Oficio de lectura, 20 de agosto, San Bernardo Abad y doctor de
la Iglesia
De
los sermones de san Bernardo, abad, sobre el libro del Cantar de los cantares
Sermón
83, 4-6: Opera omnia, edición cisterciense
El amor basta por sí solo,
satisface por sí solo y por causa de sí. Su mérito y su premio se identifican
con él mismo. El amor no requiere otro motivo fuera de él mismo, ni tampoco
ningún provecho; su fruto consiste en su misma práctica. Amo porque amo, amo
por amar. Gran cosa es el amor, con tal de que recurra a su principio y origen,
con tal de que vuelva siempre a su fuente y sea una continua emanación de la
misma. Entre todas las emociones, sentimientos y afectos del alma, el amor es
lo único con que la criatura puede corresponder a su Creador, aunque en un
grado muy inferior, lo único con que puede restituirle algo semejante a lo que
él le da. En efecto, cuando Dios ama, lo único que quiere es ser amado: si él
ama, es para que nosotros lo amemos a él, sabiendo que el amor mismo hace
felices a los que se aman entre sí.
El amor del Esposo, mejor
dicho, el Esposo que es amor, sólo quiere a cambio amor y fidelidad. No se
resista, pues, la amada en corresponder a su amor. ¿Puede la esposa dejar de
amar, tratándose además de la esposa del Amor en persona? ¿Puede no ser amado
el que es el Amor por esencia?
Con razón renuncia a
cualquier otro afecto y se entrega de un modo total y exclusivo al amor el alma
consciente de que la manera de responder al amor es amar ella a su vez. Porque,
aunque se vuelque toda ella en el amor, ¿qué es ello en comparación con el manantial
perenne de este amor? No manan con la misma abundancia el que ama y el que es
el Amor por esencia, el alma y el Verbo, la esposa y el Esposo, el Creador y la
criatura; hay la misma disparidad entre ellos que entre el sediento y la
fuente.
Según esto, ¿no tendrá
ningún valor ni eficacia el deseo nupcial, el anhelo del que suspira, el ardor
del que ama, la seguridad del que confía, por el hecho de que no puede correr a
la par con un gigante, de que no puede competir en dulzura con la miel, en mansedumbre
con el cordero, en blancura con el lirio, en claridad con el sol, en amor con
aquel que es el amor mismo? De ninguna manera. Porque, aunque la criatura, por
ser inferior, ama menos, con todo, si ama con todo su ser, nada falta a su
amor, porque pone en juego toda su facultad de amar. Por ello, este amor total
equivale a las bodas místicas, porque es imposible que el que así ama sea poco
amado, y en esta doble correspondencia de amor consiste el auténtico y perfecto
matrimonio. Siempre en el caso de que se tenga por cierto que el Verbo es el
primero en amar al alma, y que la ama con mayor intensidad.
Oración
Señor, Dios nuestro, tú
hiciste del abad san Bernardo, inflamado en el celo de tu casa, una lámpara
ardiente y luminosa en medio de tu Iglesia; concédenos, por su intercesión,
participar de su ferviente espíritu y caminar siempre como hijos de la luz. Por
nuestro Señor Jesucristo.
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