San Bernardo de Claraval, abad y doctor de la Iglesia
fecha: 20 de agosto
n.: c. 1090 - †: 1153 - país: Francia
otras formas del nombre: Bernardo de Clairvaux
canonización: C: Alejandro III 18 ene 1174
hagiografía: Vaticano
Elogio: Memoria de san Bernardo,
abad y doctor de la Iglesia, el cual, habiendo ingresado junto con treinta
compañeros en el nuevo monasterio del Císter, fue después fundador y primer
abad del monasterio de Clairvaux, donde dirigió sabiamente, con la vida, la
doctrina y el ejemplo, a los monjes por el camino de los mandamientos del
Señor. Recorrió una y otra vez Europa para restablecer la paz y la unidad e
iluminó a toda la Iglesia con sus escritos y sus sabias exhortaciones, hasta que
descansó en el Señor cerca de Langres, en Francia.
Patronazgos: patrono de varias regiones y ciudades
europeas, de los apicultores y fabricantes de velas; protector contra las
obsesiones, las enfermedades de infancia, las enfermedades de los animales,
contra las tormentas y el mal tiempo, y para invocar en la hora de la muerte.
Refieren a este santo: San Balduíno, San Esteban
Harding, Beato Eugenio
III, Beato Gerardo
de Clairvaux, Santa
Hildegardis, Beato Hugo de
Bonnevaux, Beata
Humbelina, San Juan de
Craticula, San Malaquías
de Down y Connor, Beato Martín
Cid
Oración: Señor, Dios nuestro, tú hiciste del abad
san Bernardo, inflamado en el celo de tu casa, una lámpara ardiente y luminosa
en medio de tu Iglesia; concédenos, por su intercesión, participar de su
ferviente espíritu y caminar siempre como hijos de la luz. Por nuestro Señor
Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y
es Dios por los siglos de los siglos. Amén (oración litúrgica).
Catequesis de SS Benedicto XVI el
miércoles 21 de octubre de 2009 sobre la figura de San Bernardo de Clairvaux
Hoy quiero hablar sobre san Bernardo de Claraval, llamado el "último
de los Padres" de la Iglesia, porque en el siglo XII, una vez más, renovó
e hizo presente la gran teología de los Padres. No conocemos con detalles los
años de su juventud, aunque sabemos que nació en el año 1090 en Fontaines, en
Francia, en una familia numerosa y discretamente acomodada. De joven, se
entregó al estudio de las llamadas artes liberales —especialmente de la
gramática, la retórica y la dialéctica — en la escuela de los canónigos de la
iglesia de Saint-Vorles, en Châtillon-sur-Seine, y maduró lentamente la
decisión de entrar en la vida religiosa. Alrededor de los veinte años entró en
el Císter, una fundación monástica nueva, más ágil respecto de los antiguos y
venerables monasterios de entonces y, al mismo tiempo, más rigurosa en la
práctica de los consejos evangélicos. Algunos años más tarde, en 1115, san
Bernardo fue enviado por san Esteban Harding, tercer abad del Císter, a fundar
el monasterio de Claraval (Clairvaux). Allí el joven abad, que tenía sólo 25
años, pudo afinar su propia concepción de la vida monástica, esforzándose por
traducirla en la práctica. Mirando la disciplina de otros monasterios, san
Bernardo reclamó con decisión la necesidad de una vida sobria y moderada, tanto
en la mesa como en la indumentaria y en los edificios monásticos, recomendando
la sustentación y la solicitud por los pobres. Entretanto la comunidad de
Claraval crecía en número y multiplicaba sus fundaciones.
En esos mismos años, antes de 1130, san Bernardo inició una vasta
correspondencia con muchas personas, tanto importantes como de modestas
condiciones sociales. A las muchas Cartas de este período hay que añadir
numerosos Sermones, así como Sentencias y Tratados. También a esta época se
remonta la gran amistad de Bernardo con Guillermo, abad de Saint-Thierry, y con
Guillermo de Champeaux, personalidades muy importantes del siglo XII. Desde
1130 en adelante empezó a ocuparse de no pocos y graves asuntos de la Santa
Sede y de la Iglesia. Por este motivo tuvo que salir cada vez más a menudo de
su monasterio, en ocasiones incluso fuera de Francia. Fundó también algunos
monasterios femeninos, y fue protagonista de un notable epistolario con Pedro
el Venerable, abad de Cluny, del que hablé el miércoles pasado. Dirigió
principalmente sus escritos polémicos contra Abelardo, un gran pensador que
inició una nueva forma de hacer teología, introduciendo sobre todo el método
dialéctico-filosófico en la construcción del pensamiento teológico.
Otro frente contra el que san Bernardo luchó fue la herejía de los cátaros,
que despreciaban la materia y el cuerpo humano, despreciando, en consecuencia,
al Creador. Él, en cambio, sintió el deber de defender a los judíos, condenando
los rebrotes de antisemitismo cada vez más generalizados. Por este último
aspecto de su acción apostólica, algunas decenas de años más tarde, Ephraim,
rabino de Bonn, rindió a san Bernardo un vibrante homenaje. En ese mismo
periodo el santo abad escribió sus obras más famosas, como los celebérrimos
Sermones sobre el Cantar de los cantares. En los últimos años de su vida —su
muerte sobrevino en 1153— san Bernardo tuvo que reducir los viajes, aunque sin
interrumpirlos del todo. Aprovechó para revisar definitivamente el conjunto de
las Cartas, de los Sermones y de los Tratados. Es digno de mención un libro
bastante particular, que terminó precisamente en este período, en 1145, cuando
un alumno suyo, Bernardo Pignatelli, fue elegido Papa con el nombre de Eugenio
III. En esta circunstancia, san Bernardo, en calidad de padre espiritual,
escribió a este hijo espiritual suyo el texto De Consideratione, que contiene
enseñanzas para poder ser un buen Papa. En este libro, que sigue siendo una
lectura conveniente para los Papas de todos los tiempos, san Bernardo no sólo
indica cómo ser un buen Papa, sino que también expresa una profunda visión del
misterio de la Iglesia y del misterio de Cristo, que desemboca, al final, en la
contemplación del misterio de Dios trino y uno: "Debería proseguir la
búsqueda de este Dios, al que no se busca suficientemente —escribe el santo
abad—, pero quizá se puede buscar mejor y encontrar más fácilmente con la
oración que con la discusión. Pongamos, por tanto, aquí término al libro, pero
no a la búsqueda" (XIV, 32: PL 182, 808), a estar en camino hacia Dios.
Ahora quiero detenerme sólo en dos aspectos centrales de la rica doctrina
de san Bernardo: se refieren a Jesucristo y a María santísima, su Madre. Su
solicitud por la íntima y vital participación del cristiano en el amor de Dios
en Jesucristo no trae orientaciones nuevas en el estatuto científico de la
teología. Pero, de forma más decidida que nunca, el abad de Claraval relaciona
al teólogo con el contemplativo y el místico. Sólo Jesús —insiste san Bernardo
ante los complejos razonamientos dialécticos de su tiempo—, sólo Jesús es
"miel en la boca, cántico en el oído, júbilo en el corazón" (mel in
ore, in aure melos, in corde iubilum)". Precisamente de aquí proviene el
título, que le atribuye la tradición, de Doctor mellifluus: de hecho, su
alabanza de Jesucristo "fluye como la miel". En las intensas batallas
entre nominalistas y realistas —dos corrientes filosóficas de la época— el abad
de Claraval no se cansa de repetir que sólo hay un nombre que cuenta, el de
Jesús Nazareno. "Árido es todo alimento del alma —confiesa— si no se lo
rocía con este aceite; insípido, si no se lo sazona con esta sal. Lo que
escribes no tiene sabor para mí, si no leo allí a Jesús". Y concluye:
"Cuando discutes o hablas, nada tiene sabor para mí, si no siento resonar
el nombre de Jesús" (Sermones in Cantica canticorum xv, 6: PL 183, 847).
Para san Bernardo, de hecho, el verdadero conocimiento de Dios consiste en la
experiencia personal, profunda, de Jesucristo y de su amor. Y esto, queridos
hermanos y hermanas, vale para todo cristiano: la fe es ante todo encuentro
personal íntimo con Jesús, es hacer experiencia de su cercanía, de su amistad,
de su amor, y sólo así se aprende a conocerlo cada vez más, a amarlo y seguirlo
cada vez más. ¡Que esto nos suceda a cada uno de nosotros!
En otro célebre Sermón en el domingo dentro de la octava de la Asunción, el
santo abad describe en términos apasionados la íntima participación de María en
el sacrificio redentor de su Hijo. "¡Oh santa Madre —exclama—, verdaderamente
una espada ha traspasado tu alma!... Hasta tal punto la violencia del dolor ha
traspasado tu alma, que con razón te podemos llamar más que mártir, porque en
ti la participación en la pasión del Hijo superó con mucho en intensidad los
sufrimientos físicos del martirio" (14: PL 183, 437-438). San Bernardo no
tiene dudas: "per Mariam ad Iesum", a través de María somos llevados
a Jesús. Él atestigua con claridad la subordinación de María a Jesús, según los
fundamentos de la mariología tradicional. Pero el cuerpo del Sermón documenta
también el lugar privilegiado de la Virgen en la economía de la salvación, dada
su particularísima participación como Madre (compassio) en el sacrificio del
Hijo. Por eso, un siglo y medio después de la muerte de san Bernardo, Dante
Alighieri, en el último canto de la Divina Comedia, pondrá en los labios del
Doctor melifluo la sublime oración a María: "Virgen Madre, hija de tu
Hijo, / humilde y elevada más que cualquier criatura / término fijo de eterno
consejo, ..." (Paraíso 33, vv. 1 ss).
Estas reflexiones, características de un enamorado de Jesús y de María como
san Bernardo, siguen inspirando hoy de forma saludable no sólo a los teólogos,
sino a todos los creyentes. A veces se pretende resolver las cuestiones
fundamentales sobre Dios, sobre el hombre y sobre el mundo únicamente con las
fuerzas de la razón. San Bernardo, en cambio, sólidamente fundado en la Biblia
y en los Padres de la Iglesia, nos recuerda que sin una profunda fe en Dios,
alimentada por la oración y por la contemplación, por una relación íntima con
el Señor, nuestras reflexiones sobre los misterios divinos corren el riesgo de
ser un vano ejercicio intelectual, y pierden su credibilidad. La teología
remite a la "ciencia de los santos", a su intuición de los misterios
del Dios vivo, a su sabiduría, don del Espíritu Santo, que son punto de
referencia del pensamiento teológico. Junto con san Bernardo de Claraval,
también nosotros debemos reconocer que el hombre busca mejor y encuentra más
fácilmente a Dios "con la oración que con la discusión". Al final, la
figura más verdadera del teólogo y de todo evangelizador sigue siendo la del
apóstol san Juan, que reclinó su cabeza sobre el corazón del Maestro.
Quiero concluir estas reflexiones sobre san Bernardo con las invocaciones a
María que leemos en una bella homilía suya: "En los peligros, en las
angustias, en las incertidumbres —dice— piensa en María, invoca a María. Que
Ella no se aparte nunca de tus labios, que no se aparte nunca de tu corazón; y
para que obtengas la ayuda de su oración, no olvides nunca el ejemplo de su
vida. Si la sigues, no puedes desviarte; si la invocas, no puedes desesperar;
si piensas en ella, no puedes equivocarte. Si ella te sostiene, no caes; si
ella te protege, no tienes que temer; si ella te guía, no te cansas; si ella te
es propicia, llegarás a la meta..." (Hom. ii super "Missus est",
17: PL 183, 70-71).
San Bernardo de Clairvaux es uno de los escritores más presentes en la
liturgia de las Horas: a lo largo del año se leen unos quince fragmentos de sus
obras, de los cuales pueden tomarse estos como ejemplo para dentrarse y «tomar
el gusto»:
-En la plenitud
de los tiempos vino la plenitud de la divinidad,
-Si creció el
pecado, más desbordante fue la gracia,
-Sobre los grados
de la contemplación,
-Apresurémonos
hacia los hermanos que nos esperan,
-Amo porque amo,
amo por amar.
Fuente: Vaticano
Estas biografías de santo son propiedad de El Testigo Fiel. Incluso cuando
figura una fuente, esta ha sido tratada sólo como fuente, es decir que el sitio
no copia completa y servilmente nada, sino que siempre se corrige y adapta. Por
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