demostrando una inagotable propensión a la caridad. Se dice que poseía el toque taumatúrgico y la capacidad de curar a los apestados bendiciéndolos con la señal de la Cruz. Cuando la enfermedad comenzó a alejarse de las ciudades, él se dedicó a tratar incluso a los animales afectados por la peste que vivían en los bosques. Regresado a su tierra natal y confundido con un espía, fue encarcelado por sus propios familiares y dejado morir en la cárcel.

Desde que hoy la peste ya no está extendida, el patronato de San Roque se ha extendido a otras enfermedades, como la lepra, el cólera, el VIH y en general todas las enfermedades contagiosas.

San Sebastián

San Sebastián, alto oficial del ejército imperial, conoció el martirio a manos de sus propios soldados y conmilitones, quienes primero lo traspasaron con flechas y lanzas, por orden de Diocleciano, y luego, después de que fue curado milagrosamente de sus heridas, lo azotaron hasta la muerte. Siempre querido por las Cofradías de la Misericordia, debe su culto a la fama de socorredor de las personas que sufren, y por ello se convirtió en uno de los santos más invocados contra la peste y las epidemias en general.

Su conexión con la peste probablemente se deriva del hecho de que las heridas infligidas por las puntas de flecha son similares a las plagas causadas por la misma peste.



Santa Rosalía de Palermo

Otra santa muy invocada durante la peste y todavía querida por los fieles en tiempos de epidemia es Santa Rosalía Sinibaldi, que vivió en Palermo en el siglo XII. Virgen ermitaña, vivió aislada la mayor parte de su corta vida. Se dice que salvó a la ciudad de la peste que la azotó en 1624. Sus reliquias, encontradas gracias a algunas apariciones milagrosas, fueron llevadas a la ciudad y erradicaron la enfermedad. Desde entonces ha sido invocada como protectora de la Peste.

San Juan Bosco

San Juan Bosco jugó un papel importante en la epidemia de cólera que estalló en Turín en 1854. Cuando nadie quería ayudar a los enfermos y transportarlos al Lazareto, Don Bosco reunió a sus muchachos y les prometió que, si hubieran hecho una obra caritativa ayudando a los más necesitados, ninguno de ellos se habría enfermado. Lo hicieron, ayudando a los enfermos y moribundos, y cuando la epidemia se extinguió en noviembre, ninguno de ellos se había infectado.

San José Moscati

San José Moscati, apodado el médico de los pobres, también jugó un papel importante durante la epidemia de cólera que azotó Nápoles en 1911.

San Antonio Abad

San Antonio Abad no es solamente protector de las mascotas. Suya es la capacidad taumatúrgica de curar el «fuego de San Antonio», una forma muy grave de herpes, y a lo largo de los siglos ha sido invocado contra la peste como San Sebastián y San Roque.

San Cristóbal

También San Cristóbal, sufrió la misma forma de martirio de San Sebastián, golpeado por flechas que sin embargo milagrosamente rebotaban en su cuerpo. Se le invoca como protector de las muertes repentinas, y en el pasado era el depositario de las oraciones de los que temían la peste.

San Miguel Arcángel

San Miguel Arcángel se apareció al obispo de Monte Sant’Angelo, en Apulia, y le dio instrucciones para erradicar la peste en 1656. Después de todo, ya en el 590 d.C. la peste estaba causando innumerables víctimas en Roma y, en respuesta a las oraciones del Papa Gregorio Magno, el arcángel Miguel apareció sobre el actual Castillo de Sant’Angelo y desenvainó su espada, anunciando el fin de la epidemia.

Virgen de la Salud

Finalmente, recordamos a la Virgen de la Salud, quien durante la gran epidemia de peste bubónica que azotó a todo el norte de Italia entre 1630 y 1631, fue invocada por el gobierno de la República con una procesión solemne de oración que duró tres días y tres noches. A las pocas semanas, la epidemia comenzó a amainar hasta desaparecer. Desde entonces, todos los años los Venecianos repiten la procesión en honor de la Virgen de la Salud como signo de agradecimiento y la gran y magnífica iglesia dedicada a ella permanece en memoria de esa devoción.

Los nuevos santos

Afortunadamente, la historia de la humanidad está poblada por hombres y mujeres excepcionales que han dedicado sus vidas al cuidado de los demás. Pensamos en médicos y enfermeras, pero también en misioneros, o simplemente en personas de buen corazón que han dejado de lado sus propios intereses y metas personales para dedicar todos sus esfuerzos solamente al bien de los demás. Algunos de ellos, como San Francisco, que curaba a las personas infectadas, fueron elevados a los honores de la santidad por su elección de vida.

Otro nombre que queremos mencionar es el de Madre Teresa, uno de los mayores ejemplos de caridad en el mundo moderno, una mujer que verdaderamente ha rediseñado los límites de la dedicación a los demás, consagrando toda su vida al amor y la misericordia. Con ejemplos similares, cada uno de nosotros puede sentirse motivado para mejorar cada día y realizar pequeños milagros diarios, especialmente en momentos en los que toda certeza parece caer.

 


lunes, 10 de abril de 2023

A San José para una buena muerte

 

A San José para una buena muerte 

Poderoso protector y amado Padre San José, Esposo de la Reina de los Ángeles, Santa María, Madre de Dios y de la Virgen, padre virginal de Jesús, y protector especial, de los pobres pecadores agonizantes, en la hora de su muerte. Yo, pecador miserable, confiando en tu amor misericordioso, con el deseo de amar y servir en presencia de Jesús, mi dulce Redentor, de Santa María, su esposa y en presencia de toda la corte celestial, te elijo en este día como mi especial protector, abogado y defensor en todas las acciones de mi vida y en la agonía de mi muerte. Me consagro ahora y siempre a ti, como sirviente, esclavo, e hijo devoto, y como tal me entrego a ti en todas las formas posibles con una donación perfecta.

Soberano Patriarca, has uso de tu gran misericordia a la hora de mi agonía en el trance de la muerte. Y cuando me falte la fuerza, y mi lengua no te invocare, cuando mis ojos ya no vean la luz y haya perdido el sentido del oído, y no pueda conseguir favores humanos, recuerda, oh Padre, las peticiones que ahora te ofrezco a consideración de tu piedad compasiva y tierna misericordia, protégeme en el último día y en ese momento de extrema necesidad, ayúdame tenme bajo tu patrocinio, para que muera en gracia de Dios, libre de todos mis enemigos sea colocado en la presencia de Dios bendito, a quien espero alabar a tu lado por toda la eternidad.

Amén


San José Protector de la buena muerte

 

San José Protector de la buena muerte

La Iglesia compara aquella muerte con la hora de un sueño pacífico, como el de un niño que se adormece sobre el seno de su madre; con una antorcha odorífera, que se consume a medida que arde y que muere exhalando el perfume suave de su sustancia. La muerte de los santos es siempre envidiable, porque todos mueren en el beso del Señor, pero ese beso no es más que un dulce y precioso sentimiento de amor.

José murió verdaderamente en el beso del Señor, ya que exhaló su último suspiro en los brazos de Jesús. Y si, como creemos, él tuvo el uso de los sentidos y de la palabra hasta ese último suspiro, que no podía ser otro que un suspiro o un impulso de amor, ¿como no habrá él coronado una vida tan santa sino pronunciando los nombres sagrados de Jesús y de María?

¡Oh muerte feliz! Si no puedo, como José, exhalar mi último suspiro entre Jesús y María, visibles a mi mirada, pueda yo, al menos, sobre mi labios moribundos, unir vuestro nombre, ¡oh José! a los nombres de Jesús y de María.

La santa muerte de José ha producido preciosos frutos sobre la tierra. Fue como aromatizada del suave perfume que deja tras de sí una santa vida y una santa muerte, y dio a los cristianos un potente protector en el cielo cerca de Dios, especialmente para los agonizantes.

Cualquiera que invoque a San José en la última batalla, incluso si fuera violenta, atraerá la victoria. Bendito, por eso, quien coloca su confianza en este santo Patriarca y une al exhalar su último suspiro el santo nombre de José a los dulces nombres de Jesús y María.

Todo el mundo cristiano lo reconoce como abogado de los agonizantes y, por tanto, de la buena muerte. José hijo de Jacob, socorría en el tiempo de la carestía a los Egipcios distribuyendo entre ellos el trigo que había recogido. Pero para socorrer a los propios hermanos, hizo más: no contento con haber llenado sus sacos de trigo, les añadió el precio del mismo. Así hará ciertamente nuestro glorioso Santo José. ¿Con qué generosidad tratará a sus devotos? Así, en el momento de la extrema necesidad, en el punto de la muerte, él sabrá rendir a los devotos homenajes con que habría sido honrado.

La muerte de los sirvientes de San José es sumamente tranquila y suave. Santa Teresa narra las circunstancias que acompañaban los últimos instantes de sus primeras hijas, tan devotas a San José. «He observado - dice ella -, que al momento de exhalar el último suspiro gozaban de inefable paz y tranquilidad. Esa muerte era semejante al dulce descanso de la oración. Nada indicaba que su interior fuese agitado por tentaciones. Aquellas lámparas divinas liberan mi corazón del temor de la muerte. Morir me parece ahora la cosa más fácil para una fiel devota de San José».


DEPRECACIÓN A SAN JOSÉ PARA TODOS LOS MESES DEL AÑO

 


DEPRECACIÓN A SAN JOSÉ

PARA TODOS LOS MESES DEL AÑO

 

Por la señal... Acto de contrición.

 

Dichosísimo Patriarca San José, que practicando fielmente todas las virtudes, y conformándoos en todo con el beneplácito divino, conseguisteis una muerte feliz y dichosa en los brazos de Jesús y de vuestra Esposa María; a más de las gracias que os he pedido, alcanzadme una perfecta contrición de mis culpas y una sumisión tan ajustada a los decretos del Señor, que mi único deseo sea cumplir en todo su santísima voluntad; y de esta manera, libre mi alma en mi muerte de las angustias que en aquella hora causan los pecados cometidos, pueda resistir las asechanzas del común enemigo y llegar con Vos a las eternas moradas de la gloria. Ésta, bondadoso San José, es la gracia que espero lograr de Dios por vuestra intercesión poderosa, ya que nada sabéis negar al que os pide de veras. Amén.