San Felipe Neri,
presbítero y fundador
Fecha: 26 de mayo
n.: 1515 - †: 1595 - país: Italia
Canonización: B:
Pablo V 11 may 1615 - C: Gregorio
XV 12 mar 1622
Hagiografía: «Vidas
de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Elogio: Memoria
de san Felipe Neri, presbítero, que, consagrándose a la labor de salvar a los
jóvenes del maligno, fundó el Oratorio en Roma, en el cual se practicaban
constantemente las lecturas espirituales, el canto y las obras de caridad.
Resplandeció por el amor al prójimo, la sencillez evangélica, su espíritu de
alegría, el sumo celo y el servicio ferviente a Dios.
Patronazgos: patrono
de Roma, de los humoristas, de las unidades especiales del Ejército de EEUU, protector
contra la infertilidad de las mujeres, las dolencias en los miembros y los
terremotos.
Refieren a este santo: San Alejandro Sauli, San
Camilo de Lelis, San Carlos Borromeo, Santa Catalina de Ricci, San Félix de
Cantalicio, Beato Juan Juvenal Ancina, San Juan Leonardi
Oración: Señor
Dios, que no cesas de enaltecer a tus siervos con la gloria de la santidad,
concédenos que el Espíritu Santo nos encienda con aquel mismo fuego con que
abrasó el corazón de san Felipe Neri. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo,
que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los
siglos de los siglos. Amén (oración litúrgica).
San Felipe Neri nació en
Florencia, en 1515. Era uno de los cuatro hijos del notario Francisco Neri.
Felipe y sus hermanos perdieron a su madre muy pronto; pero la segunda esposa
de su padre fue para ellos una verdadera madre. Felipe se distinguió, desde
niño, por su docilidad y su bondad, lo cual le mereció el apodo de «Pippo
buono» («Felipillo el bueno»).
Los primeros maestros de
Felipe fueron los dominicos de San Marcos, cuyo ejemplo y enseñanzas se le
quedaron grabados para toda la vida. Felipe se convirtió en un joven piadoso,
simpático y muy alegre, a quien todos querían. A los dieciocho años, fue
enviado a San Germano a casa de un pariente próspero, del que el joven podía
llegar a ser el heredero. Pero su estancia ahí no fue muy prolongada, ya que al
poco tiempo tuvo Felipe la experiencia mística que él llamaría, más tarde, su
«conversión» y, desde ese momento, dejaron de interesarle los negocios. Como no
se hallaba a gusto en casa de su pariente, partió a Roma, sin dinero y sin
ningún proyecto, confiado únicamente en la Providencia.
En la Ciudad Eterna se
hospedó en la casa de un aduanero florentino llamado Galeotto Caccia, quien le
cedió una buhardilla y lo necesario para comer. Por lo demás, Felipe no
necesitaba gran cosa, ya que sólo se alimentaba una vez al día y su dieta se
reducía a pan, aceitunas y agua. En su habitación no había más que la cama, una
silla, unos cuantos libros y una cuerda para colgar la ropa. Felipe pagaba la
comida y la renta de la habitación por medio de clases a los hijos de su
huésped, los cuales -según el testimonio de su propia madre y de una tía- se
portaban como ángeles bajo la dirección del santo.
Fuera del tiempo que
consagraba a la enseñanza, Felipe vivió como un anacoreta, los dos primeros
años que pasó en Roma, entregado día y noche a la oración en su buhardilla. Fue
ese un período de preparación interior, en el que se fortaleció su vida
espiritual y se confirmó en su deseo de servir a Dios. Al cabo de esos dos
años, Felipe hizo sus estudios de filosofía y teología en la Sapienza y en
Sant'Agostino. Pero, tres años después, cuando el tesón y el éxito con que
había trabajado abrían ante él una brillante carrera, abandonó súbitamente los
estudios. Movido probablemente por una inspiración divina, vendió la mayor
parte de sus libros y se consagró al apostolado. La vida religiosa del pueblo
de Roma, que se resentía aún por los efectos del saqueo de 1527, dejaba mucho
que desear. Por otra parte, no faltaban motivos para ello. Los más graves
abusos abundaban en la Iglesia; todo el mundo lo reconocía, pero nadie hacía
nada por remediarlo. En el Colegio cardenalicio gobernaban los Medici, de
suerte que casi todos los cardenales eran más bien príncipes seculares que
eclesiásticos.
El renacimiento de los
estudios clásicos había sustituido los ideales cristianos por los paganos, con
el consiguiente debilitamiento de la fe y descenso del nivel moral. El clero
había caído en la indiferencia, cuando no en la corrupción; la mayoría de los
sacerdotes no celebraba la misa sino rara vez, dejaba tranquilamente arruinarse
las iglesias y se desentendía del cuidado espiritual de los fieles. Nada tiene,
pues, de extraño que el pueblo hubiese caído en una especie de paganismo. La
obra de San Felipe habría de consistir en reevangelizar la ciudad de Roma y lo
hizo con tal éxito, que un día se le llamaría «el Apóstol de Roma».
Los comienzos fueron
modestos. Felipe iba a la calle o al mercado y empezaba a conversar con las
gentes, particularmente con los empleados de los bancos y las tiendas del
barrio de Sant'Angelo. Como era muy simpático y tenía un buen sentido del
humor, no le costaba trabajo entablar conversación, en el curso de la cual
dejaba caer alguna palabra oportuna acerca del amor de Dios o del estado
espiritual de sus interlocutores. Así fue logrando, poco a poco, que numerosas
personas cambiasen de vida. El santo acostumbraba saludar a sus amigos con
estas palabras: «Y bien, hermanos, ¿cuándo vamos a empezar a ser mejores?» Si
éstos le preguntaban qué debían hacer para mejorar, el santo los llevaba
consigo a cuidar a los enfermos de los hospitales y a visitar las siete
iglesias, que era una de su devociones favoritas. Felipe consagraba el día entero
al apostolado; pero al atardecer, se retiraba a la soledad y, con frecuencia,
pasaba la noche en el pórtico de alguna iglesia, o en las catacumbas de San
Sebastián, junto a la Vía Appia. Se hallaba ahí, precisamente, la víspera de
Pentecostés de 1544, pidiendo los dones del Espíritu Santo, cuando vio venir
del cielo un globo de fuego que penetró en su boca y se dilató en su pecho. El
santo se sintió poseído por un amor de Dios tan enorme, que parecía ahogarle;
cayó al suelo, como derribado y exclamó con acento de dolor: «¡Basta, Señor,
basta! ¡No puedo soportarlo más!» Cuando recuperó plenamente la conciencia,
descubrió que tenía en el pecho un tumor grande como un puño; pero jamás-le
causó dolor alguno. A partir de entonces, san Felipe experimentaba tales
accesos de amor de Dios, que todo su cuerpo se estremecía. A menudo tenía que
descubrirse el pecho para aliviar un poco el ardor que lo consumía; y rogaba a
Dios que mitigase sus consuelos para no morir de gozo. La autopsia del cadáver
del santo reveló que tenía dos costillas rotas y que éstas se habían arqueado
para dejar más sitio al corazón.
En 1558, con la ayuda del P.
Persiano Rossa, su confesor, que vivía en San Girolamo della Carita, San Felipe
fundó una cofradía de pobres, que se reunían para los ejercicios espirituales
en la iglesia de San Salvatore in Campo. Dicha cofradía, que se encargaba de
socorrer a los peregrinos necesitados, ayudó a San Felipe a difundir la
devoción de las cuarenta horas. Dios bendijo el trabajo de la cofradía, que
pronto fundó el célebre hospital de Santa Trinita dei Pellegrini; en el año
jubilar de 1575, los miembros de la cofradía atendieron ahí a 145.000
peregrinos y se encargaron, más tarde, de cuidar a los pobres durante la
convalescencia. Así pues, a los treinta y cuatro años de edad, san Felipe había
hecho ya grandes cosas; pero su confesor estaba persuadido de que las haría
todavía mayores, si recibía la ordenación sacerdotal. Aunque el santo se
resistía a ello, por humildad, acabó por seguir el consejo de su confesor. El
23 de mayo de 1551, recibió las órdenes sagradas y se fue a vivir con el P.
Rossa y otros sacerdotes, a San Girolamo della Carita. A partir de ese momento,
ejerció el apostolado sobre todo en el confesionario, en el que se sentaba
desde la madrugada hasta mediodía, algunas veces hasta las horas de la tarde,
para atender a una multitud de penitentes de toda edad y condición social. El
santo tenía el poder de leer el pensamiento de sus penitentes y logró numerosas
conversiones. Para ayudar a sus penitentes, organizaba conversaciones y
discusiones espirituales, que terminaban con una visita al Santísimo Sacramento
en alguna iglesia, o con la asistencia a las Vísperas. En dichas reuniones se
leían, con frecuencia, las vidas de los mártires y de los misioneros. El
ejemplo de la vida y muerte heroicas de san Francisco Javier movió a san Felipe
a ofrecerse como voluntario para las misiones; pero un cisterciense, con quien
consultó el asunto, le aseguró que Dios le quería de misionero en Roma, y el
santo se atuvo a su consejo.
La más documentada y
profunda de las biografías de San Felipe es la de los PP. Louis Poncelle y Louis Bourdet, St Philip Neri and the
Román Society of his times (traducción inglesa del P. Kerr, 1932). El
primer capítulo de dicha obra está consagrado a las fuentes. La primera
biografía fue la del P. Gallonio (oratoriano), quien escribió en latín (1600);
en Acta Sanctorum, mayo, vol. VI, puede verse dicha biografía. El esbozo
biográfico del P. V. J. Matthews (1934) es excelente. Véase también la
biografía publicada por A. Baudrillart en la colección les Saints (1939).
N.ETF: En 1984 se hizo una película de hagiografía popular sobre el santo
llamada «State buoni... se potete» que, aunque no es fácil de conseguir, vale
la pena; está muy bien captado el buen humor del santo; pero téngase presente
que no es una reconstrucción histórica de la vida de san Felipe Neri. Goethe le
dedicó un capítulo entero en su famoso «Viaje por Italia» («Italienische
Reise», 1816/7): «Felipe Neri, el santo humorista».
Imágenes: Retrato del santo
de 1593, por Federico Zuccari y dibujo a lápiz por Pedro Rubens (1577 - 1640).
Estas
biografías de santo son propiedad de El Testigo Fiel. Incluso cuando figura una
fuente, esta ha sido tratada sólo como fuente, es decir que el sitio no copia
completa y servilmente nada, sino que siempre se corrige y adapta. Por favor,
al citar esta hagiografía, referirla con el nombre del sitio (El Testigo Fiel)
y el siguiente enlace: https://www.eltestigofiel.org/index.php?idu=sn_1769
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