Cómo orar a Dios, sermón
de
San Bernardo de Claraval
1. Como un enfermo ante el
médico, así debe actuar el pecador con su Creador. Sí, el pecador debe orar a
Dios como el enfermo al médico. Hay dos obstáculos para la oración del pecador:
la falta de luz o el exceso. Está a oscuras quien no ve ni reconoce sus
pecados. Y está ofuscado por exceso de luz, quien ve tanto pecado que desespera
del perdón. Ninguno de ellos puede orar. ¿Qué hacer entonces? Atenuar la luz
para que el pecador vea y confiese sus pecados, y así podrá orar y suplicar el
perdón.
La primera oración debe hacerla con
sentimientos de pudor. Esto implica que el pecador no se atreve a acercarse directamente
a Dios y busca un santo varón, un pobre de espíritu que sea como la orla del
manto del Señor, y por ella le sea posible el acceso a él. El modelo de esta
oración nos lo ofrece aquella mujer del Evangelio que sufría flujos de sangre y
por el deseo de curarse se acercó pensando en su interior: Con sólo tocar la
orla de su manto me curaré.
La segunda manera de orar se caracteriza por
la pureza de afectos: el pecador se acerca directamente a Dios y es él mismo
quien se confiesa. De esta oración nos dio ejemplo aquella pecadora que regó
los pies del Señor con sus lágrimas y los enjugó con sus cabellos. De ella dijo
el Señor: Se les perdonan sus muchos pecados porque ha amado mucho.
La tercera oración se expresa con un afecto
más dilatado. Se ora por sí mismo, y también por los demás. Así oraron los
Apóstoles intercediendo en favor de la mujer Cananea que suplicaba la curación
de su hija: Atiéndela, que viene detrás gritando.
La cuarta oración se expresa con afectos de
fervor que brotan de la pureza de corazón, libre de temor y en total espíritu
de gratitud. Esta fue la oración del Señor al resucitar del sepulcro a Lázaro,
muerto hacía cuatro días: Te doy gracias Padre, porque siempre me escuchas. Y
esa misma oración nos recomienda hacer frecuentemente el Apóstol: Orad
constantemente; dad gracias en toda circunstancia.
A estas cuatro maneras de oración que hemos
indicado: la pudorosa, la pura, la universal y la ferviente, el Apóstol les da
otros nombres y nos estimula a practicarlas con estas palabras: Lo primero que
recomiendo es que se tengan súplicas y oraciones, peticiones y acciones de
gracias. Las súplicas se hacen con sentimientos de pudor, las oraciones con un
afecto puro, las peticiones con un corazón generoso, y la acción de gracias por
el impulso del fervor.
2. Después de indicar
diversos modos de oración, añadamos algo sobre la pureza con que debemos orar.
En este aspecto creo que se requieren tres condiciones que deben impregnar
profundamente la intención del que ora. El que ora, en efecto, debe tener en
cuenta qué pide, a quién se lo pide y quién lo pide.
El objeto de la petición implica dos cosas:
pedir lo que Dios aprueba y desearlo con todo el ardor del espíritu Y en ese
sentido no es conforme a la voluntad de Dios pedir que muera el enemigo, sea
herido o humillado, pues él mismo nos da este precepto: Amad a vuestros
enemigos, haced el bien a los que os odian, y rezad por los que os persiguen y
calumnian. Ama a tu prójimo como a ti mismo. En cambio, cuando se pide el perdón
de los pecados, la gracia del Espíritu Santo, la virtud o la sabiduría, la fe,
la verdad, justicia, humildad, paciencia, mansedumbre u otros carismas
espirituales, y sólo se desea eso con todo el ardor del corazón, esa oración es
conforme a Dios y merece ser atendida. De semejantes estilos de oración dice el
Señor por Isaías: Antes que me llamen yo les responderé; aún estarán hablando y
les habré escuchado.
Existen otras cosas que nos hacen falta y que
Dios las concede si se las pedimos; y pueden ser conformes o no al querer
divino, según el fin al que se ordenan. Me refiero a la salud corporal, el
dinero y la abundancia de bienes terrenos; proceden de Dios, pero no hay que
darles demasiada importancia ni poseerlas con ansiedad.
El que pide debe considerar en Dios estos dos
aspectos: su bondad y su majestad. Por su bondad quiere dar gratuitamente, y
por su majestad puede conceder cuanto se le pida. Y también el mismo que
suplica debe insistir en estos dos puntos: esté convencido de que no recibirá
nada por sus propios méritos, y confíe recibir de la misericordia divina todo
cuanto pide.
Cuando se dan estas tres condiciones y tal
como las hemos explicado, entonces se puede hablar de un corazón puro. Y quien
ora con esta pureza e intención de corazón crea que será escuchado. Lo
atestigua el apóstol Pedro: Dios no hace distinciones, sino que acepta al que
le es fiel y obra rectamente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario